7. Canyon moon [2/2]

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—No eres consciente de lo que me estás pidiendo —rebatió de forma evasiva.

Pero Temo lo evitó.

—Lo soy. Por favor.

Aquella mirada fruncida delataba un atisbo anhelante que Temo registró. Se acentuaba por segundos en sus cítricos iris desapareciendo tras el negro tinte de sus pupilas.

Se abalanzó a los brazos de Aristóteles y de alguna manera desconocida intensificó su fragancia natural. Aristóteles se paralizó. La cercanía del omega y los excesivos roces que este no dejaba de otorgarle en su zona más sensible causaron la caída de todas las murallas que se había auto impuesto meses atrás. Llegados a ese punto no se molestó en apartarlo.

Fue tan desobedientemente morboso que acabó cediendo por él.

Sin darle tiempo a razonar unió sus labios con los del insistente omega en un beso lascivo y obsceno, no concibiendo romanticismo tras semejantes insinuaciones. Removió su lengua deliberadamente contra la del otro, empeñado en aprenderse de memoria su sabor. Cuando se separaron Temo gimió alto y se deshizo en la cama, cayendo derrotado aún habiendo ganado.

—Ni siquiera hemos empezado y estás así. ¿Estás seguro de querer continuar?

Temo no pensó demasiado su respuesta. Estaba en frente de lo que tanto quería y solo un par de prendas lo separaban. Mejor respuesta imposible. En un acto de valentía se dirigió a los pantalones que impedían su trabajo y los deslizó hasta el suelo junto a la ropa interior, centrando su atención en aquello que ya había retenido entre sus labios.

Aristóteles jadeó abrumado ante las acciones del niño. Desconocía por completo aquellos comportamientos, pero aun así le satisfacían. La forma en la que esos ojos le miraron antes de estimular por completo su hombría como un experto, hacía que un extraño deseo por tocarle le ardiera en sus yemas.

—Tiene que hacerse más grande, ¿verdad? —preguntó conservando aquel toque de inocencia que no hizo más sino que incitar al alfa en ese enredo fatídico de final indescifrable.

En una jugada rápida deslizó su lengua a lo largo de la creciente erección, desestabilizando la poca cordura que solía identificar al alfa en un sencillo recorrido de saliva. Viendo como sus lamidas le afectaban optó por seguir adelante devorando todo lo que su boca se podía permitir, gimiendo de orgullo y satisfacción al apreciar la mitad de aquello adueñándose de su garganta.

Fue una sensación gloriosa para ambos.

Aristóteles rugió grave en respuesta a la caótica escena que estaba presenciando, lengua cálida tentando su autocontrol y un cosquilleo embriagador paseándose por su abdomen. Decir que pudo contenerse después de eso sería mentir. Con movimientos exagerados arrastró aquel cuerpo sobre la cama y posicionándose entre sus piernas le arrancó toda la ropa sin contemplaciones, no había lugar para eso en aquella cama en la que solo cabían ellos y esas ganas suyas de hacerle el amor.

—N-no puedo más Aristóteles. Hazlo ya, métela ya —rogó con impaciencia, alargando sus brazos para quitarle la sudadera al alfa en modo de venganza.

Tuvo que morderse el labio inferior cuando vio aquel torso expuesto: tonificado y lleno de tatuajes hasta su brazo izquierdo.

—Ssh no seas impaciente cariño —susurró cerca del lóbulo de su oreja—. Primero tengo que prepararte.

Los dedos del alfa se acomodaron instintivamente en las pronunciadas caderas, oprimiendo aquella zona con destreza aprendida. La suavidad y el calor que la piel ajena transmitía le incitó a continuar. Lamió sus propios labios antes de inventar un camino con su lengua con el que descubrir cada tramo que componía aquel exquisito cuerpo y saborearlo como debía. Recorrió desde su cuello hasta la clavícula izquierda, deteniéndose allí para marcar esa zona invisible a los ojos curiosos, y bajó a su pezón en el mismo momento que uno de sus dedos se introdujo en el orificio lubricado.

No quiero irme a casa sin ti | Aristemo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora