Su noviazgo duró solo siete meses. Su felicidad se medía en la cantidad de carcajadas que compartían, la cantidad de noches interminables que pasaban enredados en los brazos del otro y la cantidad de amor que tenían el uno para el otro. Los cortos besos en el campus escolar bastaban mientras que las noches satisfacían. Le tomó dos semanas a Índigo el descender de su nube y reunir el coraje para acercarse a la pequeña y vivaz muchacha de cabello castaño en una de sus clases, pero solo le tomó un segundo a Krystal decir que sí a lo que fuera que el chico alto y atractivo le estuviera pidiendo.
En un mes aprendieron el uno sobre el otro. Krystal era una escritora especializándose en inglés y periodismo, aunque no planeaba trabajar para ninguna revista ni periódico. Prefería escribir novelas y ser alguien independiente. Índigo estudiaba publicidad y negocios. Todos los que los veían pensaban que eran una pareja fuera de lo común. Krystal era de mente muy abierta y estaba constantemente sonriendo, mientras que Índigo siempre echaba miradas y tenía un comportamiento sereno. Sus diferencias iban más allá de sus carreras y personalidades. A Krystal le gustaba su café con leche y azúcar y escribía relatos de escenarios imposibles y fantasías. A Índigo, por otra parte, le gustaba su café negro y prefería la practicidad y el realismo a la fantasía. La gente creía que la personalidad extravagante y divertida de Krystal nunca encajaría con la de Índigo, calmada y racional, pero estaban equivocados.
Siete meses de perfección absoluta; Índigo le propuso matrimonio y su pequeña castaña, y Krystal, aceptó.
Esperaron unos pocos meses antes de prometer amarse hasta que la muerte los separara. Luego de su graduación y su boda, encontraron un apartamento. Era pequeño, pero no les molestaba. Los toques de Krystal lo convirtieron en un hogar; un hogar al que Índigo disfrutaba regresar al final de una dura jornada de trabajo. Cada noche tomaba a Krystal de las manos y le susurraba promesas de una casa más grande, una que ella iba a poder decorar hasta llegar al horizonte. Y cada noche Krystal sonreía al pecho desnudo de Índigo y le agradecía.
La ética de trabajo y la personalidad de Índigo le permitieron escalar los puestos de la compañía con presteza. Conforme su salario aumentaba, también lo hacía su cuenta bancaria. Una noche, Índigo le quitó gentilmente la computadora portátil a Krystal y la posó en una mesita de café que estaba cerca. Luego se arrodilló ante ella, tomando la mano de su esposa con la suya propia.
–Krys –dijo lentamente, manteniendo la vista en Krystal–, quiero comprarte esa casa que te he estado prometiendo hace tanto tiempo que te compraría.
Con labios temblorosos, Krystal asintió profusamente antes de jadear, envolviendo el cuello de su esposo con sus brazos mientras le agradecía. Esa noche se fundieron el uno con el otro, saboreando los toques y haciendo el amor lenta y profundamente.
La casa tenía que suministrar lo que Índigo creía que Krystal necesitaba para su tipo de trabajo: paz y serenidad. Encontraron una pequeña pero perfectamente tranquila finca en un barrio amplio y de clase alta, cerca del campo. Cuando Índigo miró a Krystal y le preguntó "¿Qué te parece?", ya sabía la respuesta.–Me encanta, Índigo...
Sonriendo, Índigo tomó las manos de Krystal.
–Comprémosla entonces.
Krystal miró a su esposo, luciendo un tanto preocupado.
–Pero tu trabajo está a una hora de aquí.
Índigo se encogió de hombros.
–Si te gusta, entonces no me importa el recorrido hasta el trabajo. Son sólo sesenta minutos de ida y luego sesenta de vuelta. No es una hazaña imposible viajar y volver.
Tras un momento, Krystal le preguntó nuevamente si estaba de verdad de acuerdo. Índigo asintió, y poco después los papeles fueron firmados.
El acuerdo era que Índigo viajara ida y vuelta desde el trabajo, pero, mientras el tiempo pasaba, el trabajo comenzó a formar pilas y pilas, causando que Índigo tuviera que trabajar horas extra. Conforme ese ciclo sin fin continuaba, se le hizo difícil viajar diariamente. A menudo estaba demasiado cansado y con la vista nublada cuando conducía. A causa de ello, tenía que beber cafeína antes de conducir, lo cual o le hacía colapsar en el trabajo o le impedía dormir cuando regresaba a su hogar.Krystal comenzó a sentirse culpable por estar disfrutando de una vida tranquila mientras que su esposo trabajaba para permitirle a ella tenerla. Contemplando otras alternativas, llegó a una posible solución para ese problema.
–Índigo, tal vez deberías conseguir un apartamento en la ciudad –sugirió cuidadosamente una noche, durante la cena. Cuando levantó la vista hacia su esposo, vio unos ojos cansados devolviéndole la mirada.
–¿Quieres que consiga un qué? –dijo Índigo, su voz sonando como si no creyera en lo que oía.
Suspirando, Krystal le dio una mirada preocupada.
–Ya no me gusta verte en este estado, Índigo. Cada día te vas a trabajar luciendo medio muerto. Luego, cuando vuelves, terminas viéndote peor. Pasas dos horas tan solo para ir y venir. Esas podrían ser dos horas que estarías usando para dormir un poco más.
De malhumor, Índigo se frotó las esquinas de sus ojos.
–Krys, estoy bien.
–¡No, no lo estás! –discutió ella–. Escucha, un apartamento podría significar...
–Dije que estoy bien, Krys –repitió Índigo con aspereza–. Deja de preocuparte, maldición.
La indiferencia de Índigo irritó a Krystal. Dejando sus cubiertos sobre la mesa, se puso de pie.
–Bueno, ¿está mal preocuparse por ti? –gritó, con voz estresada.
Al contrario de ella, Índigo permaneció sentado.
–Krys, vuelve a sentarte.
Krystal lo miró echando chispas, con los puños cerrados.
–No, Índigo; no me estás escuchando. Solo quiero ayudarte.
–¿Ayudarme? –replicó su esposo–. No, Krys. Para mí, que intentes que consiga otro lugar donde vivir y te guste la idea me hace pensar que me quieres fuera. –La falta de sueño y el hecho de que había estado trabajando excesivamente no hacía más que ponerlo más irritable.
Krystal fue tomado por sorpresa y lucía shockeada.
–¡Eso no es lo que quiero!
–No alces la voz, Krys –gruñó Índigo–. Estás siendo muy ruidosa.
Krystal empujó su silla rudamente, frustrada.
–¡No te quiero fuera! ¡Eres un hombre tan frustrante, pero diablos, te amo! Así que me duele verte agregar dos horas más de estrés a tu día sólo para que viajes de ida y vuelta. –Se mordió los labios. –Duele mucho, Índigo, pero no lo ves porque te quedas dormido en cuando pisas esta casa. Ya ni siquiera me miras porque estás demasiado cansado.
Krystal esperó una respuesta durante un momento, pero Índigo permaneció inmóvil. Luego, éste murmuró:
–Estás sobreactuando.
Krystal se sintió como si le hubieran dado un golpe. Era obvio que Índigo no comprendía. Su esposo se negaba a escucharlo e incluso tenía la audacia de decirle que sobreactuaba cuando, de hecho, solamente estaba contándole sus preocupaciones. Temblando, dio media vuelta y se fue de la mesa, antes de que índigo pudiera ver las lágrimas amargas formándose en sus ojos.
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10080
RomanceCierto gigante siempre me decía que no tenía sentido llorar al final de las películas que no terminan como nosotros queremos, porque eso no cambiaría nada; y yo le preguntaba por qué estaba tan mal desear un final diferente. Esas palabras no pueden...