V. Durante tres días

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Fácil es imaginarse a qué grado de exasperación llegarían Kongre, Carcante y los otros. En el preciso momento en que iban a dejar la isla, les había detenido un obstáculo imposible de prever... Y en cuatro o cinco días, tal vez en menos, el "aviso" podría presentarse en la entrada de la bahía de Elgor. Seguramente, de haber sido menos graves las averías de la coleta, Kongre no hubiese dudado en buscas otro fondeadero. Hubiera ido, por ejemplo, a refugiarse en el abra de San Juan, que al doblar el cabo se encuentra en la costa septentrional de la isla. Pero en el estado en que se encontraba el barco, hubiera sido una locura pretender realizar semejante travesía; hubiérase ido al fondo antes de llegar a la altura de la punta. El recorrido había de hacerlo con viento de popa, y el agua no hubiese tardado en invadir la bodega; por lo menos la carga se hubiera perdido irremisiblemente.

Se imponía, por lo tanto, el regreso a la caleta del faro, y Kongre había obrado muy cuerdamente al acordarlo. Durante aquella noche nadie durmió a bordo, dedicándose todos a la vigilancia más estricta, en prevención de un nuevo ataque.

Era de temer que una tropa numerosa, superior a la banda Kongre, hubiera desembarcado en la isla. Tal vez se conociera ya en Buenos Aires la existencia de esta banda de piratas, y el gobierno argentino tratase de destruirla.

Sentados a popa Kongre y Carcante, hablaban de todo esto, mejor dicho, hablaba solamente el segundo, pues Kongre permanecía absorto y no contestaba más que por monosílabos.

Carcante fue el primero que expuso esta hipótesis: la llegada a la Isla de los Estados de soldados argentinos para perseguir a Kongre y sus compañeros. Pero aun admitiendo que su desembarco hubiese pasado inadvertido, no era aquel procedimiento el de una tropa recular. Lo natural era el ataque inmediato a la plaza, o en caso que les hubiese faltado el tiempo para organizarlo, haber dispuesto a la entrada de la bahía varias embarcaciones para apoderarse de la goleta a su salida, o, cuando menos, para ponerla en la imposibilidad de continuar su ruta. En todo caso, era evidente que no se hubiesen limitado a la única escaramuza de aquellos desconocidos agresores, cuya prudencia demostraba su debilidad.

Carcante abandonó, pues, aquella hipótesis y volvió a la idea de Vargas.

Sí, era evidente que lo único que se proponían los que atacaron a la goleta era impedir que saliera de la isla. Se trataba, indudablemente, algunos supervivientes del Century que se habían encontrado con el torrero, quien les pondría en autos de todo lo sucedido, previéndoles de la próxima llegada del "aviso"...

—¡Pero el "aviso" no está aquí todavía! —dijo Kongre con voz que la cólera hacía temblar—. Antes de su regreso, la goleta estará lejos de la isla.

Era muy improbable, aun admitiendo que el torrero del faro hubiera encontrado a los náufragos, que entre todos sumaran más de tres. ¿Cómo admitir que se hubiesen salvado más de tan violenta tempestad? ¿Y qué iba a poder este puñado de hombres contra una tropa numerosa y bien armada?

La goleta, una vez reparada, ganaría alta mar, saliendo por medio de la bahía. Lo que había ocurrido una vez era preciso procurar que no se repitiera.

No era, pues, más que una cuestión de tiempo. ¿Cuántos días se emplearían en reparar la nueva avería?

Durante la noche no ocurrió incidente alguno, y en cuanto hubo amanecido, la tripulación puso manos a la obra.

El primer trabajo consistía en desplazar la parte de la carga correspondiente al flanco de babor. Se necesitaría lo menos medio día para subir hasta el puente aquella multitud de objetos. No sería necesario desembarcar el cargamento ni dejar en seco la goleta, porque encontrándose los agujeros un poco por encima de la línea de flotación, se conseguiría taparlos sin gran trabajo.

El Faro del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora