4. Lights up

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El encantador omega de ojos miel se dio toda la prisa que pudo en terminar de vestirse y desayunar. Corría de un lado a otro de su casa, preocupando a su madre en el proceso.

—¡Temo! —exclamó ella—, ¿qué haces?

—Voy a llegar tarde. —Fue lo poco que pudo responder antes de volver a su habitación en busca de una mejor ropa que ponerse.

Aquel sería el día más importante de su vida. Por fin tendría una cita con Aristóteles y había sido él quien se lo había pedido. Y a pesar de desconocer el lugar al que irían no podía estar más feliz.

—¿Vas a decirle a tu madre a dónde vas? —curioseó Laura a la espera de una respuesta coherente.

Observaba desde la puerta del cuarto de su hijo cómo este revoloteaba, eligiendo con esmero su conjunto y el perfume que llevaría.

—Aristóteles, he quedado con Aristóteles. —Se apresuró a responder vistiéndose con una gran sudadera en color lila, regalo del alfa.

—Oh, está bien —mencionó serena a punto de salir del cuarto.

Temo dejó de arreglar su flequillo frente al espejo y miró a su madre.

—¿De verdad te parece bien? —Ella era difícil de comprender a veces. Un día podía decir sí y al otro decir que un "sí" jamás habría salido de su boca.

—Sí, sí, pero no llegues tarde. Antes de la cena te quiero aquí.

—Sí mamá —exclamó eufórico abalanzándose para darle un abrazo.

Laura se rió. Definitivamente quería otro bebé tan adorable como Temo. En cuanto su marido llegara del trabajo se lo comentaría.

—¿No llegabas tarde? —cuestionó alzando una ceja.

—Oh sí. —Se exaltó retrocediendo, regresando su atención en la elección del perfume.

—¿Necesitas dinero?

—Ya tengo mamá, gracias. No te preocupes. Te quiero, adiós —dijo impaciente, apresurando sus pasos hacia la puerta de salida.

Le dio un beso en la mejilla a su madre y huyó de allí sin olvidar su chaqueta.

Justo en frente de su casa Ari lo esperaba apoyado en el capó de su Range Rover negro con su pose autoritaria. Temo se detuvo, se mantuvo estático mientras el alfa caminaba en su dirección con aquella sonrisa orgullosa que hacía estremecer sus piernas y aceleraba su corazón.

—Lo siento llego tarde. —Se disculpó el omega embelleciendo su rostro con una mueca de sincera pena.

—Tranquilo cariño, por ti esperaría lo que hiciera falta.

Temo se animó e impactó sin brusquedad sus labios con los apetecibles labios del contrario, quien aceptó gustoso el saludo, rodeando con sus brazos la fina cintura.

—Me encanta como te queda esta sudadera, te hace ver aún más pequeño de lo que eres —dijo una vez concluido el beso.

—No soy pequeño. —Hizo un leve puchero y sin fuerza golpeó el brazo que le rodeaba.

Aristóteles le besó la mejilla por eso.

—Vamos, sube al coche.

Se separó de él y ambos se adentraron en el vehículo, siendo su primera acción abrocharse el cinturón de seguridad.

Temo se percató de la bebida en el posavasos y desvío su mirada al alfa, quien entendió en breve aquella sorpresa en su rostro.

—Lo he comprado de camino a aquí. Es ese té frío que tanto te gusta —avisó haciendo rugir el motor—. Si prefieres otra cosa podemos ir a comprarla.

—No es necesario —se precipitó a rebatir—. Quiero esto.

Sostuvo entre sus dos manos la gran bebida fría que contrarrestó con su propio calor y se llevó la pajita a sus labios, sonriendo como todo un niño feliz con su nuevo capricho.

—Solo tú puedes beber tan felizmente un té helado cuando estamos en invierno y la máxima de hoy son 10 grados.

—Es porque me lo has comprado tú —dijo cambiando la frecuencia de la radio para sustituir la horrenda canción por otra mejor—. Además aquí dentro hace calor.

—Eh, ¿quién te ha dado permiso para tocar mi música?

Cambió de marcha, conociendo de memoria la ruta trazada que tantas veces había recorrido y tras un sutil giro de volante hacia la izquierda la casa de Temo fue dejada atrás. Fue en cuestión de segundos que el omega, ignorando aquella pregunta, se percató de las desconocidas calles y se removió inquieto en su asiento, aún absorbiendo el líquido del vaso.

—¿Vas a decirme a dónde vamos?

—Si te lo digo dejará de ser una sorpresa. —Observó de soslayo como fruncía el ceño ante aquella respuesta y una aniñada mueca se apoderaba de sus facciones.

—Eres malo —le acusó.

—Y tú eres precioso —confesó logrando tintar de suaves pigmentos las mejillas del acusador.

Aprovechó la oportunidad que el semáforo que les obligó a detenerse le brindó y arregló un mechón suelto del más pequeño, el cual mantenía su medio puchero y su rubor intactos. Miraba esos ojos miel, sus rasgos finos y delicados y se preguntaba quién era realmente el afortunado. Él por presenciar tal acto de belleza o la belleza por tener el privilegio de ser parte de Temo.

—¿Por lo menos puedo saber si queda poco?

—Media hora —notificó—. Avísame si quieres parar en alguna gasolinera.

—No quiero parar, quiero que lleguemos ya. —Se quejó.

—Qué impaciente.

El alfa interpretó aquello como una petición e incrementó gradualmente la fuerza infringida en el acelerador. Lo hizo sin miedo. Sabía que por aquella carretera no frecuentaría nadie a esas horas, lo había programado. Temo notó el impacto, pero como no lo entendía no lo discutió, pensando que aquella era la velocidad establecida.

En menos tiempo del previsto Aristóteles aparcó en frente de una gran mansión.

—¿Ya puedo saber dónde estamos?

—He alquilado una casa al lado del mar. Tu madre dijo que nunca habías ido y querías verlo. Es una pena que por el frío no puedas bañarte pero te prometo que la próxima vez-

El omega interrumpió todo el discurso y se abalanzó a los brazos de su pareja, aspirando el fabuloso aroma. Nunca se había sentido más feliz, excluyendo la vez que conoció al alfa en mitad del pasillo de la universidad. Eso sin duda era lo mejor.

—Gracias —chilló emocionado.

—Tendrás tiempo de darme las gracias estos dos días.

—¿Dos días? Pero le prometí a mi madre que volvería antes de la cena.

—No te preocupes cariño, uno de mis hombres lo ha solucionado.

Temo se estremeció. Sonaba igual que una de esas pelis en las que el mafioso decía esa frase cuando alguien que trabajaba para el había matado en su nombre, pero él sabía que el alfa no era capaz. Lo observó curioso y preguntó:

—¿Qué has hecho?

—Digamos que tus padres se lo van a pasar muy bien en la habitación de un hotel de cinco estrellas que he reservado para ellos —informó con diversión en su tono—. Quizá tengas un hermano o una hermana después de esto.

—Ugh Ari no digas eso, no quiero imaginarme nada. —Se apartó del abrazo advirtiendo su perturbada calma.

El susodicho comenzó a reírse.

—Vamos dentro, tengo mucho que enseñarte.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora