18. ¿Morir o jugar? II

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Solo aquellas palabras bastaron para frenar el fluir de sus pensamientos y sus desesperadas intensiones por hallar una respuesta. No seguirá su juego una vez más, debía aceptar que de su boca solo saldrían ideas sin sentido, palabras vacías que solo generarían un caos en su mente.

—No es tan difícil comprender que eres el objetivo de todos; más que la presa, eres el símbolo de la sangre, es imposible que no lo entiendas — se burló acercándose. En un abrir y cerrar de ojos su mano acarició su mejilla. — Por favor no trates de olvidarlo todo. No puedes escapar, no puedes simplemente-

—No lo digas.

—Tú eres la razón. El vinculo que nos une a él, entonces ¿a qué temes? — su cuerpo tembló cuando su mano escondió un mechón de cabello detrás de su oído antes de susurrarle: — Es divertido tratar de seguirte el juego, sé que quieres olvidarlo todo, pero es inútil, Charlie. Debes tomar una decisión: ¿morir o jugar?

—Yo-

—Recuerda que los monstruos existen. No puedes huir de ellos; no puedes cambiar nada. — su cuerpo se tensó al escucharlo. Sus palabras le robaron el aliento y la necesidad de huir en tan solo unos segundos. No podía moverse, lo único que podía hacer era sentir sus manos alrededor de su cuello prometiéndole que la ayudaría a recordar aquel día — ¿De verdad creíste que escaparías tan fácil? — su mirada oscura era como un nubarrón que amenazaba por descargar su ira contra ella. No podía conectar sus pensamientos con las acciones de su cuerpo, deseaba huir y esconderse; pero solo podía responderle con su mirada atormentada.

Por favor-

—Toma una decisión — le ordenó elevando su rostro para apreciar un poco más la intensidad de sus emociones, entonces sonrió antes de acariciar su mejilla y dejar un beso en su frente — Dulces sueños, Charlie.

Se alejó sin decir más. Y aunque había tantas cosas por discutir, su mente no podía más, así que, sin nada que pudiese aliviar la carga en su pecho, subió a su habitación a pasos lentos, casi temblando.

Allí, las razones por las cuales no podía dormir estaban más allá de sus límites. Sin importar cuantas veces se obligó a sí misma a no pensar en ello el golpe de los recuerdos le impedía conciliar el sueño, la torturaron hasta doblegarla, hasta arrebatarle el sentido de recordarlos.

Abrió los ojos cuando escuchó el celular de su hermana vibrar en el buró, entonces, se incorporó peinando su cabello hacia atrás antes de comenzar a revisarlo.

El registro de llamadas mostraba alrededor de treinta y cinco llamadas perdidas: cinco de ellas eran de sus padres antes de su muerte; siete de un número desconocido; tres llamadas de Nate, y, por último, veinte llamadas de Adam, antes y después de su muerte.

También había muchas fotografías. Tantos recuerdos que, aunque deseaba atesorarlos con firmeza, solo lograban hacerla sentir miserable y sola.

Dolía.

Escuchaba todo el tiempo que, con el paso de los días, meses y años, la perdida de un ser querido dolía menos. Por supuesto que no era fácil acostumbrarse a su ausencia, pero lograbas hacerlo. Así era la vida, debías aceptar la realidad sin importar el resultado, de otro modo, los recuerdos, el ir y venir de los deseos, las promesas rotas... todo se volvería un ciclo que lograría consumirte hasta impedir el renacer de una nueva persona.

Debía aceptarlo.

Acarició el rostro de su hermana en la fotografía antes de traer consigo el recuerdo de aquel día: quinta navidad juntas. Con la ayuda de su madre habían preparado una asombrosa cena para la gran y falsa familia. Todos habían llegado, todos estaban tan emocionados por esa cena que terminó siendo un verdadero e inolvidable desastre.

|La sangre en sus manos|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora