Al amanecer del siguiente día, la tempestad se desencadenó con más fuerza todavía. El mar aparecía blanco hasta su limite más lejano. En el extremo del cabo las olas espumaban a quince y veinte pies de altura. No era posible que con tan furioso temporal se pudiera entrar ni salir de la bahía. El aspecto del cielo, siempre amenazador, anunciaba que la tormenta se prolongarla algún tiempo en aquellos parajes magallánicos.
Era pues, de toda evidencia que la goleta no podría zarpar aquella mañana.
Fácil es imaginar la cólera de Kongre y de su banda. Tal era la situación, de la que Vázquez se dio cuenta cuando se levantó al lucir las primeras luces del alba.
Y he aquí el espectáculo que apareció ante sus ojos:
A trescientos pasos yacía el barco náufrago, de unas quinientas toneladas. De su arboladura no quedaba más que tres troncos rotos por su base, bien fuera porque el capitán se vio precisado a hacerlo o porque se hubieran venido abajo en el choque. En la superficie del mar no había ningún resto del naufragio ; pero, bajo el formidable impulso del viento, era muy posible que esos despojos hubieran sido arrojados al fondo de la bahía de Elgor.
Si así era, Kongre debía ya saber que se había perdido un barco en los arrecifes del cabo San Juan.
Vázquez debía, por lo tanto, tomar sus precauciones, y no avanzó hasta asegurarse que estaba desierta la entrada de la bahía.
En pocos minutos llegó al sitio de la catástrofe. La marea estaba baja y pudo dar la vuelta al barco, leyendo en la popa: Century Mobile.
Era, pues, un velero americano, teniendo por puerto de matrícula aquella capital del Estado de Alabama, al sur de la Unión, sobre el golfo de México.
El Century estaba perdido totalmente. No se veía ningún superviviente del naufragio, y en cuanto al barco, no quedaba de él más que un casco informe, que al choque habíase divido en dos. Las olas habían dispersado la carga: cajas, fardos, barricas estaban esparcidas a lo largo del cabo, sobre la playa.
El casco del Century estaba en seco y Vázquez pudo examinar el interior.
La devastación era completa. Las olas lo habían destruido todo.
No había alma viviente, ni oficiales ni, marineros.
Vázquez llamó en voz alta, sin obtener respuesta. Penetró hasta el fondo de la cala, sin encontrar ningún cadáver. O habían sido arrastrados por algún golpe de mar o se ahogaron en el momento que el Century se estrellaba contra las rocas.
Vázquez volvió a la playa, se aseguró de nuevo que ni Kongre m ninguno de la banda se dirigía hacía el lugar del naufragio y luego, a pesar de la borrasca, remontó hasta la extremidad del cabo San Juan.
—¡Quién sabe —decíase Vázquez— si habrá por aquí alguno de los náufragos del Century a quien socorrer!
Sus pesquisas fueron estériles. —Tal vez —pensaba— encuentre alguna caja de conservas que asegure mi subsistencia durante dos o tres semanas.
Bien pronto dio con un barril y una caja, que el mar había lanzado más allá de los arrecifes y que tenían escrito en el exterior su contenido. La caja contenía una provisión de galletas, y el barril, carne en conserva.
Era el alimento asegurado lo menos para un par de meses.
Vázquez transportó primero la caja a la gruta, y después llevó rodando el barril hasta ella.
Desde la punta del cabo echó de nuevo una ojeada por la bahía. No le cabía duda que Kongre estaba ya enterado del naufragio, y puesto que la Maule estaba prisionera del temporal, la banda acudiría a la entrada de la bahía para aprovecharse de los restos de la catástrofe.
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El Faro del Fin del Mundo
AventuraEn El Faro del Fin del Mundo, la misión pacífica encomendada a los fareros Vázquez y Felipe en una isla aparentemente deshabitada, va a trastornarse por completo con la aparición de unos piratas sin escrúpulos que actuarán con inusitada violencia. ...