Me atacaste.
Intentaste matarme de un rápido suspiro dulce, y me llenaste velozmente como lo hacen las dulces brochetas de tánghúlu con esencias de fuertes lavandas. Tu cabello siendo una alfombra azabache voluminosa llena de marañas pequeñas que alimentan mi enamoramiento con su fuerte aroma hace viajar una fragancia tan invasiva que hace doler mi propia cabeza y recordar el error de mi corazón al no valorarte como mi compañero de cultivo.
Caminando entre los frondosos campos de lavandas, mi piel pica exactamente igual que cuando me abrazas, y siento punzadas en mis pies descalzos cuando te veo mirar a otro con los ojos aguados de tan brillosos que están. Me pregunto ¿Cómo voy a ocultar este sentimiento que quiere salir gritando? ¿Podré seguir riendo para ocultarlo y luego llorar para que florezcan los campos de lavandas? Pido disculpas como estúpido porque no puedo ser el amigo que te prometí pero si podría ser algo más...
Estar tan cerca de ti hace que mi cabeza trabaje demás preguntándome ¿Realmente debería vaciarme acerca de mis sentimientos? No, no puedo.
Arruinaría nuestra relación, y el escaso brillo que hay en tus ojos para mí, se terminaría de apagar dejando recelo y asco.
No le diré a nadie, mi amor es simplemente inalcanzable y sólo me queda ver tu sonrisa dedicada a la nieve distante, helada y fría, por lo que otra vez me veo en las lavandas, púrpuras y aromáticas, mareantes e hipnotizantes que dan vuelta mi cabeza y mi corazón de un vuelco, calentando el sentimiento y haciéndome gritar por los ojos porque mi boca no emite sonidos a causa de los dulces caramelos de cortesía por las mañanas.
Lo que al principio era dulce se volvió agrio.
Entre bromas te diste cuenta y sólo reíste tambaleando a Shuanghua mientras me llamabas canturreando << pequeño tonto>>. El campo de lavandas crece de nuevo creando murallas infinitas, pero esta vez no, no respiré ni me drogué con su fuerte fragancia, me mantuve en silencio, esperando a que su perfume se aburriera de intentar someterme, esperé para que ese ardor en mi pecho y brazo muriera e hiciera que mi cabeza deje de dar vueltas.
Nuevamente mi último grito de cansancio, solo fue escuchado por los púrpuras racimos de lavandas agrias y marchitas guardadas en inertes cajas de madera de ébano al igual que los caramelos encarcelados en mi fría e inmovil mano.
