19. Perfectos mentirosos

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"Nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio". — Leonardo Da Vinci




La necesidad de abrir la puerta para calmar sus miedos lo inundó de repente.

Apretó el pomo con fuerza mientras la escuchaba sollozar hasta suplicar.

Estaba rota, lo comprendió desde el momento en que se encontró con su mirada. Sin importar cuanto tratara de mantener la calma no podía conseguirlo porque el recuerdo de su muerte seguía intacto, la herida seguía sangrando y no tenía el equipo necesario para cuidar de ella hasta hacerla sanar.

Se obligaba a sí misma a mantenerse fuerte, soltaba promesas cargadas de enojo, pero, al final, solo son la razón para terminar hundiéndose un poco más en la miseria.

Suspiró soltando la manija fría para tomar asiendo a un lado de la puerta.

No interrumpiría su momento de duelo. No había razón alguna para lastimarla un poco más con sus palabras, ya había hecho suficiente envenenando sus pensamientos. Por esa razón solo la escucharía hasta asegurarse de que por fin pudo encontrar la calma en sus sueños.

Una vez dejó de llorar, bajó las escaleras en busca de su celular para llamarlo, y por suerte, Adam atendió la llamada de inmediato.

—Charlie está-

—Esto no está funcionando, Adam. — no debía alterarse por el simple hecho de entender su miseria, sabía la culpa que ella guardaba en su pecho, pero no sabía el impacto que tenía la muerte de Cecilia en sus ideales. — Colapsará, ella-

—No la subestimes.

—Ella se culpa, Adam. Y no me fascina la idea de saber que podemos lastimarla aún más con lo que estamos haciendo. Sé que es fuerte, pero todos tenemos un límite.

—Aún no ha llegado a su límite, así que no te-

—Maldita sea, Adam, a este paso Charlie-

—Escucha, no podemos hacer nada, necesitamos su miseria para poder atraerlo, lo sabes. En algún momento va a reaccionar, es Charlie. — claro, había olvidado lo más importante: atraerlo — La pieza de todo este maldito juego es ella y no podemos dejar que se olvide de ello.

—Bien... — suspiró acariciando su mentón — ¿qué sabes de Louis?

—Está haciendo todo lo posible por salvar a su hermano, lo cual es inútil.

—Eso lo sé, está tratando de utilizar a Charlie.

—Deja que lo haga, será de ayuda. — fue inevitable no sonreír con clara molestia, pero sabía que no tenían otra opción, debían hacerlo, costara lo que costara. — ¿Hablaste con Jake?

—Sí, estará allí cuando entreguen al pequeño.

Sin importar que Louis tratara de salvar a su hermano su plan estaba destinado al fracaso. Sus padres pagarían por traición, con suerte a él no sería torturado a diferencia de sus padres, y el pequeño... desaparecería. No había razón para dejarlo vivo, deshacerse de un inocente frente a los culpables siempre fue una técnica que daba frutos, para ellos eran tan excitante el sufrimiento ajeno que no dejarían pasar la oportunidad de obtener sus súplicas a favor de la salvación; pero había un problema: en Whetstone no existía el perdón. Existían una que otras excepciones, sin embargo, siempre era mejor morir a experimentar el infierno en la tierra.

|La sangre en sus manos|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora