Parte 9

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Unas pocas velas iluminaban la habitación. Luces tenues generaban el ambiente. La comida estaba en sus platos.

Cuando Krystal entró, se mordió los labios tan fuertes que creyó que los haría sangrar. Quería retroceder y escapar de allí porque no parecía real, pero cuando sintió el pecho de Índigo sobre su espalda y sus manos en sus hombros alentándolo a avanzar, no tuvo más elección que obedecer.

Después de sentarse, comenzaron a comer. No hablaron durante los primeros minutos, pero gradualmente una conversación fue entablándose. Se alivianó un poco más cuando Krystal sonrió e hizo comentarios sobre sus apariencias. Índigo estaba vistiendo con una simple camisa y shorts. Krystal llevaba una camiseta y pantalones de pijama. Ninguno estaba ataviado propiamente para lo que se suponía que sería una cita romántica.

Habiendo terminado de cenar, Krystal se levantó de la mesa tras agradecerle a Índigo. Planeaba dirigirse a lavar sus manos, pero cuando se puso de pie, Índigo lo hizo más rápido que él y fue a su lado, alzándolo. Llevó a Krystal hasta la sala, la cual estaba igual de tenue y llena de pequeños destellos de velas aromáticas que el comedor.

Luego tomó el control remoto del equipo de música y puso play, iniciando un flujo de música lenta que salía de los parlantes. A esas alturas, Krystal estaba temblando. Era demasiado para soportar. Quería tirarse al suelo, pero el brazo de Índigo estaba en su cintura, manteniéndolo arriba. Con su otra mano, Índigo tomó la derecha de Krystal y las entrelazó, mientras se balanceaban de un lado a otro.

Era un momento dulce, pero a Krystal le producía dolor también. E incluso si Índigo posaba su mejilla contra su cabeza, incluso si se mantenían moviéndose al ritmo relajante de la música de los parlantes, podía oír a Krystal llorar.

Mientras Índigo sujetaba con más fuerza a la muchacha contra él, cerró sus puños y se mordió los labios. Intentó ignorar la sequedad de su garganta y luchó contra la urgencia de llorar en silencio también.

Cuando llegó la mañana, Índigo ya no tenía ganas de volver a la ciudad. Pero tenía que hacerlo. Allí pertenecía él. Funcionaba allí. Su vida estaba allí. Tamar estaba allí. Suspiró profundamente y se levantó de la cama para revisar su teléfono. Había una gran cantidad de llamadas perdidas de su novia, e Índigo supuso que ya era hora de devolverle la llamada.

Cuando Tamar inmediatamente contestó, le soltó una reprimenda. Hubo un montón de "¿Por qué no me llamaste de vuelta?" y "¡Has estado ignorando mis mensajes!", pero conforme los minutos pasaron, se relajó. Índigo le explicó sencillamente que volvería a su casa esa mañana. Con voz enfurruñada, Tamar accedió y le dijo que lo hiciera rápido para que pudieran seguir con sus vidas. Un momento después, colgaron.

Índigo se quitó la ropa que lo hacía el hombre que pertenecía a otra época y se puso la ropa con la que había llegado a la casa. Se arregló el cabello y se acomodó el traje. Poco después, la siguiente vez que se vio al espejo, reconoció al inútil miserable que había sido los últimos años.

En la cocina, vio a Krystal sentada a la mesa. Cuando levantó la mirada, Índigo notó que sus ojos estaban rojos. Era obvio que Krystal había estado llorando, lo cual hizo que su pecho se retorciera de formas inimaginables, y aún más cuando Krystal sonrió.

–Buenos días.

–Buenos días.

Un silencio prosiguió mientras Krystal bajaba la vista y tomaba la carpeta que estaba frente a ella, ofreciéndosela a Índigo con ambas manos, como si una sola no fuera suficiente para levantar el liviano objeto.

–Todo está firmado.

Índigo hizo un gesto mientras sus dedos tomaban la carpeta. Estaban agitándose, pero intentó controlar su cuerpo.

10080Donde viven las historias. Descúbrelo ahora