III. Los restos del 'Century'

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Allí estaban Kongre, Carcante y toda la banda, atraída por el instinto del pillaje. 

La víspera, en el momento que el sol iba a desaparecer en el horizonte, Carcante había divisado desde la galería del faro un barco de tres palos que navegaba hacia el este. Kongre pensó que este barco trataba de ganar el estrecho de Lemaire, para buscar abrigo en la costa occidental de la isla. Mientras fue de día siguieron sus movimientos, y cuando se hizo de noche pudieron distinguir las luces de situación, no tardando en advertir que estaba sin gobierno y que no demoraría en estrellarse contra la costa cuya proximidad no sospechaba.

Si Kongre hubiera encendido el faro, tal vez hubiese desaparecido el peligro; por eso se guardó bien de hacerlo, y cuando las luces del Century se hubieron apagado, no dudaron que el barco acababa de parecer entre el cabo San Juan y la punta Several.

Al día siguiente, el huracán continuó desencadenándose con furor. Era absurdo pensar que la goleta pudiera hacerse a la mar. Imponíase un retraso tal vez de algunos días, circunstancia grave estando bajo la amenaza de la llegada del relevo del faro. No había más remedio que esperar a todo evento; después de todo, no era más que 19 de febrero. Lo probable era que el temporal amainase antes de fin de mes y en cuanto el mar se calmara, la Carcante levaría anclas.

Entretanto, puesto que un barco se había perdido en la costa, era la ocasión de aprovecharse del naufragio y recoger entre los restos lo que fuera de algún valor, aumentando de ese modo el precio del cargamento de la goleta. El aumento del beneficio compensaría en cierto modo la agravación del riesgo corrido.

Nadie hizo ln menor objeción, y toda aquella banda de aves de rapiña se dispuso a caer sobre la nueva presa. Una docena de hombres se embarcaron en la chalupa del faro dispuestos a vencer a fuerza de remo las violentas ráfagas que empujaban las olas hacia la bahía. Hora y media fue necesaria para alcanzar la extremidad del cabo; pero en cambio, el regreso se efectuaría rápidamente con la ayuda de la vela.

La chalupa atracó a la orilla norte, frente a la caverna. Los piratas desembarcaron, precipitándose hacia el lugar del naufragio. 

Fue el momento en que se oyeron los gritos que habían interrumpido la conversación de John Davis y de Vázquez, quien se deslizó hasta la entrada de la gruta con toda clase de precauciones para no ser descubierto.

Momentos después, John Davis estaba a su lado.

—Usted no; déjeme soto. Necesita usted reposo —le dijo el bravo torrero.

—Me encuentro perfectamente, y quiero ver esa banda de criminales.

El segundo del Century era un hombre enérgico, no menos resuelto que Vázquez; uno de esos americanos de temperamento de hierro, y que, como vulgarmente se dice, debía tener siete vidas, como los gatos", para no haber perecido en el naufragio.

Excelente marino, había servido como contramaestre en la flota de los Estados Unidos antes de navegar en los barcos mercantes, y los armadores del Century tenían acordado confiarle el mando del navío, porque Henry Steward iba a retirarse del servicio.

Esto era para él otro motivo de cólera y de odio. De aquel navío, del que tan pronto pensaba ser capitán, no veía más que restos informes entregados a una banda de piratas.

Si Vázquez hubiera necesitado que se le alentase, allí tenía un hombre valeroso para sostenerle en su dura prueba.

Pero por determinados, por bravos que fuesen los dos, ¿qué podían hacer contra Kongre y sus compañeros?

Ocultándose tras las rocas, Vázquez y John Davis observaron prudentemente el litoral hasta el extremo del cabo San Juan.

Kongre. Carcante y los otros se habían detenido primero en el ángulo adonde el huracán acababa de arrojar la mitad del casco del Century reducido a despojos amontonados al pie del acantilado.

El Faro del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora