5. Santificaras las fiestas

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Después de que me hiciera esa pregunta extraña y que las cosas estuvieran más calmadas entre nosotras ella se comenzó a comportar como debía y no como sabía, incluso la directora estaba súper contenta y sorprendida por eso, hasta me había pedido la receta para doblegar a espiritus tan indomables como el de ella y yo solo atiné a ponerme roja y decir cualquier cosa relacionada con rezos, empatía y el espíritu Santo.
— ¿Entonces a dónde se supone que vamos a ir de vacaciones extrañamente bien portada Calle? — le pregunte un día en la biblioteca, desde que no los besábamos y se portaba bien me sentía desesperada porque aunque sentía que nuestra amistad era cercana algo ya no se sentía igual que antes.
— Supongo que si mi padre lo quiere nos vigilará todo el tiempo, me obligará a ver al idiota de mi prometido y tal vez me de un discurso más de lo poco probable que es que sea una esposa digna para mi maravilloso prometido Don Manuel Escorza y lo bueno que sería para la familia en realidad sus finanzas que así fuera en realidad — dijo suspirando pesadamente.
— ¿No se supone que eres un alma libre? — le dije burlonamente.
— Las almas libres solo existen en su intento de literatura santa Hermana María José y curiosamente siempre están amarradas a una idea de que es lo correcto y yo no tengo esas ideas en realidad — dijo levantándose con un tono y una mirada que no supe identificar — me iré a dormir, no tengo apetito — se levantó y simplemente se marchó del lugar sin dejarme decirle nada.
Después de ese momento no logré hablar con ella en ningún momento hasta que inicio el maravilloso viaje que nos cambió la vida y yo ni siquiera lo sabía, estaba terminando de armar mi maleta cuando entro a mi habitación vestida de civil lo cual me dejó muda, estaba ocupando simplemente un pantalón a la cadera de mezclilla color azul claro, traía una playera blanca con un arcoiris del lado izquierdo y una chamarra de cuero negro, su cabello había crecido estos meses y aún estaba del largo permitido para las estudiantes acá, así que ya le llegaba suelto casi a los hombros, simplemente estaba hermosa.
— Te lo voy a hacer fácil María José, no preguntes y cuando regresemos déjame seguir teniendo la idea con la que entre a este lugar, la idea de que al menos por un momento fui libre y por eso terminé acá y no está realidad en la que terminé acá porque como siempre mi padre fue más fuerte que yo y viviré mi vida como el diga hasta que muera él o yo — la mire en silencio, me acerque a ella y simplemente la abrace contra mí deseando que eso la reparará aunque sea por un momento.
— Siempre serás la rebelde Daniela Calle — sentí como sonrió en mi cuello y solo nos quedamos en silencio tranquilamente reconfortadas en ese abrazo que ahora mismo no se a quién de las dos sano más, tenía tanto tiempo que no me sentía sanada.
— Es hora de irnos, al chófer mi papá no le gusta esperar — nos miramos frente a frente y asentí, guarde mi última pijama, cerré mi maleta con cuidado y salimos juntas, teníamos dos semanas de descanso, yo tenía dos semanas de descanso en años de vivir una semana santa intensiva y llena de sacrificios ¿alguna vez viví una semana que no fuera así en mi vida? no lo sé.
Salimos en silencio, Diana me despidió con un frasco lleno de esos odiosos dulces que nos daban como premio para ofrecer a Dios por cada día de abstinencia en la semana santa y yo solo le sonreí sin mucho más que hacer resignada a llevar esas cosas en mi maleta, de verdad que ya no sabía cómo seguir adelante con todo esto pero era mi deber.
— Te llamaré al menos una vez a la semana — me prometió y yo solo sonreí.
— No sabía que el acoso era normal entre hermanas que aman a Dios — me dijo súper sarcástica la señora odiosa Calle que reaparecía a mi lado.
— No digas tonterías Calle — le dije molesta mientras le daba mi maleta a un señor que definitivamente tenía años sin reírse y claramente odiaba a la niña Daniela como le decía con fastidio cada que tenía que dirigirse a ella. 
— Yo que tú observaba más y sería más atenta con las cosas obvias, no vaya a ser que te vuelvan a sorprender en la biblioteca y eso no será divertido para mí — me dijo giñandome un ojo felizmente.
— Que graciosa me saliste Daniela — le dije divertida pero molesta, si más molesta que nada ¿o no?
Después de un viaje bastante largo llegamos a una casa tan grande que fácilmente la biblioteca del convento que de por si ya era grande más o menos del tamaño de 500 metros de ancho por unos 600 de largo y esas medidas tal vez solo eran un cuadrante del patio más grande y hermoso que había conocido.
— ¿Vives en casa de la Cenicienta? — le dije en broma.
— Si, solo que más bien parezco residente de una comedia teatral sin final feliz para las mujeres del siglo XXI educadas como del XVI  — me dijo resignada, odie ver su rostro lleno de eso que yo veía en el mío cada día desde hacía poco más de tres años, esa estúpida resignación ante lo que sabes no puedes cambiar ya que si lo haces lo pierdes todo.
— Eres muy dramática — le dije sonriendo, también me sonrió.
— Llegamos señorita Daniela — dijo el señor ese con cara de limón.
— No tienes que decirme señorita Daniela me odias y estoy bien con eso digo te he hecho la vida imposible toda mi vida así que te libero de la maldita carga de hacerlo — le dijo tranquilamente antes de bajar del auto el señor se quedó muy sorprendido.
— La señorita está cambiando de verdad — dijo aún impactado.
— ¿Tan mala persona eras? — le pregunte una vez que la alcancé.
— Digamos que la mitad de los empleados de esta casa me odian, un cuarto del resto son leales a mi padre y cualquier cosa que haga la sabe por ellos, el resto no los conozco — suspiro viendo a la nada.
— ¿Tuviste algún amigo acá? — le pregunte.
— No termino bien — dijo y solo caminó molesta, el resto de la mañana no salió de su cuarto y yo no cocía el lugar donde estaba así que tampoco salí del mío hasta que alguien llamo a mi puerta.
— Señorita es hora de la comida — dijo una voz melodiosa del otro lado de puerta, me levanté para abrir y me encontré con una chica vestida con pantalón de vestir negro y una camisa blanca más alta que yo.
— Buenas tardes — saludé amablemente.
— Buenas tardes, mi nombre es Lucia Villa y estaré a su servicio estos días, espero su estadía sea de su agrado señorita — me sonrió, intenté verle la cara de frente pero no me lo permito así que solo asentí y le agradezci, espere a que le diera el llamado a Daniela pero no lo hizo, bajo por las escaleras en forma de caracol que daban acceso al segundo puso de esta mansión enorme, me acerque a la puerta.
— Quién sea que toque alejese de acá no quiero saber nada de nadie y mucho menos de tí si eres mi papá — grito del otro lado, yo suspiré cansada, gire la perilla con cuidado, afortunadamente estaba abierta y entre lo más silenciosa que pude, pude verla sentada viendo por la ventana, lloraba, si habitación estaba pintada de blanco con dorado pero era demasiado impersonal en realidad, no había nada de ella ahí, parecía la habitación de un huésped y ya.
Su habitación en el convento tenía más su esencia que ese lugar y me puso triste de sobremanera porque lo que me había dicho era real, ella solamente era medianamente libre en el convento y eso me dolió por ella y por mí porque ahí yo me sentía como una cautiva que no podía respirar sin sentir que tenía que mantener una postura. La mire atentamente y mi corazón se hizo pequeño cuando ví que lloraba mientras veía una foto pequeña, tan pequeña que apenas cabía en la palma de su mano, pero la miraba con mucho dolor, verla así me hacía pensar en tantas cosas pero solo tenía claro un pensamiento, necesitaba cuidarla, apapacharla hacer que su corazón fuera reconfortado tan solo por un momento. 
— Es hora de comer y no te voy a permitir te quedes sin comer nada — me miró sorprendía, no había sentido que entre, sonrió de lado y solo asintió secando sus lágrimas, guardo la foto en un libro muy pequeño y este lo metió en una bolsa que después guardo en una loza suelta que estaba en la ventana.
— Eres la única persona en este lugar que se preocupa porque coma algo, estoy segura que ni a mi padre le interesó en realidad, ¿por qué mi mamá me abandono? — lloro de nuevo, corri a su lado y la abrace contra mi pecho, quería protegerla, necesitaba protegerla con mi vida si era necesario.
— Llora, llora lo que necesitas, yo no te voy a juzgar y mucho menos te voy a preguntar nada, pero por favor no te quedes con eso adentro, porque eso es asfixiante y no es fácil de sobrellevar — ella se abrazo a mi cintura y lloro, vaya que lloro, grito contra mi pecho, pedía consuelo y yo solo pude abrazarla en respuesta a eso porque ella es hermosa, es preciosa y no podría verla llorar.
— ¿Porqué lloras? — me dijo tocando mi cara, sacándome de mis pensamientos.
— Por qué no puedo tolerar tanto dolor de tu parte, no es justo que sufras tanto — le dije llorando, haciendo pucheros en realidad.
— Gracias porque al menos alguien me quiere un poco — me sonrió, no lo pude tolerar la tomé del rostro y la bese con todas las fuerzas y ganas que tenía de que se sintiera querida, amada, ella al principio se sorprendió pero duró poco su sorpresa ya que en seguida me correspondió con hambre, con ansías ese beso.
— No quiero que te alejes de mi, no te voy a molestar por esto pero no te apartes — me dijo antes de dejar una serie de picos en mis labios que me hicieron temblar por completo.
— Esto es una locura — la bese de nuevo.
— Nuestra locura — me volvió a besar, nos quedamos mirando a los ojos sin decir nada, la tomé de la mano y la saqué de la habitación para asegurarme de que comiera, cuando baje, la misma señorita que me había avisado miro fijamente a Daniela con odio, un odio profundo y de mala manera, muy mala manera puso todo para que ella se sentará a comer  se sentó a mi lado, nos sirvieron algo parecido a cordero en salsa verde pero está cosa era dulce, estaba buena  y comimos en silencio, al menos yo lo comencé a hacer porque Daniela estaba intimidada por esa chica que la veía tan mal.
— Lucia, puedes retirarte, yo me encargaré del resto, después de todo hay que santificar las fiestas y la mejor forma de hacerlo es al servicio — la chica me miró indignada pero no dijo nada, dejo el carro del servicio y en cuanto de fue corte un trozo de carne de su plato y se lo di en la boca.
— Eres peligrosa hermana María José — sonrió después de eso nos quedamos platicando de cosas sin sentido, riéndonos como si fuéramos amigas desde siempre, que bueno era tener una amiga.
El resto de la tarde nos quedamos en uno de los jardines escondidos de la casa, me contó muchas cosas de su infancia y yo la escuché, solo la escuché, escuché sus miedos, sueños, anhelos, añoranzas y dolores, no me habló de su familia pero si de su amor por el canto, si de su deseo de aprender a bailar, de vivir sola, de trabajar y poder valerse por ella misma.
— Pero son sueños porque mi vida está escrita — dijo tirándose al pasto para disfrutar el sol.
— ¿De verdad es lo único que puedes hacer, resignarte? — le pregunte con cautela.
— Ya murió una persona por mi culpa, no quiero que otra lo haga — suspiro y volvió a llorar, la dejé, me miró a los ojos y de nuevo la bese ¿qué demonios me estaba pasando, porque la beso tanto?.
— Eres muy bella María José, estoy segura que serías preciosa vestida como una persona normal — acarició mi rostro.
— No puedo, tengo unos votos y no puedo romperlos — dije muy seria.
— Lo sé — me miró divertida — sobre todo tienes que santificar las fiesta del señor — sonrió pícaramente, la mire, me miró y me volvió a besar.

Continuará...

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