10. Treat people with kindness

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Como prometió, el alfa terminó su trabajo a tiempo para llegar a su casa donde Temo iba a ser disciplinado por su indebida conducta.

—Me voy.

Blair se sorprendió y dirigió su mirada a su compañero, el cual comenzaba a ponerse la chaqueta con la intención de cumplir lo dicho.

—Pero si aún no hemos terminado.

—Yo sí —dijo entregándole su parte del trabajo hecho—. Hazlo como puedas.

Ella asintió, imaginando el importante asunto que le hacía al alfa tener tanta prisa por irse. Era tan obvio. Internamente sintió el estallido de risa que, en el lugar en el que se encontraba, solo podía reflejar en su rostro con una débil sonrisa. Por suerte Aristóteles se fue antes de verlo. Tal divertida anécdota casi hace que se olvide del mensaje que debía enviarle a su novia antes de salir de la biblioteca.



[...]



Hacía algo más de media hora que Temo se había despedido de su amigo y había ingresado en la casa de su novio con la copia de su llave. Se había instalado en su habitación como si realmente fuera suya, rodeado de las almohadas que le transmitían el aroma hogareño que tanto amaba mientras el pensamiento de todo lo que habían hecho y les quedaba por hacer se desenvolvía en su mente.

La imagen del alfa sobre él, demostrando en cada roce, en cada beso, aquello que las palabras no podían describir... Su entrada se lubricó tras la leve fantasía y se encontró a sí mismo siendo reducido a un instinto, sintiendo las llamas en su piel del ferviente deseo de ser aliviado. La ropa comenzaba a estorbar a pesar de las bajas temperaturas externas y eso le hizo desprenderse de sus pantalones sin pensar en ninguna consecuencia. Tan solo seguía los dictámenes de su omega y su omega quería ser llenado.

No esperó por Aristóteles. Deslizó sus dedos por debajo del material de sus bragas y se atrevió a juguetear con la zona sensible. El olor del alfa esparcido por la habitación le ayudó a profundizar en su mente de tal forma que él parecía estar allí, con él. Lo intentó durante varios minutos, no obstante, sus dos dedos eran insuficientes comparados con la sensación producida en su cuerpo por el alfa la primera y última vez que se adentró en él de aquella manera tan personal y gentil que sabía nunca podría olvidar. Pese a todo, los gemidos atravesaban involuntarios desde su garganta hasta el fondo del pasillo. No tenía control, ni vergüenza y Aristóteles quiso disfrutar el espectáculo hasta el final, sin embargo, su nombre saliendo de los exquisitos labios nubló su juicio haciéndole interrumpir en la habitación.

—¿No tendrías que haberme esperado?

Temo se espantó ante la intromisión, aun así, hizo un esfuerzo por responder con su mejor voz.

—¿Sí?

—Primero me espías y ahora empiezas a jugar sin mí —Aristóteles negó descontento ante la actitud trivial—. Los niños malos necesitan ser castigados.

El omega interesado por la tentadora oferta no vaciló en su reacción. Consintiendo las acciones que sucederían en esa cama se abrió para su alfa, totalmente determinado a deleitarle en una armoniosa demostración de lo que podía hacer piel con piel. Aristóteles dudó un instante sin quererlo. Ver a su omega tan dispuesto despertó una respuesta en él que creía inexistente.

Se desnudó en segundos, la ropa parecía querer abandonarle y él estaba bien con eso. Tiempo no le faltaba para disfrutar de su omega, pero cuánto más mejor. Se hizo a un lado en la cama tan apresuradamente que Temo se vio de repente sobre el cuerpo esculpido por los dioses, a merced de su toque y su cariño, como dos animales sedientos de algo más que una simple noche de placer.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora