Parte 8

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La cuarta noche, se acurrucaron juntos bajo una manta en el sofá de la sala. Los dos (junto con Liam, quien se sentaba en el suelo) vieron Titanic, una de las películas favoritas de Krystal. Índigo sabía que Krystal estaría llorando efusivamente al final pero, para su sorpresa, la cautelosa chica, quien estaba demasiado cansado para siquiera mantenerse despierto después de las diez, se durmió apoyado sobre su hombro.

Lucía en paz incluso en la oscuridad con sólo la luz de la televisión iluminándole el rostro. Índigo se fijó en eso. Decidiendo que no valía la pena despertar a Krystal solamente por estar durmiendo de esa forma, Índigo se levantó del sofá y alzó a Krystal en sus brazos.

Liam se puso de pie tratando de ayudar, caminando justo detrás de Índigo hasta que acostó a Krystal en su cama. Tras quitarle los zapatos y envolverla en las mantas hasta cubrir el cuerpo fatigado del muchacho, Índigo se volteó y encaró a Liam, quien estaba viendo todo lo que hacía.

–¿Siempre está así de cansada?

Hubo un silencio.

–No siempre –respondió.

Volviendo a mirar al durmiente Krystal, Índigo suspiró.

–Me dijo que ha estado con un resfrío...

–Un resfrío... –murmuró Liam.

–Dile que busque atención médica si empeora.

Liam intentó empezar a hablar, pero no pudo encontrar las palabras. Bajó sus hombros y asintió.

–Le diré.

Permaneció allí unos minutos más antes de darse cuenta de que Índigo quería estar solo con Krystal. Retirándose, dejó la habitación.

Cuando Liam se hubo ido, la mirada de Índigo se dirigió completamente hacia su esposa. Moviendo su mano, apartó el cabello del rostro de Krystal. Mientras tocaba los mechones, notó cómo se sentían. No estaban tan sedosos o brillantes como solían estar, o al menos como él los recordaba. Índigo no sabía qué pensar. En su mente, imaginó que tal vez fuera estrés. Cuando miró por sobre su hombro, vio la portátil que Krystal había abierto y enchufado.

Terminó razonando que era estrés por trabajar tan duro en otro libro. Inclinándose, Índigo titubeó al comienzo, pero se entregó a su deseo. Besó la frente de Krystal y permitió que sus labios permanecieran un momento por encima de la frágil mujer antes de retroceder y salir de la habitación.

Durante su distanciamiento, Índigo estaba a menudo muy ocupado como para prestar atención a los planes de Krystal y a su trabajo. Conocía los intereses generales de Krystal, pero el trabajo siempre lo dejaba demasiado cansado como para importarle. A la tarde, por primera vez, Índigo se sentó y escucho sus planes.

Krystal se movía lentamente, pero Índigo ya se había acostumbrado a su ritmo. También se había acostumbrado a que Krystal olvidara ocasionalmente cosas o se demorara al responder. No era raro que frotara sus ojos y los cerrara por un momento. Índigo, intentando hacer lo que podía para ayudar, iba y buscaba agua cuando le era posible.

Los papeles estaban dispersos por todo el piso de la sala. Había papeles pequeños con notas en ellos y también pilas atadas. Krystal los desparramó e Índigo miraba mientras se esforzaba por organizarlos como quería, si es que por eso era que lucía tan frustrada y confundida.

–Bueno –comenzó Krystal–, éstas son todas mis ideas y mis planes.

–Son muchas –comentó Índigo, mirando el desorden–. ¿Son ideas que tuviste años atrás?

10080Donde viven las historias. Descúbrelo ahora