Ha ha ha, no.

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4am.

Volvió a meterse el teléfono al bolsillo en cuanto vió la hora.

Había salido de casa más o menos a las diez, cuando su madre al fin se había quedado dormida. Ahora llovía. El odiaba la lluvia, más a esa hora en la madrugada.

La ventaja era que la lluvia le lavaba la sangre que llevaba encima.

Estaba cansado, muy cansado. Tenía un único método para deshacerse de los "restos del día". El problema era que ese método estaba a tres horas en auto.

Escaló por la tubería de la pared y llegó hasta su ventana. Sacó una horquilla de su bolsillo y la abrió. Tanto la puerta como la ventana habían sido "arregladas" por Cole. Solo él podía abrir las entradas a la habitación.

También había marcado levemente el suelo en las partes donde la madera no hacía ruido. Llegó hasta el closet y sacó una camiseta de ahí. Puso sus prendas mojadas en la cesta de ropa sucia y con mucha cautela se tumbó en la cama. Solo le quedaban cuatro horas para descansar gracias a que su clienta estaba desquiciada.

Le esperaba un día largo y tedioso.

No soñaba, nunca. Sus noches eran espacios en blanco, como si en ese tiempo nada existiera. Las cuatro horas pasaron rápido y su molesto relój despertador repicó por lo que pareció toda la casa.

Cole dejó caer su mano al suelo y alcanzó una bola de baseball. La arrojó con furia para callar al reloj.

Se levantó como un resorte de la cama y caminó hacia el destrozado aparato.

—Oh, mierda, ahora sí lo rompí—dijo con la voz ronca.

Se paró frente al espejo para verificar que todo estuviera en orden. Su aspecto era un desmadre, pero eso no era extraño. Ni siquiera se bañó, solo se vistió con lo primero que encontró y salió de la casa sin desayunar.

Si había algo que Cole odiaba más que la lluvia, era tener que saludar a la gente con la que se encontraba. Todos le daban los buenos días y esperaban lo mismo de él. Cosa que rara vez pasaba, pues la mayoría del tiempo Cole era noventa por ciento odio, diez por ciento algodón.

Llegó al baño de la escuela para lavarse las manos y escuchó a dos chicos susurrar cosas de él. Una persona normal nunca habría podido escuchar completamente lo que habían dicho los chicos con ese tono de voz tan bajo. Pero los oídos de Cole eran sumamente agudos, pudo escuchar claramente lo que habían dicho. Y la última frase de uno de ellos lo hizo pararse congelado.

¿Qué le habrá ocurrido en la cara?

Su mirada regresó al espejo y recordó porqué esa era la pregunta frecuente de todo aquel que estuviera cerca de él.

El lado izquierdo de su rostro estaba permanente marcado con una cicatriz que le daba desde el labio hasta el ojo.

Era una cicatriz vieja, pero en su momento, había sido una herida profunda, por lo que la marca nunca desapareció.

Sorprendentemente, no se sintió enojado. Tal vez porque estaba realmente cansado, tal vez porque estaba en la escuela y lo último que necesitaba ese día era formar un alboroto, o tal vez, porque no podía evitar el que la gente se fijara y comentara cosas acerca de su aspecto. Sí, se había rendido con eso hacía tiempo.

Y al igual que un autómata, llegó hasta el aula y se sentó.

Todo era tan aburrido y monótono en ese sitio. Y para colmo de males a Nathan se le había ocurrido la grandiosa idea de no ir.

—Ese imbécil...—susurro Cole mirando su teléfono. El dia ni siquiera había comenzado y él ya tenía ganas de largarse.

Casi se estaba quedando dormido en clase de química cuando la campana al fin sonó.

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