Capítulo 1

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Era básicamente sencillo: situarse sobre los camarotes, bajar y entrar por la pasarela de primera clase; buscar la cubierta B, el área de recepción y el comedor del barco hundido que se presentaba como barco fantasma después de todos esos años que había estado descansando en el fondo del mar, tras su estrepitoso hundimiento desde la superficie aquella madrugada de 1912.

Todo se mostraba con grandeza ante las cámaras que llevaban con ellos; con exquisitez a pesar del agua, la arena y las algas que se había apoderado de todo… pero al caza recompensas Listing no le importaba. Ni siquiera el piano majestuoso y medio en ruinas que le mostraba otro de los monitores. No. A él lo único que le importaba era entrar a la habitación que Youssef Ferchichi había ocupado. Y pudo lograr su cometido. Ahí se mostraba la cama y restos de armario que le habían pertenecido. Maderos que tapizaban el piso y que tuvieron que retirar con delicadeza al notar que Georg insistía en revisar debajo de éstos. Cuando la madera rebotó en el suelo de la habitación, sonrió ampliamente, anunciando a su equipo que su paga había llegado: una caja fuerte se mostraba ante ellos, como prometiéndoles que ella mantenía a salvo el objeto que tanto buscaban. Subieron de nuevo al Akadémik Mstislav Kéldysh, con la caja fuerte y, en medio de la alegría que le proporcionaba al resto del equipo y socios el saberse a un paso de tener entre sus manos el diamante, comenzaron con abrir la puerta y esperar a que toda el agua contenida escapara. Extrajeron papeles mojados y un cartoncillo, pero del diamante, nada. 


Todo el trabajo de días se había esfumado junto con la sonrisa de Listing quien, desilusionado, pidió al camarógrafo que detuviera la grabación. ¿Por qué? Si el diamante le había pertenecido a Anis… ¿por qué no estaba dentro de su caja fuerte? ¿Por qué algo de tan alto valor no se encontraba donde debía estar?

Envió el cartoncillo al laboratorio sin mucho interés y dejó que intentaran descubrir lo que ocultaba mientras hablaba con la persona para la que estaba buscando el diamante azul; trató de convencerlo que lo encontraría, que buscaría en el resto del barco para cumplir su promesa; que tuviera paciencia, cuando la imagen en el monitor le mostró el retrato a carboncillo que acababa de dejar al descubierto el cartoncillo al que en un principio no le interesó. Ahí, pintado a la perfección, se encontraba un chico desnudo, ostentando sobre su pecho un gran diamante. Realmente no le importaban los rasgos delicados, profundos y suaves de su rostro o lo delgado de su cuerpo. Lo que le importaba, era el collar que colgaba de su cuello.

Mandó traer una imagen del diamante y al ver que era el mismo del retrato, inmediatamente se decidió por hacer públicos sus descubrimientos a través de la televisión. Quizá, con suerte, alguno de los supervivientes de aquella noche trágica pudiera brindarle su ayuda.

Del otro lado del océano, un hombre de alrededor de 100 años se encontraba descansando a las afueras de su pequeña casa donde vivía acompañado de su joven nieta Clarice. Descansaba sobre su viejo sofá mientras escuchaba las noticias de la tarde de manera distraída, como acostumbraba, cuando el nombre del “Titanic” le llamó la atención y más al escuchar de labios del caza recompensas, que todos los objetos encontrados irían a parar a algunos museos para preservarlos. 

— ¿Puedes subir el volumen? —pidió amablemente el anciano a su nieta, quien no tardó en obedecer, viéndole con curiosidad.

En unos segundos, el retrato que él bien conocía le dibujó una sutil sonrisa en los labios, como si se hubiera transportado tiempo atrás.

— ¿Pasa algo?
— No puedo creerlo. —susurró sin despegar la vista del televisor.
— ¿Abuelo?
— Llámalo, hija. Por favor.

No preguntó la razón. Obedeció y en unos minutos, tras hablar primero con alguien del equipo de Georg, se comunicó con el caza recompensas, quien estaba por enviar de nuevo el sumergible al mar.

TitanicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora