[Extra] Meet me in the hallway

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Del día en el que el chocolate se encontró con la miel.


La vida era un completo infierno para Aristóteles desde que a los catorce años había sido declarado alfa dominante. Desde ese momento sus padres se volvieron más estrictos con sus estudios, comenzando a esperar mayores logros de él. Los que creía eran sus amigos solo eran víboras rastreras que se acercaban a él por el hecho de pertenecer a tan "importante" casta. Todos esperaban que fuera perfecto y eso creó en él una barrera de desprecio ante los que le rodeaban, llegando así a odiar a todo aquel que se acercará con intenciones desconocidas.

El único amigo que había sobrevivido a sus constantes cambios de humor y al que aún toleraba era Mateo. Al poseer los mismos genes dominantes sabía con certeza que podía confiar en la autenticidad de su amistad. Y aunque nunca lo demostrase, agradecía tener a alguien a su lado con quien mostrarse sincero. Sobre todo, desde que habían accedido a la estresante universidad que dirigía su padre.

Esa extraña mañana Mateo había decidido abandonarle para ir a ver a su nueva pareja: un omega de primer año, alegando que su amigo ingresaría ese día y debían ayudarle a encontrar sus clases. Tampoco exigió más explicaciones, no le interesaban demasiado los asuntos no relativos a lo que él consideraba su entorno más cercano.

—Perdona, ¿podrías ayudarme a encontrar la clase 3B?

Observó al portador de aquella aguda voz tras su espalda. Por su complexión y el tenue aroma parecía ser un omega. Todo en el gritaba miedo y timidez, aunque no lo culpaba. De toda la universidad el pobre había cometido el error de pedirle ayuda al alfa más dominante y menos amable que iba a encontrarse, posiblemente, en toda su vida.

—No —fue su indiferente respuesta, como era de esperarse.

—P-por favor... No hay nadie más a quien pueda pedirle ayuda. —El nuevo sollozó, no queriendo ceder en su insistencia. Y aunque era raro, admitía, también era valiente.

Entonces Aristóteles lo pensó. A cualquier otro ya lo habría dejado ahí solo y se habría largado sin mirar atrás, sin embargo, ese pequeño parecía activar un lado en su alfa que no quería creer.

—Sígueme.

El omega sonrió aliviado y contento de conseguir, finalmente, ser guiado hacia su clase. Estaba seguro de haberse perdido del todo en el gran edificio si no hubiera sido ayudado.

—Por cierto, me llamo Cuauhtémoc. ¿Cómo te llamas tú?

—Aristóteles.

—Gracias por ayudarme Aristóteles. —Su nombre pronunciado por aquellos labios sonaba mejor de lo que admitiría nunca.

—No me las des. También tenía que ir allí de todas formas —mintió. Debía estar enfermo, aunque no tuviera síntomas. Ese no era él. No era el chico amable al que le pudieras dar las gracias, jodidamente no, pero sus piernas no iban a detenerse.

—¿Seguro? No pareces de primer año. —Pasaron el siguiente pasillo y se encaminaron a las escaleras.

Maldito chico listo.

—Y no lo soy. Solo tengo algo que hacer.

—Ah, ¿y qué tienes que hac-

—Es esta. —No le permitió terminar de preguntar.

Él estudió el lugar decepcionado.

—Mmhm, no están. Aún quedan diez minutos, quizás están de camino... Esperaré —murmuró confundido revisando su móvil—. ¿Qué vas a hacer tú?

—¿A quién esperas? —Aún sin una excusa decente esquivó la dichosa pregunta con otra.

—A mi amigo. Vendrá con su novio para explicarme el funcionamiento de este sitio.

La situación le resultaba familiar, aunque no le importó, más bien lo ignoró.

—Esperaré contigo.

—¿De verdad? ¿Puedes? —notó la batalla interna que el omega estaba sufriendo. Por una parte, parecía no querer despedirse del alfa, pero por otra parte no quería que su egoísmo se entrometiera en sus asuntos—. Quiero decir, ¿no tienes algo que hacer?

—Lo haré después.

Temo no fue capaz de evitar demostrar su alegría a través de una enorme sonrisa. Una sonrisa de esas que hace cerrar sus ojos y mostrar pequeñas arrugas en los bordes. Aristóteles se dedicó un momento a observarlo detenidamente. No sabía cómo se veían los ángeles, por dios ni siquiera era creyente, y aun así creyó que ese delicado omega habría podido ser el más bello de todos aquellos seres alados. A través de su mirada veía reflejado el mismísimo cielo del que debía proceder y el que nunca debió abandonar, porque de todas las personas él había decidido mostrarse débil frente al diablo. Aunque tras notar todas sus murallas cayendo a causa de un desconocido, no supo decir con exactitud quien era el débil. No lo hizo notar en su expresión. Jamás lo confesaría.

Diez minutos de conversación le hicieron comprender cuál era su destino y la luz que podría iluminar sus tinieblas.

Poco después un exaltado omega envolvió entre sus brazos a Temo en una preocupada expresión. No tan sorprendentemente Mateo iba con él. Podría haber sido una grata casualidad, aunque Aristóteles estaba más centrado en captar todo gesto del omega de ojos miel.

—Temo estaba tan preocupado, ¿dónde estabas? Te dije que no te movieras de la puerta principal.

—Estoy bien, Aristóteles me ha ayudado a llegar.

—¿Qué Aristóteles te ha ayudado? —Esa vez cuestionó Mateo.

—Sí, es muy amable —dijo acariciando levemente sus yemas.

Su piel era tan suave y su mirada tan pura... ¿Iba a dejar escapar a ese omega? Definitivamente no. Lo protegería de todo y de todos.

Y no se arrepintió de su decisión.

Captar su atención fue más sencillo de lo que esperó. Al parecer Temo se sintió debilitado de la misma forma por el alfa, por sus adorables rizos y esa manera que tenía de observar el mundo como si solo fuese un niño protegiéndose tras una espada rota. Aquello facilitó la situación hasta el punto de convertirse en una pareja formal en menos de un mes.

Al principio todos en la universidad se habían asombrado con la noticia, aunque después de unos días todos se acostumbraron a la inusual pareja. Lo que tenían ellos era tan imposible, pero Temo con su pureza inmarcesible lograba apaciguar el arisco carácter del alfa. Le encantaba pasar tiempo cerca de su tímido chico, el único que estaba con él por quien era y no por quien esperaba que fuese. Sinceramente su omega era tan inocente que por eso nunca esperó las palabras que susurró en su oído en mitad del pasillo el día que casi se convierte en asesino por un cretino que creía poder propasarse con lo mejor de su vida.

Si lo sueltas, Aristóteles, te prometo que te daré una mamada inolvidable.

Dónde había aprendido a provocar así era algo que averiguaría después de saciar su curiosidad con aquellos seductores labios. No iba a rechazar tan indecente y tentadora oferta.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora