𝐈𝐈𝐈. 𝐌𝐔𝐒𝐄

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Era otro día más en el claro del bosque.

Hacia ya unos días que habían estado conviviendo ambos en el mismo lugar, ya que, Ford y la criatura se encontraban siempre a la misma hora, cuando el sol estaba alto y las sombras comenzaban a alargarse.

El reloj en la cabaña marcaba poco antes de las tres cuando él se aventuraba de nuevo al corazón del bosque, hacia el lugar donde ella lo esperaba.

El agua del estanque se movía ligeramente, reflejando la luz en pequeños destellos cuando aquellos ojos se asomaron una vez más, atentos a su alrededor. Ford sonrió al verla.

-Hola de nuevo, bonita- saludó con esa familiar suavidad en su voz, mientras extendía una mano hacia ella, en un gesto que era más un reflejo de cortesía que otra cosa. No estaba seguro de si ella entendería lo que significaba un apretón de manos.

La criatura lo miró con cierta extrañeza con sus ojos al pendiente de la mano extendida de Ford. ¿Por qué le ofrecía su mano?

Luego de unos segundos de incertidumbre, ella tomó con delicadeza su sexto dedo, acariciándolo suavemente con la punta de sus dedos.

Ford no pudo evitar soltar una ligera risa ante el gesto, tan inocente. No era exactamente un apretón de manos, pero era mejor que nada.

-Bueno, veo que estás de humor- comentó, sentándose al borde del estanque como había hecho tantas veces antes. Se acomodó en su lugar habitual, y luego tomó su diario y su pluma que estaban en su gabardina.

Observó por un momento el agua tranquila, notando cómo las ondas que creaba con su pie se extendían lentamente hacia ella. Entonces, dejó escapar una pequeña reflexión que había estado rondando su mente desde hacía días.

-He estado pensando...- comenzó, sus palabras fluyendo con calma-. ¿Eres la única que está aquí? Digo, porque en los últimos días en los que he venido, y me atrevo a decir desde que nos conocemos, nunca he visto a nadie igual que tú.

La pregunta quedó suspendida en el aire, mientras Ford la observaba con curiosidad. Había algo en la soledad de la criatura que le intrigaba profundamente. La idea de que pudiera estar sola en ese estanque, sin compañía alguna, le resultaba demasiado desolador.

Ella lo miró con un brillo incomprensible. Parecía reflexionar sobre su pregunta, como si las palabras de Ford hubieran tocado algo en su interior que no había compartido antes.

El silencio se alargó entre ambos, pero no era incómodo. Ford sabía que a veces las respuestas no llegaban de inmediato.

Aunque así lo deseara.

-Vale, cambiemos de tema-. Anunció, acomodándose mejor sus lentes con la palma de su mano -. Te traje algo bonito, quieres ver?

La chica lo miró con un brillo hermoso en los ojos, dejando en claro la curiosidad que emanaba de ellos. Había algo en su mirar que hacía que Ford se sintiera como si estuviera a punto de revelar un tesoro.

Él sonrió, complacido por la respuesta no verbal que había recibido, y comenzó a rebuscar en su bolso. Lo que había traído esta vez era una pequeña pirámide de cristal, un objeto simple a primera vista, pero que guardaba una magia especial.

Al sacarla del bolso, la sostuvo con cuidado entre sus manos, de manera que la luz del sol que atravesaba las ramas del claro se reflejara sobre su superficie.

La reacción de la criatura fue inmediata. Sus ojos se agrandaron con asombro y emoción, y se acercó un poco más entre el agua, fascinada por el objeto. Ford no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo, y con un gesto delicado, le ofreció la pirámide.

𝐎𝐉𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐈𝐒𝐓𝐀𝐋 (Stanford x Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora