La prisión

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La prisión era un enorme edificio de cemento situado a varias cuadras de la calle principal de mi ciudad. Ocupaba casi una manzana y la construcción estaba rodeada por vallas alambradas de casi el doble de mi altura, Sophie me había explicado que al entrar me encontraría con una oficina en donde me preguntarían ciertos datos para corroborar mi identidad y luego de revisarme para asegurarse de que no llevara ningún elemento extraño, me conducirían a la sala de visitas donde podría ver a Sam y hablar con él. Un policía supervisaría nuestra charla.

Me había tardado una hora en llegar hasta allí en taxi, Sophie me había querido acompañar pero un caso urgente en el trabajo lo había impedido, Emma no sabía nada de lo que me proponía hacer por lo que no podía pedirle que me llevara, no estaba lista para decirle que vería a Sam, estaba segura que en el momento en que lo hiciera tendría que soportar un extenso sermón.

Aún no sabía qué le diría a Sam o por qué había aceptado seguir el plan de Sophie pero de alguna manera mi amiga me había convencido y allí me encontraba, frente a ese enorme edificio. Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas y sabía que debía ir con cuidado si no quería sufrir un ataque, la valla metálica estaba a tan solo unos pasos de mí, inspiré una gran bocanada de aire y me dispuse a atravesarla. O eso hubiera hecho si una mano no me hubiese cubierto la boca y arrastrado en contra de mi voluntad hacia un callejón lateral a la prisión.

No podía ver quién me había agarrado pero sin dudas se trataba de alguien fuerte, sus brazos se asían con firmeza a mí alrededor inmovilizándome, traté de zafarme rasguñando y lanzando patadas pero me fue imposible.

- Quédate quieta. No te haré daño- me susurró por detrás mi atacante, era una voz masculina. Sentía su pecho agitado contra mi espalda, le propiné una patada con toda la fuerza que tenía en la pierna, él gritó de dolor y me sentí extrañamente gratificada- En serio Vanss, ¡deja de golpearme!

Me quedé helada, él sabía mi nombre, en ese momento ya no tenía ninguna duda de quién se trataba. Al notar mi falta de resistencia, sus brazos me soltaron y apenas me sentí libre me alejé lo más que pude de él, mi espalda chocó contra la pared de ladrillos del callejón pero estaba demasiado abrumada como para sentir dolor alguno, al alzar la vista pude verlo bien por primera vez luego de tantos años.

Jamie seguía parado donde había estado antes, estaba tenso, tenía las manos en alto con las palmas hacia mí, quería mostrarme que su intención no era dañarme. El cabello rubio le caía en desprolijos mechones sobre el rostro y supe que no se lo había cortado en bastante tiempo. Como había notado frente a la casa de Janet, ya no quedaba nada del chico desgrabado que había sido mi novio en lo que parecía otra vida, Jamie ahora era muy musculoso y se paraba rígido.

Pero todos esos detalles que notaba nuevos sólo ocupaban un pequeño porcentaje de mi mente, el resto estaba centrado en la mirada con la que Jamie me observaba, mis ojos clavados en los suyos, podía distinguir algunas emociones en ellos: asombro, enojo y algo más que no supe diferenciar.

- ¿Qué haces aquí?- me sorprendí de lo fría que había sonado mi voz, no había pensado decir nada pero las palabras habían brotado de mí involuntariamente.

Él se encogió por mi tono, pero no respondió mi pregunta y fue ese momento en el que lo supe.

- ¡Me has estado siguiendo! ¿verdad?- había gritado pero el callejón estaba tan vacío que ningún transeúnte se sobresaltó. Sólo estábamos Jamie y yo. Si había esperado que se mostrara avergonzado sentí una gran decepción.

-No puedes entrar a ver a Samuel- se limitó a decir mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, costumbre que tenía cuando se sentía nervioso.

8 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora