Capitulo 7 "Paseo"

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Serena, se levantó pronto, corrió un rato por la playa y se duchó. Cuando estaba a punto de terminar el desayuno en la cocina, la señora MacKay le comunicó que Seiya quería verla en la biblioteca.

Serena miró al ama de llaves, sorprendida. Seiya había pasado los últimos cuatro días en Bruselas, asistiendo a una conferencia de pesca de la Comunidad Europea.

—Pensé que no regresaba hasta mañana.

—Ya sabes cómo es. No le agrada tener que reunirse con esos burócratas, con sus trajes y sus formalismos. Seguramente los habrá obligado a trabajar a destajo para poder regresar cuanto antes —dijo, mientras se servía otra taza de té—. Llegó a las cuatro de la madrugada y ha estado trabajando en la biblioteca desde entonces.

Serena se levantó, intentando convencerse de que no tenía motivos para estar nerviosa. Cuando se marchó se sintió aliviada, pero su alegría duró bien poco. Echaba de menos su carácter imprevisible, el no saber nunca si iba a besarla de forma apasionada o dulce. Aquellos momentos de sensibilidad equilibraban con creces sus posibles enfados, pero, a pesar de todo, no se sentía segura.

Antes de entrar en la biblioteca se detuvo para mirar se en el espejo. Se arregló un poco el pelo, decidió que no había nada que pudiera hacer, y llamó a la puerta antes de entrar.

En cuanto lo vio, su sonrisa desapareció. Parecía no haber dormido en toda la noche. Estaba sentado en su escritorio, redactando un informe. Dejó el bolígrafo a un lado y sonrió con debilidad.

—Hola, Serena. Me había olvidado del maravilloso aspecto que tienes por las mañanas.

—No te preocupes por mi aspecto. ¿Qué diablos has estado haciendo? Pareces
cansado.

—Sí. ¡Malditos burócratas! Me gustaría verlos en un barco en mitad de una galerna en el norte de Shetland. Así se borrarían las estúpidas sonrisas de sus rostros y se olvidarían de sus estúpidas normas y regulaciones sobre pesca —declaró, mientras se servía una copa de whisky—. En fin, no me pasa nada que un buen trago y unas cuantas horas de sueño no puedan reparar.

—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —preguntó con rapidez—. ¿Quieres que te ayude con tus notas? Puedo taquigrafiar cualquier cosa que quieras dictarme.

Seiya hizo un gesto hacia una caja blanca que había junto a la mesa.

—Tu vestido ha llegado. El que te pondrás el día del Grand Ceilidh. Pruébatelo para ver si te queda bien. De lo contrario, devuélvelo.


Serena tomó la caja y se dirigió hacia la salida, pero Seiya la detuvo. —¿Adónde vas?

—A mi dormitorio, por supuesto —contestó sorprendida.

A pesar de estar agotado, los ojos de Seiya brillaron con malicia.

—No hay razón para que sientas vergüenza. Ya conozco las maravillas que esconde tu cuerpo. Puedes ponértelo aquí.

—¿Mientras me espías, sentado? —preguntó.

—Yo no espío, admiro. Como un amante del arte que admirara un cuadro de Rubens. ¿Quieres que te ayude a desvestirte?

—No, de eso nada. Quédate donde estás —le ordenó. Abrió la caja. El vestido estaba doblado entre un montón de papel de envolver. Lo sacó. Era una prenda exquisita, de pura seda de color azul.

—¡Es fabuloso! ¡Es absolutamente maravilloso! Pero no tiene cintas en los hombros. Nunca había tenido algo así.

—No necesitas tirantes para que se sostenga —comentó—. Tienes lo suficiente.
Serena dejó el vestido sobre una butaca, de forma casi reverencial. Le dio la espalda y se quitó la ropa hasta quedarse en ropa interior. Luego se deshizo del sujetador y lo dejó a un lado antes de ponerse el vestido. Subió la cremallera y arregló un poco la parte de arriba. Cuando se aseguró de que no podía bajarse, dejándola en ridículo, se dio la vuelta para que la contemplara.

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