[Epilogue] If I could fly

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Temo sonreía orgulloso frente al flash de la cámara que su madre había olvidado apagar mientras su novio le abrazaba por detrás, posando como ellos eran para el recuerdo que quedaría siempre enmarcado en el salón de su hogar.

Con la camisa que tan generosamente le había sido regalada por su alfa tras la graduación, Temo celebraba junto a su familia y amigos el fin de su etapa universitaria. Lo que tanto esfuerzo y dedicación le había costado conseguir dos años más tarde que a su pareja. Cerca de la cocina Diego brindaba de un lado a otro en la mansión que los Córcega habían cedido para el momento, arrastrando a Mateo en su entusiasmo personal.

—¿Recuerdas lo que me prometiste hace tres años? —a pesar de encontrarse apartados del festejo el omega tuvo que alzar su voz para cuestionarle a Aristóteles—. Es hora de que me muerdas.

Aristóteles escuchó la petición con gesto inseguro.

—¿Por qué lo quieres tanto? No necesito marcarte para que seas mío.

Si lo necesitaba. Su alfa ansiaba dejar sus dientes marcados en aquel tierno cuello durante todas sus vidas, demostrar a todos sus conocidos e incluso a los desconocidos que ese omega era suyo y solo suyo, la irremediable posesividad que su parte animal ansiaba demostrar, pero no quería obligarle. Tampoco quería que él se obligase.

—Pero yo quiero que lo hagas. Quiero pertenecerte completamente, reaccionar por ti y que tú reacciones solo por mí —declaró—. Además, Diego me ha dicho que después del dolor se siente muy bien.

—¿Sabes que es necesario que estés en celo para que la marca perdure?

Él asintió.

—Lo sé, por eso no me he tomado los supresores.

—Dime que es una broma —rogó.

—N-no lo es.

De repente un intenso olor a miel y lavanda llenó la esquina en la que se encontraban. La agradable esencia que hacía tres años no percibía completamente aceleró su corazón y le hizo mostrar los colmillos con los que debía hacerlo suyo.

—O me muerdes tú o me muerde cualquier otro alfa sin pareja en esta fiesta.

—Temo, cariño, eso es-

—Y yo quiero que seas tú.

Todo se rompió ahí. El chasquido de su cordura siendo anulada. Sostuvo su mano en todo momento mientras lo hacía detrás de él. Primero lamió el punto de unión, lo besó y mordisqueó recibiendo incesantes jadeos y algún que otro gemido.

—No juegues —decretó en su queja.

—Tan impaciente.

Y le mordió. No le permitió decir más. Clavó sus dientes en aquel punto concreto enviando una oleada de plenas y diferentes sensaciones que llegaron a ellos de forma caliente y apresurada. De un momento a otro cada rincón de sus cuerpos sentía la electricidad sobrepasar los límites del placer, como si fueran elevados al cielo después de haber llamado a las puertas del infierno. Era irreal, surrealista. El agarre en sus manos se profundizó y liberó su cuello. Ambos jadeaban presos de la más íntima pasión.

—Ahora por favor tómate un supresor. No quiero más sorpresas.

Temo se estremeció al acariciar la profunda marca que pronto cicatrizaría y los uniría al fin como alfa y omega. Sin contenerse se lanzó a los brazos de alfa, el lugar al que pertenecía, y se quedó allí un momento que juraba debía ser eterno.



1 año después


La pequeña bebé en frente de él lo miraba sonriente mientras su madre se apresuraba por limpiar el sutil hilo de baba que resbalaba por su barbilla. Lo reconocía, era adorable, pero su hija lo era más.

—¿Los dos con nata? —le cuestionó la chica terminando de preparar sus bebidas.

—Solo uno.

Con ambos vasos en una sola mano salió de allí directo a su coche, donde su precioso omega esperaba ansioso su chocolate caliente. Fue corriente la imagen que lo recibió al llegar, sin embargo, Temo tenía el poder de convertir en maravilloso lo corriente, y así fue cómo lo sintió cuando vio a su pequeña niña de apenas dos meses succionar con calma la única comida que en ese momento su cuerpo era capaz de aceptar.

—Me estoy poniendo celoso aquí. Antes esos pezones eran solo míos. No sé si me está gustando compartir.

—Aristóteles no seas así —le discutió y en un tono más bajo añadió—: ya llegará tu turno... quizá esta noche... ¿Me das mi bebida?

Vio el giro brusco en sus palabras y lo aceptó, dispuesto a arrebatarle toda esa vergüenza en la cama. Le entregó su bebida en la mano con la que no sostenía a la bebé y bebió de la suya mientras Temo terminaba de amamantar a Sunny.

—Papi es un tonto, ¿verdad preciosa? —Ella observó con sus ojos curiosos bañados en el mismo mar que el omega y como si hubiera entendido la pregunta produjo un sonido parecido a una aceptación.

Temo se rió por eso, sin embargo, Aristóteles acarició su antebrazo y eso sustituyó su risa por un gemido de sorpresa.

—¿Aún te duele?

—Ya no —respondió observando los dedos del alfa sobre su reciente tatuaje como un acto reflejo.

Aristóteles delineaba con suavidad el dibujo en la piel levemente enrojecida y en tono serio dijo:

—Esta brújula, Temo, representa el camino a casa. El barco siempre es guiado por la brújula, y yo, sin importar donde estés, siempre seré guiado por ti hacia ti, ¿lo entiendes?

El omega le demostró la emoción que esas palabras le habían hecho sentir a través de un tierno beso. Acto que, aunque Debbie no entendía, observó contenta.

Sin querer y sin pedir permiso Temo había invadido su vida desde el primer momento que lo vio y él, perplejo y complacido, siempre esperaba dócil por su siguiente movimiento.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora