Fue bien entrada la primavera cuando Krystal sufrió un dolor. Empezó a notarlo cuando las migrañas que tenía con frecuencia no desaparecían. También se dio cuenta de que su cuerpo estaba más fatigado. Después de dos semanas intentando soportarlo con el uso de píldoras, cedió. No había mucho más en su mente sobre qué estaba mal con ella excepto que pensaba que eran sólo migrañas que desaparecerían pronto, con una de las píldoras mágicas del doctor.
Fue sin esperar nada y salió sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros, y sobre su corazón también.
Le dijeron que tenía programada una tomografía al día siguiente, y por primera vez, Krystal realmente no quería hacerlo sola. La primera persona que le vino a la mente fue Índigo, su esposo y su apoyo. Viajando rápidamente en subte, Krystal se dirigió al apartamento de Índigo, reprimiendo las lágrimas y tratando de mantener un semblante fuerte.Después se subió a un taxi, sólo para quedarse congelada cuando el taxista le preguntó la dirección. Se dio cuenta de que no la sabía. No estaba seguro. Intentó recordarla, pero no pudo acordarse de la dirección que había conocido antes como la palma de su mano. Nerviosa y molesta, incapaz de explicar esa repentina y temporal pérdida de memoria, Krystal descendió del vehículo y optó por correr, porque al contrario de la dirección, Krystal recordaba con memoria desteñida las calles y las esquinas donde sus viajes en el pasado habían doblado.
Tenía la esperanza de que tal vez se reconciliaran y que tomaría una noche el compensar aquel año tan descaradamente perdido. Krystal había imaginado y esperado, pero mientras veía a Índigo salir de su apartamento tomado de la mano con otra persona y una sonrisa en sus rostros, se detuvo y los miró mientras todas esas esperanzas se derrumbaban.
Y, como el dolor que había estado sintiendo esas semanas, sus ojos se llenaron lentamente de lágrimas, antes de gotear hasta que Krystal no pudo soportarlo más. Con rodillas temblorosas y sus ojos cegados, dio media vuelta y se fue en la dirección opuesta. Sola.
A mitad de año, al comienzo del verano, Tamar se sentó en la cama de Índigo, esperando a que saliera de la ducha. En su mano estaba la alianza de Índigo, la cual Tamar giraba y giraba, inspeccionando cada aspecto y detalle. Pasó el tiempo suficiente como para que Tamar estuviera entretenida cuando Índigo regresó al dormitorio.–¿Qué haces ahí, Tamar? –preguntó con una diminuta sonrisa.
Encogiéndose de hombros, la expresión estoica de Tamar se mantuvo.
–Sólo estaba pensando. De hecho, estuve pensando en esto desde hace ya un tiempo.
Subiéndose los pantalones y tomando una camiseta, Índigo la miró.
–¿En qué piensas? –Cuando vio el anillo en sus manos, suspiró. –Tamar.
– Índigo, ¿por qué no te divorcias de ella y ya? –soltó.
–Tamar, ella es...
–Han estado separados por tanto tiempo –dijo–. Su relación ya estaba más que muerta cuando te conocí. ¿Para qué alargas esto cuando ya ninguno de ustedes siente nada por el otro?
–No puedo tan solo ir y llevarle los papeles de divorcio de pronto –respondió Índigo –. Necesita algo de aviso, al menos.
–Entonces dale aviso –dijo Tamar, cerrando el puño con el anillo–. De hecho, envíale a uno de esos abogados para que le de los papeles. Eso es suficiente aviso, ¿no crees?
–Eso es...
– Índigo. –Tamar le echó una mirada. –Es mejor terminar las cosas ahora, sabes. Así podremos tener un comienzo nuevo tú y yo. Y luego podremos casarnos y ambos podrán seguir con sus vidas. Estás conmigo ahora, y enfrentémoslo, ella probablemente tenga a alguien también.
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10080
RomanceCierto gigante siempre me decía que no tenía sentido llorar al final de las películas que no terminan como nosotros queremos, porque eso no cambiaría nada; y yo le preguntaba por qué estaba tan mal desear un final diferente. Esas palabras no pueden...