Capítulo 3

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"La llamada"

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"La llamada".

Fëanor.


Una semana, ese había sido el periodo de tiempo en el que había estado esperando la tan esperada "llamada" por parte del emperador. Seline y Jasmine ya habían sido llamadas. Esta última fue la más requerida en estos días, cosa que comenzaba a exasperarme.

—Brujería—. Soltó Sera tomando un sorbo de su copa de vino.

Sera era una “amiga” que había hecho en mi corta estadía en el palacio. Nos habíamos conocido de una forma un tanto extraña, pero en lo poco que habíamos llegado a interactuar podía sentir que la conocía de toda la vida. Era una joven bastante impulsiva y con actitudes bastante mordaces. En resumen, había conocido a mi versión capitalesca.

Era una aspirante a condesa, pero todo se acabó con la muerte de su prometido y amado en las fronteras del Imperio. Su padre le había hecho la petición de ingresar al palacio como concubina, así que supongo que ya se sabe cuál fue su respuesta.

—¿Tú crees? —. Pregunté ante su tajante acusación hacia la concubina Dorziana.

—Desde el momento en el que la vi a ella y a la otra duquesita supe que algo olía a chamusquina—. Hizo una pausa para beber otro sorbo de su copa, para finalmente soltar:

—Sin ofender, por qué bueno tu..., el fuego—. Se mordió la lengua—. Ya me entiendes.

—Tranquila no me ofendes—. Dije sonriendo.

—Y también está la emperatriz, esa mujer sí que es la reencarnación del demonio—. Tembló.

—Coincido, sé que lo que voy a decir no suena como algo propio que diría una princesa, pero..., tenía ganas de prenderle fuego en la lengua—. Metí una uva en mi boca y seguí hablando—. Si no hay lengua, no hay palabras banales y estúpidas.

—Tranquila, eso significa que ya sabemos por qué el emperador está buscando reemplazos—. Sera se levantó del suelo y arregló las arrugas de su vestido—. Aún que pobre mujer debe ser duro haber le dado dos hijas y que la estén remplazando—. Sonrió con malicia ante sus palabras.

Tres toques en la puerta hicieron que me alertara. Me levanté rápidamente del sillón en el que estaba y posé mi copa de vino en la mesa.

—Adelante.

Entró Marisa, mi sirvienta, con una gran sonrisa en el rostro. Esa mujer estaba desbordando alegría por cada poro de su cuerpo. Quise ir al grano; yo era una mujer curiosa y nunca lo había negado. Mi hermana mayor siempre usaba el dicho de: "La curiosidad mato al gortion " conmigo, pero no podía evitarlo.

—¿A qué viene tanta alegría Marisa? —. Pregunté aproximándome a ella con un extraño sentimiento de alegría contagiada.

—El emperador...—. Mi sirvienta bajo la mirada ante mí.

No le temas al fuego|RESUBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora