"Me pintaste un cielo azul
Y luego vuelves y lo conviertes en lluvia"
Donde los planes y la vida de Aurora Fitwilliams son volteados de cabeza con la llegada de una nueva y singular familia a Forks, el pequeño pueblo en el que vive (y odia).
Edward...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
✩。:*•.───── ❁ 1 ❁ ─────.•*:。✩
Comenzar el año escolar con un nuevo tinte y corte de cabello en la mayoría de los casos resulta una gran idea, sin embargo no lo es cuando vives en un pueblo pequeño con personas con cerebros aún más pequeños.
No es que eso aplicara a todos los habitantes de Forks, pero a lo largo de su vida, Aurora se ha topado con personas las cuales le han hecho cuestionarse cómo es posible que anden por las calles sin un gramo de materia gris.
Suponía que eso sucedía en cualquier parte del mundo, aunque eso no lo ha comprobado porque jamás ha pisado tierra diferente a la de Forks. Lo más lejos que ha ido es a Port Angeles.
"¡Aurora, se te hará tarde!" Escuchó gritar a su mamá desde el piso de abajo.
Aurora soltó un suspiro mientras daba un último repaso a su reflejo en el espejo. Mismos ojos celestes idénticos a los de su madre y abuela, las pecas en sus mejillas, misma nariz recta, sus labios aunque delgados tenían una pigmentación rosada natural como si estuviera usando algún lipstick.
Luego, repasó su atuendo, que estuviera todo en orden; consistía en un suéter de lana color rosa palo, unos jeans negros que se ajustaban a sus piernas, sus botines negros favoritos (que no sólo lucen bien sino que además son lo suficientemente pesados en caso que necesite patear a alguien). Estos últimos fueron un regalo de su abuela.
Soltó un suspiro y sacudió sus hombros tratando de aligerar la tristeza que la embargo al pensar en su abuela, quien había muerto hace tres meses apenas. Había partido en paz, murió dormida, sin darse cuenta que esa sería su última respiración, así como Aurora no supo que esa noche sería la última en la que su abuela le daría un beso de buenas noches.
Su abuela siempre había estado ahí para ella, y cada día la extrañaba más. No sabía si alguna vez iba a poder superar su muerte o si solo aprendería a vivir con el dolor en su pecho.
Ese día sería su regreso a clases, inicio de un nuevo ciclo escolar y la primera vez que bajaría las escaleras hacia el primer piso y su abuela no estaría esperándola en el comedor con supanqueyuno.