I. La Jinete Que Regresó a Mondstadt

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No todos tus ensueños eran iguales, tampoco lo eran tus despertares. Ninguno de ellos era totalmente idéntico a otro. Cada ciclo de sueño y despertar ocurría en base a distintas circunstancias ocasionadas, o en gran parte influenciadas, por distintos seres —humanos, dioses, demonios, monstruos, entre otros tantos seres vivos y no vivos— que siempre terminaban de una u otra manera en tu camino, con variadas consecuencias. Consecuencias buenas y malas por igual, tanto para ti como para cualquiera que estuviera involucrado en la imposición de tu letargo junto a tu posterior levantamiento del mismo. Cada ciclo transcurría a lo largo de diferentes lapsos de tiempo, unos más cortos y/o largos que otros.

Tres años, un lustro, una o más décadas, medio siglo, varios siglos con unos cuantos años adicionales, hasta un milenio completo una vez tomó para que finalmente pudieras ser liberada de Celestia. Y viéndolo desde esa perspectiva, tu situación era realmente deprimente.

¿De cuánto te habías perdido en esta ocasión? ¿Cuánta comida y bebida no habías degustado para tu deleite? ¿Cuántas aventuras no experimentaste ni compartiste con los mortales? ¿Las personas que antes conocías, todos esos humanos que considerabas tus amigos, ya habrían muerto? ¿Qué sería de los arcontes? ¿Alguno de los Siete habría sido reemplazado por un dios nuevo o seguirían siendo los mismos arcontes de la última vez? ¿Cómo estaría sintiéndose Barbatos después de tan larga separación? ¿Él te estaría extrañando tanto como tú a él? ¿Añorando esos gestos cariñosos que ambos merecían recibir del otro?

Estabas despierta ahora, adecuadamente despierta en el momento oportuno, mirando atentamente a una estatua bastante familiar. Una estatua sorprendentemente en pie pese a estar en un terrible estado de deterioro, con los detalles más prominentes de la estatua habiendo sido carcomidos al paso del tiempo y la superficie de piedra desquebrajándose por todos lados. Las alas, el orbe, las manos que sostenían el orbe y la túnica con capucha. Lo único que no parecía estar cayéndose a pedazos era el rostro de la estatua. Un rostro sereno, con una trenza a cada lado y los ojos cerrados en una muestra de suma tranquilidad.

La estatua de uno de los Siete en el Lago Estelar. Tanto la figura esbelta como el rostro humano del Arconte Anemo inmortalizados en una estatua de tamaño medio, una estatua tallada en piedra. Una estatua de piedra que ahora estaba en decadencia, a merced de los elementos de la naturaleza y en el olvido casi absoluto de la gente, aunque eso no era del todo cierto. Lo podías sentir al tocar la placa dorada de la columna que estaba por debajo de la estatua, irguiéndola elevadamente. Podías sentir la presencia de alguien que estuvo en el lago antes que tú, alguien que no estaba solo, alguien que tocó la misma placa dorada que tú estabas tocando ahora y obtuvo fácilmente el poder Anemo.

Esa persona podía sentir los elementos de este mundo de la misma forma en la que tú podías controlarlos a voluntad... Su acompañante también se dio cuenta de ello en su momento.

—¿Encontró algo de importancia? —preguntó una voz no muy lejos de ti, usando ese típico tono formal con el que estabas bastante familiarizada desde hacía varios milenios cuando te convertiste en la deidad que aún eras ahora.

Sin siquiera dudarlo, te volteaste hacia el dueño de la voz. Ahí estaba él, Alsvid —tu Pegaso blanco—, mirándote a ti y solamente a ti. Nada más parecía importarle en ese preciso instante mientras se dirigía hacia ti, decidido a estar a tu lado. No le preocupaba que estuviera mojando sus pezuñas y parte de sus patas con el agua del lago, tampoco le interesaba que los peces del lugar huyeran de él al pasar cerca de ellos o que el viento soplara sobre sus crines y entre las plumas de sus alas plegadas. Tú eras lo único realmente importante para él, sus ojos celestialmente azules fijos en ti. Esos ojos tan servicialmente dispuestos, de una seriedad, firmeza y atención inmensurables aunque también eran capaces de mostrar otras características ajenas al deber si la situación lo ameritaba.

Ameno: Que el Viento Te Guíe [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora