9. Tú madre

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Después de esa confesión solo nos reímos, nos quedamos acostadas viéndonos a los ojos sin decir nada, mirando todo pasar a nuestro al rededor con la tranquilidad que un sentimiento tan hermoso puede dar.
— ¿Tienes hambre? — me preguntó después de un rato sin dejar de acariciar mis brazos.
— Un poco, ¿Quieres que te haga un rico desayuno? — dije acariciando con mucho cuidado un moretón que tenía en el ojo, desearía tanto que las cosas fueran diferentes para las dos.
— Quiero desayunar contigo aquí, no salir de esta habitación y esperar a que mi cuerpo sane, con tus cuidados, vivir en un mundo que es solo nuestro, un mundo que no solamente nos proteja sino además nos llene de calidez y esperanza.
— Hagamos un trato, nos levantamos para cocinar algo, bueno varias cosas en realidad para poder estar todo el día aquí como deseas — me miró con tranquilidad y solo se levantó, me dió la mano y salimos de la habitación, ví la hora y con sorpresa note que ya pasaba de las 2 de la tarde.
— Creo que más que desayuno vamos a comer señorita Daniela Calle — ella solo me sonrió de lado, entramos por la puerta de atrás de la cocina y afortunadamente no había nadie, yo me puse enseguida a preparar un desayuno sencillo en lo que mi querida, buscaba toda clase de chucherías me puse a hacer huevos con jamón, puse a hervir un poco de café, tome un poco de fruta que encontré y me dispuse a picar una rica variedad de frutas, manzana, uva, melón, sandía y kiwi siempre me han gustado las combinaciones de diversas frutas, mientras iba terminando de coser el jamón, ya tenía prácticamente la mitad de la fruta pelada y en cuadritos.
— Que combinación tan rara de fruta — me dijo mientras me abrazaba por la cintura, suspiré llena de placer por ese contacto tan íntimo.
— Mi mamá me enseñó y aunque se ve raro te juro que lo amarás — ella beso mi mejilla y siguió en lo suyo.
— ¿Te parece si mejor nos encerramos en la sala de cine? — me preguntó cuando termine de poner las cosas en el carrito que me había dado para que pudiéramos acomodar todo de una e irnos.
— Si, pero ahora yo escojo las películas — sonreí.
— Está bien, solo no me vayas a poner la vida de los santos eeee — bromeo.
— Síguele y te voy a poner a ver un maratón de las Teresas — la amenacé y ella solo se carcajeo.
Salimos tranquilamente de la cocina, afortunadamente la sala de cine estaba más cerca que su habitación, ella iba cargando una jarra con jugo de naranja cuando al pasar por la sala de estar nos encontramos con una señora muy rara que en cuanto vio a Daniela se le lanzó a los brazos y casi hace que se le caiga la jarra, corrí a quitarla de sus manos y note enseguida que el ambiente se puso bastante tenso.
— Mi niña hermosa, ¿Cómo estás? — le besaba la cara sin ponerle atención por lo que note, más al darme cuenta que ella hacia gestos de dolor, ¿estaba discapacitada visualmente o solo se hacía tonta con las heridas de su cara? y más aún ¿por qué si veía esas heridas la estaba lastimando aún más?
— Mamá, déjame me lastimas, déjame — se alejo de ella como pudo, me acerque lentamente para ver cómo estaba y con molestia note como una herida en su labio a había reabierto, lo cual me molestó de sobremanera, acerque una servilleta rápidamente para que pudiera comenzar a contener las gotas de sangre que habían salido ya de sus labios.
— ¿Qué te paso? — preguntó asustada, ahora sí poniendo atención a su aspecto.
— Nada que te importe mamá, si te hubiera importado no te abrías largado después de la muerte de mi hermana, no hubieras permitido que mi papá me comprometiera con un idiota para poder asegurar la aceptación y el cariño de miles de familias eso es lo que has permitido, han pasado más de un año que no sabía nada de ti — comenzó a llorar y yo me sentí chiquita por verla así y no saber cómo consolarla Y mucho menos como defenderla — ¿Sabías que tu marido en su afán de que no me escape de su plan maestro de vida para mí, me metió a un convento?, que igual que tú, me sigue tachando de enferma por poder conectarme sexo-afectivamente con hombres y mujeres, hazme y hazte un favor desaparece de mi vida y piensa que yo morí junto con Juliana aquel día que la obligaste a seguir a mi novia y mágicamente ambas murieron — le dijo, tomo la jarra que había dejado en el carrito y se marchó corriendo a dónde íbamos, yo miré de reojo a esa gran señora que se había quedado helada por las palabras de su hija y me marche de ahí con el carrito lo más rápido que pude.
— Con permiso — susurré, la encontré sentada en el sillón con la jarra entre sus manos, cerré con seguro la puerta, le quita el. jugo y la abrace, dejando que llorara en mi pecho, odio ver a las personas llorar en este momento de mi vida, porque de forma constante me recuerdan lo mucho que yo deseo llorar y lo poco que puedo hacerlo me siento tan desconectada de mi misma en miles de ocasiones.
— Que difícil es tenerla a ella de madre, ojalá estuviera muerta — dijo llena de odio por lo que paso, intente respirar y entender lo que ella me decía en ese momento pero no podía, me aleje de ella y me cruce de brazos sin saber muy bien que hacer.
— Perdón si te moleste — me dijo aún enojada mirándome con recelo por la situación — pero estoy segura que tu madre no era como la mía y que yo no necesito para nada de la mía así que no te molestes por cosas que no entiendes — me dijo muy borde, yo solo me levanté para que no viera las lágrimas que habían caído de mis ojos, la muerte de mi madre independiente de como fuera la relación con ella me enseñó muchas cosas pero además de eso me hizo mucho daño y ese daño aún no lo he podido superar. Creo que más bien es algo que no se supera, es algo con lo que aprendes a vivir y aunque pienses que el dolor un día se irá y no dolera igual, hay momentos en los que eso es mentira porque sin importar el tiempo que pase, siempre necesitarás a tú mamá.
— Te voy a servir el desayuno — dije ya sin ganas, me choca cuando los recuerdos llegan tan fuerte a mi mente y me hacen quedarme paralizada.
— Lo siento, no debí decir eso — me dijo abrazándome por la espalda, yo me retire lo más delicada que pude, cuando me siento herida el contacto físico me pone más a la defensiva.
— No pasa nada ¿Quieres fruta? — comencé a servir todo sin mirarla, ella solo suspiro y asintió, nos sentamos a comer mirando la sirenita un poco distanciadas cada una perdida en sus pensamientos y recuerdos.
— Lamento interrumpir su tarde pero necesito hablar contigo hija, por favor — dijo la señora María Fernanda, tenía los ojos hinchados, claro signo de que estuvo llorando de forma descontrolada.
— Yo me retiro — dije antes de que Daniela pudiera dar su respuesta — estaré en los jardines, no mire a nadie, salí al jardín me senté a la orilla del árbol más cercano que encontré me quedé viendo hacia la nada recordando todo y nada, pensando en lo que era correcto y lo que no, sintiéndome vacía de nuevo ante la realidad de que mi madre falleció y no tenía más nada que decir, porque en ocasiones hay tantas cosas que decir que no podemos tener un orden adecuado para decirlas.
— Discúlpame por ser tan grosera y pagar contigo una situación que no tenía nada que ver — me dijo Daniela detrás mío, me gire suspirando.
— ¿Estás bien? — le pregunté al ver sus ojos hinchados aún más por las lágrimas que seguramente derramó hace unos momentos.
— Si, fue una conversación difícil pero no quiero hablar de eso, ¿quieres ir a ver películas? — me preguntó tranquilamente, yo solo suspiré y asentí estaba súper acostumbrada a ver el elefante en la habitación e ignorarlo.
— Si está bien — me levanté de ahí y la seguí, nos quedamos viendo películas hasta bien entrada la madrugada  pero el sentimiento de incomodidad no desapareció entre nosotras, a veces simplemente sangramos sin querer en otros nuestras heridas.

Continuará...

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