Capítulo 5

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Sellada.

La luz del amanecer que se colaba por las pequeñas aberturas de la cortina impactó contra mis ojos provocando que empezara a girar en el amplio camastro para evitarla. No tarde en sentir el vacío y acabé estrellándome contra el frío suelo.

Acaricié mi cabeza y maldecí.

<<demonios>>

Al intentar levantarme, mis piernas se enroscaron en las sábanas y volví a caer en el suelo. Sin lugar a dudas, hoy empezaba el día con la zarpa izquierda.

Menos mal que no había nadie en el interior de la habitación. Esto habría sido la situación más vergonzosa e indecorosa que habría vivido en toda mi vida después de la vergüenza que me causaba a verme desmayado en mi primera noche.

Cuando por fin logré escapar de mi "trampa mortal" me dirigí al amplio balcón de la habitación y me dispuse a ver las vistas. Estas eran completamente diferentes a las que podía ver desde mi antigua habitación; aquellas que me susurraban que bajara a toda velocidad a los establos y tomara a mi yegua, que cabalgara los amplios valles de mi reino y no volviera hasta el atardecer.

En cambio, las que podía presenciar en el presente me transmitían cautiverio y soledad. Ni si quiera era posible ver los edificios de la capital ya que eran tapados por el amplio muro que rodeaba la fortaleza y el jardín sólo parecía ser un pequeño capricho que se les entregaba a los prisioneros de este lugar.

No podría decir cuánto tiempo en concreto estuve observando aquel muro hasta que los fuertes golpes en la puerta interrumpieron el silencio de la habitación.

—¡Adelante! —. Exclame dirigiéndome a la puerta.

Tras conceder mi permiso, entró una Marisa cansada y despeinada. Se arrodilló ante mí y jadeante exclamó:

—¡Su Alteza, la van a sellar! —. Me gritó todavía arrodillada ante mí.

—Relájate, Marisa—. Le hablé en el afán de calmarla—. ¿Acaso eso no es bueno?

—¡Si, y a la vez no! —. Dijo mientras intentaba recuperar el aliento—porque—.

Antes de que pudiera escuchar la razón de la extraña actitud de mi sirvienta, la puerta se abrió brusca y ruidosamente. Dejando lugar a cinco guardias imperiales que golpearon a Marisa dejándola inconsciente y se dirigieron a mí con un par de brazaletes dorados.

—¡¿Cómo os atrevéis a interferir en los aposentos de una "elegida"?! —. Grité acercándome al cuerpo inconsciente de mi sirvienta personal y la zarandeé para que reaccionara, pero fue inútil.

Seguí gritando como una lunática mientras era agarrada, arrastrada y separada de Marisa. Me inmovilizaron y me colocaron los brazaletes en las muñecas. Intenté atacarlos utilizando mis llamas, pero de mis manos no salió ningún indicio de mi poder.

No le temas al fuego|RESUBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora