Capítulo 4

909 77 59
                                    

— El sentido de la vida es encontrar un buen marido… y mi querida Will lo ha encontrado. —platicaba alegremente Simone mientras tomaba el té con algunas de sus amistades. 

Ella había sido la encargada de cubrir toda sospecha de que su “querida hija” era realmente un chico. Se había encargado de mantener en pie el teatro de que había tenido gemelos: niño y niña, ambos hermosos, que compartían parte del nombre. William y Willermina, sus más grandes tesoros. Para cuando Will aparecía ante todos como chica durante la cena, Simone excusaba a su hijo diciendo que últimamente se encontraba fatigado y le era imposible acompañarlos. Y cuando el chico iba caminando tal y como era, Simone decía que su hija se encontraba en el camarote o en compañía de su prometido jugando el papel de buena esposa… cuando Anis pasaba la mayor parte del tiempo en el salón de caballeros, siempre discutiendo los mismos temas. ¿Y quiénes eran los demás para dudarlo? El apellido Kaulitz nunca se ponía en duda ni nada concerniente a él. 

Simone era soberbia, recta y avariciosa, al igual que la mayoría de la gente de su mundo. Ella y sus amigas eran tan cerradas… que todavía no aceptaban a la señora Franz como una digna “del club.” Para ellas seguía siendo una mujer vulgar y de poca clase, con lo que una vez que se daban cuenta que se acercaba a ellas para tomar el té, se levantaban de la mesa, excusándose con que irían a tomar aire a cubierta. Pero ni eso era suficiente para que Natalie les dejara a solas. Ella también tenía derecho de enterarse de las últimas noticias (o chismes, eran lo mismo) y solo ellas podían decírselas, con lo que tuvieron que guardar silencio cuando salieron del salón. 

En la mesa de enfrente, Jost hablaba con el capitán mientras fumaba uno de sus cigarrillos. 

— ¿Aún no ha encendido las cuatro calderas? 
— No lo veo necesario. —respondió el capitán en gesto tranquilo y seguro. 

David rió leve, sin comprender la razón. 

— La prensa conoce el tamaño del Titanic. Quiero que se maravillen con su velocidad. ¡Que publiquen algo novedoso! —llevó el cigarrillo a los labios, desesperado— El primer viaje del Titanic tiene que ganar los encabezados. —al escucharlo, el capitán le miró sorprendido. 
— Señor Jost, no quisiera forzar las máquinas. Aún no están aclimatadas. 
— Sé que sólo soy un pasajero en esta nave —repuso David, cansado de no lograr convencerlo de aumentar la velocidad—, así que dejo a su criterio lo que considere mejor. Pero, ¿no sería glorioso terminar su carrera en un viaje como éste y llegar a puerto el martes por la noche? ¡Llenaríamos los encabezados y usted se retiraría con honores! —parecía que con eso lo había convencido, pues terminó asintiendo, dejándolo satisfecho— Buen hombre. —le felicitó, como si se tratase de un cachorro obedeciendo a su amo. 

Afuera, Bill y Tom seguían platicando animadamente. El chico de tercera clase le contaba de sus viajes, haciéndolo sonreír con ilusión, como si pudiera ver los lugares por los que había pasado. 

— Me encantaría ser como tú —le interrumpió de pronto el joven pelinegro, ampliando su sonrisa—. Ser libre e ir al horizonte cada que tuviera ganas —suspiró y se giró a verlo, sonriendo dulcemente—. Prométeme que alguna vez iremos a ese muelle donde retratabas —Tom se giró a verlo de inmediato, sonriendo y dándole toda su atención—. O que hablaremos de él por lo menos. 
— No, no. Iremos —aseguró—. A beber cerveza; a subir a la montaña rusa hasta vomitar —Bill rió dulce y emocionado—. Y pasearemos a caballo. Solo tú y yo. 
— ¿A caballo? ¿En serio? —preguntó con un brillo de ilusión en la mirada. 
— ¡Claro! Pero… tendrás que cabalgar como un verdadero vaquero. Nada de delicadeces. 
— Entonces tendrás que enseñarme. 
— Y también te enseñaré a mascar tabaco, ¿te parece? 

Bill asintió divertido. 

— Y a mascar tabaco y escupir. —propuso, riendo leve. 
— ¿A caso no te enseñan eso en la escuela a la que vas? —preguntó curioso Tom, sin perder atención a los gestos del chico. 
— ¿Qué? ¡No! 
— Entonces yo te enseño. Vamos. —le tomó de la mano y lo llevó al costado de la nave. Inclinó su cuerpo hacia atrás para impulsarse y terminó por arrojar un escupitajo al mar. 
— ¡Qué asco! —exclamó divertido. 
— Ahora tú. 

TitanicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora