Capitulo 1 "La Novia que envío el Mar"

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Serena murmuró una maldición, apretó los puños y se mordió el labio, enfadada. Había ocurrido de nuevo, aunque no lo creyera posible. Había pensado que el destino le concedería un respiro en lugar de arrojarla al lodo; que, por una vez, dejaría que siguiera viviendo en paz. No comprendía qué tenía contra ella. Era amable con los animales y siempre cedía el asiento del autobús a los ancianos y a las personas que llevaban niños en brazos. Sin embargo, resultaba evidente que la había tomado con ella. Y esta vez no se trataba de un simple y pequeño problema al que supiera enfrentarse. Esta vez era algo serio, tan serio como para que la cubriera un sudor frío. Alguien le había puesto una pistola en las costillas, la había encerrado en su camarote y había cerrado la puerta, con la promesa de regresar más tarde.

Se estremeció asustada y respiró profundamente. De una cosa estaba segura: el pánico no le serviría de nada. Si quería salir bien de todo aquello tendría que actuar con sangre fría.

El camarote era pequeño, y estaba demasiado lleno de cosas como para caminar de un lado a otro, de modo que se sentó. Sus ojos azules brillaban con enfado. Aquel trabajo le había dado mala espina desde el principio, y sabía que había cometido un error al no confiar en su instinto. Había algo extraño en el señor Darien y en su socio, por no mencionar a sus supuestas esposas, pero en aquel momento estaba tan desesperada que hizo caso omiso de las sospechas ante la posibilidad de poder regresar a Inglaterra. En cualquier caso, sus opciones eran bastante limitadas. No en vano, se encontraba en un país extranjero, sin dinero, sin pasaporte y sin un mal sitio donde poder dormir.

Serena les había advertido que no era una cocinera extraordinaria, pero el señor Darien aseguró que se contentarían con comidas normales y corrientes, siempre y cuando supiera preparar huevos revueltos, freír salchichas y preparar algún asado de manera ocasional.

Con profunda amargura, tuvo que reconocer que la habían engañado. No querían una cocinera. La habían contratado para usarla como coartada en caso de que su plan no funcionara; y ahora que había descubierto lo que pretendían hacer, querían asegurarse de que no podría avisar a la policía. Pensó que, probablemente, la arrojarían por la borda en cuanto se hubieran alejado lo suficiente de la costa.

Desde su punto de vista, las cosas no podían haber resultado más sencillas. Había desempeñado su trabajo. Nadie sabía que se encontraba en aquella embarcación, y si desaparecía de la faz de la tierra, nadie podría asociar el incidente con sus captores. De todas formas, dudaba que alguien investigara su desaparición. Nadie la echaría de menos.

No tenía elección, O permanecía allí gimiendo, esperando con terror el regreso del señor Darien, o intentaba escapar. Decidida, se puso en pie, se apoyó en el camastro y miró por el ojo de buey. Casi había oscurecido, pero podía observar la silueta de la costa a unos cuatrocientos metros de distancia. No sabía dónde se encontraban sus secuestradores. Habían salido de Portugal cinco días atrás, de manera que supuso que debían encontrarse en Inglaterra.

El ojo de buey no era demasiado grande, pero tampoco lo era ella. Tendría que contorsionarse un poco para pasar por él, pero podía hacerlo. El camarote se encontraba en la popa; podría huir sin que nadie lo notara, a menos que hubiera alguien de guardia en el puente. El mar estaba en calma y era una buena nadadora.

Pero no venía ningún signo de vida en tierra, ni siquiera una luz encendida en alguna casa. Debía ponerse en contacto con las autoridades, pero no podría hacerlo si se trataba de una isla desierta. En tal caso, moriría de hambre o sería víctima de las inclemencias del tiempo.

De repente parpadeó, se frotó los ojos y miró hacia la costa. Una luz acababa de encenderse, una luz blanca y pálida que vacilaba, como si procediera de un cirio. Por desgracia se apagó enseguida, pero al menos ahora tenía esperanzas. No era una isla desierta.

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