Balcón

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Lo único que se escuchaba en aquella habitación era el sonido de los papeles al ser firmados y dejados a un lado. Atem atento a todo lo que leía. Solo dejaba aquellos pergaminos listos para ser entregados.

La luna en el firmamento ya anunciaba el tiempo para dormir. El pueblo y el Palacio estaba en completa calma, preparándose y descansando para cuando Ra se mostrará por la mañana, alejando las sombras y colocándose como ganador.

Bakura ya no era un problema (por ahora) y ahora el día fue bastante tranquilo a su parecer. Bien parecía que el día fue bendecido por el mismísimo Ra.

Aparto su mirada por un momento de aquellos pergaminos que no le dejaban descansar, para observar ahora su balcón. La noche se veía hermosa y él, aún se encontraba enclaustrado en aquella oficina. Firmando peticiones y demandas. Suspiró con pesadez y decidió dejar de lado su trabajo. Pasándolo para mañana. Levantándose yendo lejos de aquel bello escritorio, salió a la noche a través de su balcón.

El viento acariciaba su rostro, cabello y ropas. Parecía que quería acompañarle. Sonrió y cerro sus ojos por un momento, disfrutando de aquella tranquila sensación, hasta que un sonido agudo llamo su atención.

Abriendo de nuevo sus parpados, busco la causa de aquel ruido, notando apenas a dos personas a lo lejos tomándose de la mano, corriendo sin mirar atrás a la entrada del pueblo. Se extraño por aquella situación y tratando de fijar su mirada en aquellas personas, pudo distinguir entonces a dos hombres. Uno de cabello celeste y otro de cabello marrón y castaño. Ambos alternaban la mirada al otro, sonriendo de manera única. Como si solo existieran ellos dos. Aquellos hombres no pararon hasta llegar a la salida, en donde se perdieron en la oscuridad de la noche.

Eso sin duda fue extraño. De una manera rara. Algo que era la primera vez que observaba. Esos chicos, huyendo como si fuesen dos amantes escapando por amor. Su mente entonces se detuvo al pensar aquello.

Amor.

Se sonrojo ante aquella palabra. Si bien no era nadie para juzgar aquello (al menos metafóricamente, pues era el Faraón) sabía que eso no estaba bien a los ojos de su pueblo...Quizá por ello escapaban.

Miro entonces las estrellas. Esperando encontrar alguna respuesta a su sentir. Ahora con su soledad era que se encontraba a su "malestar" casi diario. Pues en su mente solo se proyectaba aquel ser dueño de su corazón y pensamientos. Su gran amigo y maestro en las artes oscuras. Mahad.

El único hombre al que amaba.

Oh, sí. Sabía de sobra que aquello estaba prohibido. Era malo y pecaminoso ante sus Dioses y su pueblo. Pero, no podía evitarlo. Después de todo aquel Amor ardía en el desde que se enamoró. De niños fue que le conoció. Con aquellas palabras y bellas enseñanzas que le mostro. Desde entonces él quedo prendado de ese lindo chico. El cual creció a su lado. Mostrándole el mejor camino para avanzar. Con dificultades y esperanzas.

Aquel amigo que no le abandono. Ni siquiera al convertirse en el regente de aquel lugar.

Mahad.

Ese hombre que al día de hoy seguía amando... Ese ser al que amaba tanto...

Ese ser al cual trataba de olvidar con todas sus fuerzas... Pero por más que lo intentará. Simplemente no podía. Aún a pesar de saber que no era correspondido. O eso se imaginaba él, pues era algo que no quería decir.

En esos momentos era que envidiaba a sus súbditos. Tantas personas que vivían con libertad de decidir. Con libertad de hacer lo que les gustase hacer. Y con libertad de... Amar.

Su sonrojo desapareció y su mirada paso a reflejar dolor y tristeza. Ahora que lo analizaba de esa manera. Él estaba solo. Tan solo. Solo entre cuatro paredes, en el Palacio, atrapado en ese Amor prohibido.

Levanto sus manos a manera de rezo. Y rogo entonces a sus Dioses para que menguaran su dolor, más parecía que no le escuchaban, aun siendo uno de sus hijos. Una lágrima rodo por su mejilla más fue detenida por un pañuelo de seda.

Pañuelo que claramente no era de él.

Sus ojos se agrandaron en sorpresa al ver a aquel hombre, dueño de sus desvelos y amor. Mahad. Su mejor amigo, su amor prohibido estaba ahí. A su lado.

Bajo sus manos y encarándolo fue que quiso preguntar. Más aquel hombre se le adelanto. Susurrándole, suavemente. Mientras terminaba de limpiar aquella traviesa lágrima.

—No llores...

Maldito o Bendito sea el destino que los cruzó justo en el momento. Atem entonces en lugar de acatar aquella petición, fue que dejo sus lágrimas correr con libertad, alarmando al mayor, quien al no saber cómo proceder. Hizo lo primero que se le vino a la mente. Abrazar al menor, tratando de reconfortarlo.

Atem entonces no sabiendo si aquello era real o no. Con sus brazos temblando fue que correspondió ese torpe abrazo. Deseando con todo su corazón no fuese una ilusión.

La brisa los acompaño a ambos. Al igual que las estrellas. Mudas ante aquel encuentro inesperado. La luna haciendo brillar más el lugar. Resaltado a esos jóvenes curiosos.

Un par de minutos pasaron antes de que el menor pudiese calmarse. Y entonces al percatarse de que aquello no era una jugarreta de su mente. Fue entonces que entro en pánico. Y queriendo alejarse rápidamente de aquel bello hombre, coloco sus manos para hacer nacer un espacio entre ellos. Más ahora era detenido por Mahad. Quien mirándolo con cierta melancolía le abrazo con firmeza.

Apegándolo a él.

—Mahad, yo... —Intento decir el menor. Más fue interrumpido por el mayor.

—Faraón... No. —Se corrigió —Atem. No llores... Maldito quién se atreva a hacerte llorar de esa manera. —Menciono separando un poco al menor. Y mirándole a los ojos. Soltó lo que hace tanto tiempo callo, disfrazando sus palabras. —Yo. Mahad. Prometo cuidarte en vida y después de la muerte. Juro que las únicas lágrimas que derramaras serán de alegría y Amor. Y aun así deba ir al infierno y en contra de los mismos Dioses. Lo haré. Por ti...

Atem entonces le miro. Cuidadoso pero soñador. Una esperanza que creía muerta ahora se colocaba delante de él. Y volviendo a abrazar a aquel hombre dueño de su corazón, asintió. Con fuerza y dolor. Y llorando de nuevo, fue que el sentimiento cambio. Pues no lloraba por soledad. Lloraba por amor. Un amor que no sabía a ciencia cierta era correspondido. Pero solo por esta vez. Se permitió creer que sí. Que aquello que soñó se hacía realidad. Mintiéndose con descaro.

Ojalá este momento fuese eterno. La luz de luna pareció brillar más de la cuenta. Sellando para siempre aquel íntimo encuentro. Ese doloroso encuentro de dos amigos que se amaban. Pero que se negaban a creer. Por su deber. Por amor a su pueblo.

La leyenda cuenta de un Amor eterno en el más allá. Donde por fin dos bellos amantes se encontraron. Felices. Tomándose de la mano. Caminando entonces hacía un ocaso. Lejos de deberes y obligaciones. Lejos de todo lo malo. Lejos de ataduras. Siendo solo ellos. Mago y Faraón. Volviéndose uno combinándose con el universo. Como aquella vez, que el menor vio a esos jóvenes. Una noche desde su balcón.

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