3. Adore you

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Hacía un rato que habían llegado a la gran mansión y Aristóteles estaba ansioso por empezar a satisfacer al omega.

—Sube a mi cuarto, ahora voy yo.

Temo asintió y subió las escaleras caminando hacia el ya conocido dormitorio. En cuanto entró tiró su mochila y corrió a sentarse en la cama cubierta de suaves sábanas azules que tanto le gustaban debido a la sugerente esencia del alfa.

En un estado parecido al de embriaguez se tumbó consiguiendo una almohada a la cual abrazarse e impregnar su propia fragancia.

—Aristóteles —susurró en un tono imperceptible.

Por suerte el alfa tenía el sentido del oído bastante agudizado.

—Dime —habló observando el espectáculo desde el umbral con los brazos cruzados.

Aquella inesperada respuesta logró asustar al omega que tiró el cojín que abrazaba al pecho del culpable. Aristóteles se encogió de hombros ante el cosquilleo que ocasionó el ataque.

—No me asustes así. —Se quejó procurando calmarse.

—No lo hago. —Se defendió.

Temo hizo una mueca adorable en forma de reproche.

—Túmbate ahí —demandó señalando el escritorio desprovisto de objetos innecesarios.

Temo lo miró poco convencido, aun así, obedeció sin protestar. Posicionó su torso sobre la mesa del escritorio, exponiendo así sus caderas bajas que, sin él ser consciente, en poco tiempo serían desprovistas de su vestimenta.

«Definitivamente se merece un premio», fue lo que Aristóteles pensó.

—¿Qué harás? —cuestionó sin comprender.

—Tranquilo cariño, no llegaré muy lejos y sé que te gustará. Es un regalo por haberlo hecho tan bien antes. ¿Confías en mí?

—Confío en ti.

Dicho aquello se deshizo de los pantalones, la primera prenda que impedía su objetivo, abrumado y paralizado al descubrir lo que escondía bajo su ropa.

—En serio quieres matarme.

Unas ajustadas bragas de encaje en colores claros se amoldaban perfectamente a un redondo y gran trasero.

—No quiero matarte, ¿por qué dices eso? —Miró hacia atrás alterado, la preocupación percibiéndose en su aguda voz.

—Joder bebé mira que culo. Me encanta; me encantas —lo calmó entre halagos, su voz sonando un tono más grave por la excitación—. Ahora necesito que te relajes, ¿puedes hacer eso por mí Temo?

Repartió suaves besos por el punto de unión en el cuello, haciendo estremecer al sumiso, y lentamente retiró la lencería.

—P-puedo —susurró de forma débil.

—Perfecto.

Se colocó en posición, sosteniendo con sus grandes manos los carnosos músculos que formaban aquella divinidad y los separó, mostrando la ceñida y rosada entrada lubricada.

—No lo mires tanto por favor —suplicó absolutamente avergonzado.

—Lo siento Temo, eso no puedo hacerlo.

Con excesiva rapidez deslizó su lengua por el orificio deleitándose del extraordinario sabor.

—¡Aristóteles! —exclamó por la inesperada acción.

—Shh tranquilo —lo acalló besando y marcando la sensible carne de alrededor.

Sin aviso previo adentró el dedo medio en el resbaladizo y estrecho anillo de músculos recientemente sensibilizado.

—Ngh, pero se siente extraño —dijo, sosteniéndose de la mano ajena sobre su cadera.

Aristóteles se detuvo.

—¿Te duele? —cuestionó preocupado—. Si te duele podemos parar.

—No alfa, no duele. E-estoy bien, no te detengas —ronroneó liberando una sustanciosa cantidad de feromonas.

Su celo se acercaba. Aristóteles lo percibió aún a través del supresor que se había tomado antes de entrar.

—Mierda.

Su dedo comenzó a moverse de dentro hacia fuera. No detenía sus besos húmedos y cariñosos sobre la zona mientras mantenía su mano libre acariciando la del omega que no paraba de gemir. Un ruido obsceno retumbaba a lo largo de la estancia entremezclándose con los agudos chillidos del sumiso.

—Sabía que serías ruidoso, pero no imaginé que tanto —pronunció con orgulloso ímpetu, sin embargo, Temo lo entendió de otra forma.

—¿Te molesta-ah?, l-lo siento alfa puedo para-ah-

—Ni se te ocurra dejar de gemir para mí —lo interrumpió conociendo las conclusiones a las que podría llegar. Definitivamente no quería eso—. Me encanta el sonido de tu voz en todo momento.

Adentró un nuevo dígito esta vez acompañado de su lengua experta. Masajeaba la parte interna en busca de aquel punto concreto de placer mientras estimulaba y relajaba su entrada, deleitándose de las exquisitas sensaciones.

—Ah, ¡Aristóteles! —jadeó.

El aludido sintió la estrechez de las paredes sobre él cuando atinó en el sitio correcto.

—¿Es ahí? ¿Se siente bien?

—B-bien, muy bien. —Logro decir a través de los gemidos.

Los dedos se movieron más rápido, siendo tres los que se abrían paso entre las paredes dilatadas y empapadas. Aristóteles podía sentir el lubricante resbalando por su mano, aunque no le dio importancia, más bien agradeció haberlo grabado y poder usarlo para sus propias sesiones privada de autoestimulación.

El omega volvió a chillar, ajustando el movimiento de los dedos al de su cadera. Se sentía al borde del colapso.

—Temo, cariño, eres completamente perfecto. —Dio un cariñoso beso en el muslo, estimulando sin descanso el orificio todavía virgen.

El omega gimió conforme. Aquel tipo de palabras y halagos siempre conseguía hechizarlo entre oleadas de sensaciones placenteras y excitantes que se veían reflejadas en el centro de su estómago.

Fue inevitable cuando alcanzó su orgasmo casi desvaneciéndose sobre la mesa, pero sin dejar de enredar su mano en la del alfa: completamente cansado y adormilado.

—Joder bebé acabas de tener un maldito orgasmo seco, ¿seguro que no eres una mujer?

Lo que significaba que, aunque había llegado no se había corrido, al igual que una omega hembra. Pero no, él estaba seguro de lo que era. Así que sin darle importancia se giró para mirar al causante de tal desastre en su cuerpo.

—Mmhm, Ari sueño —avisó apenas sin fuerzas.

—Menudo crío mimado me he conseguido. —Pese a la queja sabía que era incapaz de negarle nada a aquel hermoso cachorro.

Con sumo cuidado lo rodeó en sus brazos y lo llevó a la cama de matrimonio, donde descansaron juntos las horas siguientes hasta el momento en el que Temo debía regresar a su casa.

—Cuídate pequeño, mañana vendré a por ti con el coche —dijo en forma de despedida en la puerta de la casa del menor, el cual asintió y meneó su mano marchándose a su hogar.

Un hogar incompleto sin el alfa.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora