17. ¿Morir o jugar? I

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Al despertar encontró su desayuno en el mismo lugar: la isla de la cocina.

Su adorada cocina que en algún momento fue su lugar favorito de aquella casa, se encontraba en perfecto estado, todo en orden, tan reluciente que una sonrisa adornó su rostro cuando ingresó y tomó asiento para devorar aquel desayuno a gusto.

Miró el reloj, eran las 6:10 am. Había despertado temprano una vez más, bajo memorias incoherentes huyó del sueño hasta tomar una ducha caliente que relajaría sus músculos tensos, luego se obligó a comenzar el día recordándose que debía encontrarlo. No podía perder la oportunidad de verlo, entre más horas o días las cosas se volverían más complicadas y correr el riesgo de perderlo no era una opción.

Bebió un poco de jugo ahogada por sus pensamientos.

Debía admitir que al principio perdió los nervios. Intentó contactarlo por dos noches en la hora que habían acordado, envió algunos mensajes e incluso se atrevió a llamarlo fuera del horario establecido; pero jamás recibió una respuesta de su parte. Finalmente, cuanto estuvo a punto de cometer la mayor estupidez de golpear la puerta de aquella casa y enfrentarse cara a cara con la bestia, recibió una llamada inesperada de Adam quién le afirmó que Samuel se encontraba en perfecto estado. Entonces, desistió repitiendo una y otra vez que ya encontraría una oportunidad.

Revisó el celular en busca de una respuesta: nada aún. Luego de dos días no recibió una respuesta, tampoco había revisado los mensajes, nada. Estaba enfrentándose a lo desgarrador de su silencio y el alma comenzaba a caerle en pedazos a sus pies.

Parpadeó desconectándose de sus pensamientos cuando alguien llamó a la puerta una vez terminó su desayuno. En silencio, sin intensiones de abrirle a la persona al otro lado de la puerta, tomó asiento en el sofá para terminar el café humeante.

Enfocó su mirada en la puerta de madera, podía escuchar los pasos de la persona que se movía de un lado a otro con la intensión de observar a través de la ventana. El desconocido guardó silencio antes de acercarse a la puerta una vez más y dar el primer golpe de llamado.

Uno, dos, tres segundos después dio el segundo llamado.

Su piel se erizó, contó una vez más: uno, nos, tres segundos... tercer llamado.

—Sé que estas aquí, Charlie. Abre la puerta, no entremos en un juego estúpido el cual sabes perfectamente que perderás. Tampoco agotes mi paciencia, he sido muy paciente contigo, no estoy dispuesto a más.

Hudson esperó ansioso el acto de temor. Aquella chica tenía razones para temerle, conocía sus alcances, también la rigidez de sus directrices; ir en su contraría sería su mayor error, por tal razón, no podía hacer nada más que obedecer sin chistar.

—Creo que comienzas a recobrar el valor que perdiste con su partida — sabía el alcance de sus palabras, también como se aceleraba su corazón con tan solo un pequeño impulso que lo involucrara — Supongo que tendré que volverme un monstruo para hacer que obedezcas una vez más.

La puerta se abrió. Charlie asomó su rostro indicándole con un gesto apático que dejara de bloquear el paso para poder alejarse.

—Está él aquí, ¿no es así? — sonrió buscando la oscuridad de su mirada la cual ella no estaba dispuesta a obsequiarle. — ¿No responderás? ¿acaso-

Cerró la puerta de golpe interrumpiendo el fluir de sus ideas.

—No ha regresado, espero que tampoco tenga intenciones de hacerlo.

Pasó por su lado obligándose a no demostrar debilidad por su presencia.

Cuando su pie estuvo a punto de tocar el primer escalón él tomó su brazo con fuerza atrayéndola a su cuerpo.

|La sangre en sus manos|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora