6. Falling

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Era la última hora antes de que Temo diera por finalizadas sus clases y pudiera ir corriendo a abrazar a su alfa. Lo deseaba tanto, sus mimos, su aroma, sus dulces palabras, pero sobre todo su compañía. Se conformaba con estar entre sus brazos.

Tal fue su entretenimiento, ocupado en imaginarse siendo abrazado por el alfa, que no escuchó el aviso del director. Aunque para su suerte Diego le dio un codazo para advertirle.

—¿No lo has oído? —preguntó y ante la confusión de su amigo añadió—: el profesor no ha venido, podemos irnos a casa ya.

Vio cómo todos a su alrededor recogían sus cosas y salían del salón con prisa.

—Me quedaré a esperar a Ari, ¿te quedas conmigo?

—Ni hablar, porque eso significa esperar a Mateo y aún estoy enfadado con él.

Temo entristecido hizo un puchero para convencer así a su amigo de quedarse con él.

—Oh no, eso sí que no —comenzó Diego recogiendo su mochila—. No pienso caer en ese viejo truco, estás solo.

Y sin dudarlo se fue de allí dejando a un sorprendido omega que no tuvo más remedio que resignarse y recoger sus cosas para esperar a su pareja sentado en uno de los acogedores sillones de la sala de espera. Sala de la cual solo él podía hacer uso.

Los primeros veinte minutos se mantuvo sentado, variando de vez en cuando la posición por comodidad. Analizó cada objeto de la habitación con el que pudiera entretenerse y hacer así ameno el tiempo, pero fue imposible. Todo lo que allí había eran papeles y más papeles que no entendía, aunque sabía no debía tocar, libros que no quería leer y figuras decorativas que no servían para nada más que decorar una estancia aburrida.

Podría haber hecho uso de su móvil si no fuera porque este se había quedado sin batería poco tiempo atrás. Una tragedia tecnológica. De modo que sin muchas más opciones se decidió por hacer los deberes de la semana siguiente.

Estaba a punto de terminar y solo quedaban quince minutos para que Aristóteles saliera de clase así que, con toda la rapidez que pudo, guardó los libros en su mochila y se dispuso a encontrarse con él. Caminaba sin prisa, como hacen los felinos por instinto, siempre con esa preciosa sonrisa adornando su rostro.

Viendo como aún le sobraba algo de tiempo se apresuró a ir al baño. No podía permitir que Aristóteles le viera despeinado, oh, eso jamás.

Sin embargo, hubiera sido preferible arreglar su flequillo en cualquier otro lugar. Cuando entró su reluciente sonrisa fue borrada y reemplazada por una mueca de disgusto. Aquel chico que lo había maltratado y que Aristóteles quería asesinar se encontraba allí, tranquilamente fumando.

Era tan incómodo, pero ya había entrado. Simplemente iría hasta el espejo, se miraría y se iría. Simple.

De verdad que no quería arruinar su perfecto plan, pero la curiosidad fue más fuerte. Cuando estuvo frente al espejo no pudo evitar observar por un breve segundo el reflejo del intruso, el cual daba la última calada a su cigarrillo antes de tirarlo.

—¿Qué coño miras? —exclamó de repente aquel alfa aterrador, haciendo a Temo dar un saltito del susto.

Aterrado porque lo que pudiera ocurrir fuese peor que la última vez trató de huir de allí sin mirar atrás, viéndose inmovilizado en un ágil movimiento del extraño.

—Eres muy valiente si está ese alfa cerca, pero sin él no eres nada, ¿eh?

Temo intentaba deshacerse del agarre con todas sus fuerzas, aunque sin mucho éxito. Sus patadas quedaban en el aire, sus puños ni siquiera le rozaban y la lucha de su cuerpo por liberarse no era suficiente.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora