Acantilado

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Solo era un día de verano más, pensé al salir de casa.

Había salido de mi hogar con la intención de llegar a la costa y relajarme un poco, el mar tenía ese efecto en mí desde que era un niño.

Con mis pies descalzos pisaba la arena húmeda, llena de rastros de espuma marina y algunas conchas que picoteaban mis pies.

El bochorno del cielo de pronto se cubrió de nubes negras que en cierta forma me hizo adivinar el futuro, una tormenta se acercaba, pero no me importó, en lo absoluto, retiré mi camiseta rápidamente y me sumergí de poco a poco en el océano.

No me importaba si el mar y el oleaje me despedazaban o me llevaban lejos de la orilla, al menos sería una buena manera de morir, creo yo.

Me mecía por la olas sin un rumbo fijo, moviendo mis brazos y piernas para no sumergirme hasta el fondo, era muy bonito, cada ola tenía su belleza, salpicaba y tratando de hundir mi cuerpo, me sentía un poco undívago cada vez que me adentraba en aguas turbulentas, a cualquiera podía causarle temor, u horror de solo pensar en ello, pero se vuelve más simple cuando dejas que las olas te muevan, te sostengan, y detenerte a escuchar el ruido de las ondas que produce el mar en cada uno de sus movimientos.

Porque te puedes sentir uno con el agua como si te diluyeras con ella.

El viento era cada vez más fuerte y arrasador, era casi imposible sostenerme o flotar, algún día terminaría muriendo ahogado por mi preferencia de venir a nadar solo en los días de tormenta y a pesar de que el clima era insistente, que me pedía a gritos que me largara, no salí, quería permanecer ahí aunque sea un minuto más y ya.

De repente y a pesar de que traté de ignorarlo y con lo poco que el agua me dejaba apreciarlo, logré divisar un pequeño punto negruzco a la lejanía, justo en el risco de aquel acantilado en que se encontraba un viejo faro, al cual por obvias razones nunca quise acercarme.

Cuando era más pequeño varios de mis amigos hacían retas, tipo "el que entre al faro gana y es el más valiente", pero nunca me atreví a hacerlo, no es porque tuviera miedo, bueno en parte sí, el cuidador de aquel faro me aterraba en serio, pocas veces que lo vi salir con un pequeño que se suponía que era su hijo, no sé, con solo ver a ambos de lejos podía notar un aura tan pesada que me carcomía las entrañas, aquel hombre era tan misterioso, esas reducidas ocaciones en las que llegué a verlo pasar siempre tenía la misma cara amargada, al igual que el pequeño a su lado, una expresión vacía y sin vida, ese niño llegó a llamar mi atención alguna vez, tenía unos enormes ojos negros y brillantes, que aunque eran muy bonitos lo único que podían reflejar tristeza y devastación, recuerdo la primera y última vez que llegué a hablar con él.

Ese día estaba solo caminando por las rocas resbaladizas salpicadas de agua, la marea estaba baja, al menos el mar no tragaría mi pequeño y huesudo cuerpo en aquel entonces, trataba de pasar por entre las piedras cuidando cada una de mis pisadas por miedo a resbalar y golpearme en la cabeza, entonces lo vi a él, un poco más de cerca, su cabello era algo largo, liso y brillante a la altura de sus hombros, permanecía sentado de cuclillas en una roca enorme, supuse que contemplando el oleaje porque era lo único que se podía ver de frente, sus ojos estaban hinchados, producto de haber llorando durante un buen rato, pensé que él no se había percatado de mi presencia en el lugar, sin pensarlo dos veces me acerqué un poco más apresurado, era el único niño con el que no había hecho amistad en nuestro pequeño pueblo costero y tenía curiosidad.

━Hola ━le saludé alegremente con una sonrisa enorme dibujada en mi rostro.

No me respondió de inmediato, se veía tan concentrado en esa gran masa de agua salada, luego de un par de segundos de dejarme con las palabras en la boca se atrevió a verme a los ojos y responder.

Short stories ━━  𝘚𝘩𝘪𝘴𝘶𝘐𝘵𝘢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora