Parte 10 (Mi hogar)

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«Te amo, gigante. Gracias por todo...»

Índigo siguió corriendo mientras las lágrimas descendían por sus mejillas, mezclándose con la lluvia que venía del cielo. Corrió tan rápido y tan lejos como sus piernas se lo permitieron, sin importarle adónde estuviera yendo, antes de caer finalmente de rodillas en medio de un parque. El pensamiento de haber perdido a Krystal jamás abandonó su mente, e iba a ser eternamente perseguido por los recuerdos de haber hecho que su esposa firmara los papeles de divorcio y haber desaparecido al segundo siguiente.

Jamás pudo superarlo y continuar.

La culpa de no haber estado ahí para Krystal y haber priorizado todo lo demás por sobre ella, y la culpa de no haber pasado más tiempo con su esposa, invadieron el alma de Índigo y reemplazaron a quien una vez fue un hombre feliz por el inútil miserable que era ahora. Habían pasado varios meses y aun así los sentimientos seguían igual de fuertes, impidiéndole ir a trabajar sin ser castigado con el dolor que su trabajo había originado. También causó tensión en su relación con Tamar, a quien no podía mirar sin pensar en el dolor plasmado en el rostro de Krystal que envolvía su mente. Tras varios minutos, Índigo se levantó de la posición arrodillada en la que se encontraba y contempló los alrededores. Todo lo que veía le recordaba a Krystal, y no pudo evitar llorar y llorar hasta quedarse sin lágrimas y no tener más opción que regresar a su «hogar».

El día siguiente llegó, y por primera vez en un tiempo, Índigo no fue perseguido por las pesadillas de sus recuerdos. Al abrir los ojos recordó que había dormido en el sofá como varias veces antes, incapaz de dormir en la misma cama que Tamar sin sentir una oleada de culpa y arrepentimiento bañando su ser. Cuando se sentó, vio la hora y se dio cuenta de que Tamar ya se había marchado a trabajar. Fue hasta la habitación y vio el libro de Krystal roto por la mitad y lanzado al suelo. Lo recogió, mientras las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas, y releyó la nota del autor, riendo porque estaba haciendo exactamente lo que le había dicho durante tantos años a su esposa que no hiciera. Entonces fue cuando Índigo se dio cuenta de que eso no era una película; era la vida real, y no podía hacer que terminara como él quería. Como ambos querían que terminara.

Hurgó en su armario, se lavó y se cambió, y antes de irse de su apartamento por última vez, apagó su teléfono y lo dejó en la mesada de la cocina, junto con una nota para Tamar y su alianza de compromiso. Echó una última mirada al apartamento que había causado que todo eso pasara antes de colocarse el anillo de bodas que pertenecía a él y a Krystal, asintiendo para sí y tomando luego su chaqueta. Cerró la puerta y abandono la ciudad.

«Ya no puedo hacer esto, Tamar. Para ser honesto, cancelé el divorcio ese día. Lo siento. Adiós.»

¿Ya han terminado con los trámites del divorcio?

―No, señor Grass, no aún. Hay un debate sobre si continuar o no con el asunto, ya que su esposa ha fallecido.

―¿No pueden cancelarlo, entonces? Eso simplificaría las cosas, ¿no?

―Sí, señor, pero ¿está seguro de que eso es lo que quiere?

―Sí, lo estoy. Y me gustaría quedarme con nuestra casa. Pagaré todas las deudas.


Índigo llegó a la vieja finca suya y de Krystal al atardecer, e inspiró hondo antes de ingresar. El interior estaba en gran parte igual que la última vez que había estado allí, pero un notorio silencio y un ambiente sombrío engullían la casa entera. Ni siquiera los rayos del sol a través de las ventanas de los muros azul pastel de la sala le devolvían el brillo. Y había otra diferencia en el lugar: alguien había construido un santuario en honor a Krystal, allí en la sala, y el ver una de las fotos en el santuario causó que los ojos de Índigo se llenaran de lágrimas, mientras que él luchaba con cada fibra de su ser por no llorar frente a su esposa, pero sin conseguirlo. Las lágrimas continuaron cayendo por su rostro mientras tomaba una foto de él y Krystal durante su boda. Ambos hombres estaban sonriendo de una forma feliz y completamente honesta, ataviados con trajes blancos frente a una bella fuente, con Krystal rodeado por los brazos de Índigo. E Índigo nunca fue capaz de volver a sonreír de verdad desde el día en que dejó a Krystal por última vez; la mayoría de sus sonrisas eran falsas y forzadas, para pretender que todo estaba bien.

Mientras continuaba explorando su antiguo hogar, notó que todo estaba ordenado, y lucía como si hubiera sido hecho recientemente. Al llegar a la vieja habitación de él y Krystal, otra oleada de recuerdos y emociones lo consumió, y cayó de rodillas junto a su antigua cama. Los pensamientos de ir a la cama en sus brazos y despertarse de la misma forma. La culpa por haber hecho a Krystal irse a acostar sola, mientras él estaba con Tamar en la ciudad. Sintió una puñalada en el pecho mientras seguía llorando, murmurando una disculpa tras otra a Krystal por no ser el esposo que debió haber sido.

10080Donde viven las historias. Descúbrelo ahora