PRÓLOGO

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—Necesito salir de tu vida, de verdad espero que comprendas, no puedo quedarme ahí contigo —más sollozos se hacen presente.

—Amor, ven y hablemos, por favor...

—No, entiende, es suficiente, nunca seremos felices con todos los problemas que tenemos.

—Mi Diosa, no me hagas esto, por favor, no te rindas...

—No puedo, lo siento —su llanto me desespera.

—Emma, no me dejes, podemos solucionarlo juntos, podemos hacerlo, por favor, no te vayas de mi lado —suplico—. Lo prometiste, amor, hablemos.

—No Sandro, se acabó, es todo, sé feliz.

—Amor, te lo pido...

—Lo siento —apenas pude entenderla, parece que se está ahogando.

—Te amo mi Diosa...

—Adiós...

Emma terminó la llamada, me dejó en shock, simplemente no entiendo que sucedió. Llamo a Emma, pero su teléfono está fuerza de servicio.

—Maldición —grito y tiro el teléfono al suelo.

Subo a mi auto y voy a la casa. Ella tiene que estar ahí, definitivamente tiene que estar ahí, no puede hacerme esto, hace unas horas nos dijimos cuanto nos amamos.

—Por favor mi Diosa, tienes que estar en la casa, prometiste no dejarme —susurro y acelero lo más que puedo.

Gracias al cielo no hay tráfico, en veinte minutos llego a la casa. Dejo el auto fuera e ingreso con prisa, Mel me recibe, pero la ignoro y paso de frente.

Subo a la habitación y la busco, ingreso al closet y toda su ropa está ahí. No comprendo que está sucediendo, ella tiene que volver, definitivamente está juagando.

— ¿Y si la secuestraron? —Hablo en voz alta—. No puede ser, es imposible.

Busco mi teléfono y aviso a las autoridades, los inútiles me dicen que debo esperar 48 horas. No puedo esperar tanto, necesito ver a mi mujer, necesito que me diga que estaba bromeando.

Claro que tiene que ser una broma, todas sus cosas están aquí y mi corazón no me dice que ella está en peligro como sucedió aquella vez. Sé qué volverá, ella no puede dejarme, no lo haría.

Arrojo las lámparas de la mesa de noche y se rompen. Grito frustrado y escucho unos pasos apresurados por el pasillo, salgo de la habitación pensando que es ella, pero no.

—Sandro, ¿Qué te sucede? —Habla mi madre—. ¿Qué es todo ese ruido?

—Emma... —susurro.

— ¿Le pasó algo? ¿Ella está bien? —habla mi padre...

—No lo sé, me llamó, me dijo una serie de cosas que no pude entender —grito y golpeo la puerta, mis padres se acercan y me meten dentro de mi habitación.

—Cálmate, dinos que pasó —ordena mi padre.

—Me llamó, me dijo que ya no podía seguir, de disculpó y me dijo adiós —habla un poco frustrado—. Me dejó, mi mujer me dejó.

—Eso es imposible Sandro, ella te ama...

—Creí lo mismo, pero no está aquí, intenté llamarla y su teléfono está fuera de servicio...

—Tal vez la secuestraron...

—Llamaré a David, él puede ayudarme —cojo mi teléfono y busco su número—. No me quedaré de brazos cruzados.

—Sandro, ¿A qué debo tu llamada? —habla David.

—Emma no está —digo y él bufa.

—A ver ¿Qué estás diciendo? —pregunta exaltado.

—No está, no la localizo por ningún lado, por favor, ayúdame —suplico.

—Eso no tienes que pedirlo, sabes que arriesgaría mi vida por ella...

—Lo sé...

—Iré a tu casa y me explicarás todo detalladamente —dice y termina la llamada.

—Sandro, es imposible que te haya dejado —dice mi madre y yo cubro mi rostro—. No saques conclusiones, trata de pensar con calma.

—Lo intentaré, pero la forma en la que me habló fue tan real, que dudo mucho que haya sido una simple broma o un mal entendido.

—No te tortures, pronto encontraremos una explicación —dice mi padre mientras se acerca y me da un apretón de hombros.

—Te traeré un café...

—Quiero estar solo... 

Tú, Siempre Tú #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora