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El momento que tenía marcado el reloj de la máquina era exactamente el mismo con el que se había marchado, con unos segundos de diferencia que el propio invento precisaba para hacer el viaje. Además, esto ayudaba a que no se encontraran ambos, el Chenle del pasado y el del futuro, en un mismo presente, y crearan el temido desastre espacio-temporal.

Aunque el chico llevara semanas fuera, allí no había pasado el tiempo. Por esto, llegó a su época como si se hubiera ido apenas un minuto, incluso menos. Al laboratorio no le dio tiempo ni de perder iluminación, el resplandor del primer viaje fue directamente precedido por el segundo.

—Qué rapidez. ¿Cómo ha ido? —le preguntó su abuelo nada más verlo volver. El menor salió, desanimado, apenas con fuerza para levantarse y sacar con él la maleta. Todo el tiempo que había pasado con Renjun se mostraba frente a sus ojos como una película que había terminado y no volvería a ver.  —. ¿Y el chico? —preguntó, a decir verdad, sin darle importancia y hasta pareciéndole graciosa la situación; los problemas amorosos de su nieto adolescente no era un tema que a él le quitara el sueño.

Pero él, ante esta pregunta, no supo dar otra respuesta que lágrimas. Llevaba reteniéndolas desde que le preguntó a Renjun si quería venir con él, sin necesidad de que le rechazara para querer llorar. Todo lo que pasó después, solo fue acentuado en dolor en su pecho y la sequedad de garganta, mientras se provocaba un fuerte dolor de cabeza al intentar retenerlo. Tapó su cara con sus manos, y notó después de unos segundos al mayor rodeándole con sus brazos. No estaba seguro de que existiera una última vez desde que le había abrazado.

—Ey, ey, no llores. Está mejor así. Ese chico es de otra época, literalmente. Aquí tienes a todo un mundo para conocer gente, sin necesidad de viajar a otro tiempo —dijo para intentar tranquilizarlo. Le preocupaba que por respirar irregularmente, culpa del llanto desesperado, pudiera ahogarse, pero no logró calmarlo.

Sabiendo que no se iba a sentir mejor por manchar de lágrimas la ropa de su abuelo, decidió alejarse e irse a su habitación, dejando ahí olvidada su maleta, y sin que el nombrado le dijera nada.

Se encerró en su habitación. No cuestionaría las palabras de su familiar; sabía que tenía razón y eso era lo que tenía que pasar, y lo mejor para todos, pero ni ahora ni en todo el día se preocuparía por eso. Después de todo ese tiempo durmiendo en el suelo, fue un alivio tumbarse en su cama, pero el dolor en todo su cuerpo no le dejó disfrutarlo tampoco. Y no tenía hambre, sin importar el tiempo que pasara. Antes de que su abuelo le llevara un plato de comida pasaron varias horas, lo hizo a la hora de comer, y el chico no había ni desayunado, pero ni miró el lo que le había dejado. Un rato después volvió, y al verlo sin tocar, le pareció lo mejor llevárselo.

—Te dejo la comida en el microondas, por si tienes hambre, solo tienes que calentarla —anunció, en un tono suave para no volver a provocar en él emociones fuertes. Por supuesto, ya había dejado de llorar, hace un buen rato, y había dormido un par de horas incluso, pero ahora seguía en la cama, totalmente tapado, y con un ventilador encendido para contrarrestar el calor del verano que se metía en la habitación aún con las ventanas tapadas. Puede que las siguientes palabras que le dedicara su abuelo sería una charla sobre por qué no se puede malgastar la electricidad de ese modo, que era muy cara. Pero eso sería en otro momento.

Cuando llegó la noche, su estómago se abrió y un hambre colosal le invadió, como si llevara sin comer varios días. Si lo pensamos, llevaba siglos sin hacerlo, por lo que fue a la cocina, sin que su familiar le viese, y se calentó la comida como le había señalado. Se trataba de pasta simplemente, por lo que recalentada tampoco sabía demasiado bien, pero el chico no estaba como para comer un banquete delicioso en esta situación.

Beatus Ille || RenleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora