Capítulo 3: El deber llama

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Leah

El despertador suena al lado de mi oído como si el mundo se fuera a acabar.

Lo apago, desesperada por terminar con el sufrimiento que mis orejas están recibiendo.

Son exactamente las 7 de la mañana, eso significa que debo apresurarme para no llegar tarde al trabajo. Me levanto para ir al baño a ducharme y hacer mis necesidades, mi cara tiene mucho más color que ayer, eso es un avance.

Cuando salgo del baño voy corriendo a mi pequeño armario para vestirme con ropa negra, es el protocolo de la cafetería en la que trabajo.

Me visto lo más rápido que puedo y voy a la cocina para poder tomar café y con suerte comer algo.

Mientras como, reviso mis mensajes, tengo 2 mensajes de Agnes y uno de Jasper.

Agnes: ya despierta, tienes trabajo. 6:40 a.m.

Agnes: si no despiertas iré a destruir tu cafetera. 6:58 a.m.

Jasper: Mañana podríamos ver la última de los X-men. Ayer a las 7:44 p.m.

Ignoro los mensajes de la anciana y le respondo a Jasper:

Leah: Hoy no puedo enano, recuerda que es sábado de turnos largos. 7:15 a.m.

Dejo el teléfono en la mesa y me termino de un trago el café amargo, olvidé comprar azúcar esta semana.

Dejo todo en la encimera, cuando mañana vuelva lavaré los trastos sucios.

Corro a buscar mi bolso con mi ropa de cambio y mis llaves, hoy hace un poco de frío así que un abrigo no me vendría mal.

Reviso que todo esté desconectado y apagado y salgo de casa.

Cuando paso por fuera del departamento de Agnes toco su puerta y grito:

—¡Ya me voy, nos vemos mañana!

Escucho que responde con un "Está bien" a lo lejos, ella siempre se despierta muy temprano.

Salgo corriendo porque ya voy tarde, se supone que debo estar allá a las 8:15, van a ser las 8 en cualquier momento y yo no tengo auto, o moto ya que estamos. Digamos que mi billetera no se lo puede permitir.

Corro a la estación de trenes como si me estuvieran persiguiendo, definitivamente esta escena sería divertida si no estuviera muy concentrada en no caer antes de llegar tarde.

Cuando llego a la estación el tren está llegando, me he salvado.

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El día transcurre normal, al final he llegado justo a tiempo para mi turno en el café, dónde por suerte me han admitido, no acostumbran contratar a adolescentes de 17 años.

Bueno técnicamente no lo hicieron, se supone que, si alguien pregunta, tengo 18. Tampoco es como si me viera muy joven.

Felipe, mi compañero de turno, está coqueteando con una clienta cuando llego de la cocina con sus pedidos. Lo interrumpo en su patético intento de quedar con una de ellas y les entrego sus bebidas. Ellas sonríen no tan agradecidas, tienen cara de querer conversar con él por siempre.

De nuevo, patético.

—Que disfruten sus pedidos —les digo entregando sus cosas, pasando por encima de mi compañero, gracias a ellas ahora hay una fila de clientes esperando a ser atendidos.

Por suerte, es Felipe el que toma los pedidos y yo solo me encargo de preparar sus cafés, no me gusta interactuar con la clientela.

40 minutos después llega Ángela, la chica que cubre el turno que viene después del mío, así que me voy a los vestidores, agarro todas mis cosas y salgo de ahí sin despedirme de nadie, no tengo tiempo.

Son las 5:40 p.m.

Se supone que debo estar a las 6 en el "Bar Mimosa". Corro a dos cuadras más abajo para tomar el autobús que me deja fuera del local.

Por suerte, de nuevo, llego a tiempo.

El lugar aún no está abierto para los clientes, abre a las 7, así que tengo tiempo.

Cuando llego, Alan me abre la puerta.

—Ya era hora —es lo primero que dice.

—Lo siento, mi compañera tardaba en llegar.

—Ya, no te preocupes, Max aún no llega así que te salvaste —dice poniendo una mueca.

Gracias a Dios que Max aún no está aquí, él es mi jefe, y odia que llegue después que el, lo odia.

Me voy a los camerinos de las instalaciones lo más rápido que puedo y me cambio de ropa.

La única razón por la que Max accedió a contratarme fue porque Alan lo convenció de que tenía un buen cuerpo.

Si, tengo un cuerpo normal, creo yo, pero si me esfuerzo puedo ser atractiva para atraer a los clientes.

Nuevamente, si alguien pregunta, tengo 18.

Para poder trabajar aquí, Alan dijo que tenía que vestir "sexy", pero lo que Max dijo fue que solo tenía que parecer mayor de edad, así que me pongo lo de siempre, una camiseta roja manga larga con escote, y los jeans más apretados que tengo, así puedo resaltar mis "atributos".

Mi cabello lo dejo suelto, Max una vez dijo que le gustaba más así, y yo no soy quién para contradecir a mi jefe.

Salgo y mis demás compañeros ya han llegado, saludo a algunos con la mano y me encamino a la barra, preparo los utensilios que uso para los cocteles y copas que más piden aquí y un trapo nunca está demás.

Luego, la puerta se abre, y entra él.

Mi jefe tiene 23 años, y para la mala suerte de todos los que estamos aquí, es jodidamente guapo.

Es obvio que va al gimnasio, pero el hecho de que se vista como un mortal más hace que se vea más atractivo aún.

Su cabello oscuro está más largo que la última vez que lo vi. Sus facciones son muy cuadradas, es como si lo hubieran hecho a medida o algo así.

Pero, por muy guapo que sea, el hecho de que su actitud es la más distante que he visto después de mí, me hace no querer ni ser su amiga.

Todos lo saludan y el solo responde con un asentimiento de cabeza.

Luego, pasea su mirada por la barra hasta llegar a mí. Yo también asiento con la cabeza en su dirección y el solo luce enojado. Olvide mencionar que mi jefe parece odiarme.

La noche transcurre igual de normal que todos los turnos, no hay ni incidentes ni novedades y me quedo hasta las 3 de la mañana. Bueno, trabajo atendiendo a los clientes hasta esa hora, porque luego de que todos ellos se vayan, yo debo quedarme a limpiar el lugar y ordenar las mesas.

Son las 4 cuando termino con todo, Max aún no ha salido de su oficina y no podría importarme menos.

Salgo del local y pido un Uber.

Llego a casa a salvo, cuando paso por el frente del departamento de Agnes miro extrañada las cajas que hay en el pasillo. No recuerdo que... claro, la familia nueva ha llegado.

Paso por enfrente de esa puerta también y cuando estoy por abrir la mía, la de la familia nueva se abre.

Creo que están peleando.

—¡Saca al maldito gato de aquí Jason! —se escucha desde dentro.

—¡No lo voy a dejar en la calle! —responde una voz masculina.

—¡No quiero un animal aquí! —dice la voz que hablo primero, creo que es su hermana.

—¡Y yo no quiero que mis hijos estén gritando a las 4 de la mañana! Hagan el favor y duérmanse ya, tenemos vecinos —creo que esa es su madre.

No pasa mucho tiempo y un chico sale con un gato en sus manos, tiene una expresión de tristeza impregnada en la cara.

Está a punto de bajar las escaleras hasta que me ve, parece confundido, pero luego... ¿Feliz?

—Hola, ¿Me haces un favor? —dice el desconocido.

—¿Cómo? 

Siempre siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora