VI. El aviso 'Santa Fe'

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¿Cómo describir la agitación que se produjo entre los piratas?...

El grito de: "¡El aviso!... ¡El aviso!", había caído como una bomba, como una sentencia de muerte sobre la cabeza de Gatos miserables. El Santa Fe era la justicia que llegaba sobre la isla, era el castigo de tantos y tantos crímenes que no podían quedar impunes.

¿Pero se habría equivocado Carcante? ¿Aquel barco que se aproximaba era en realidad el "aviso" de la marina argentina?... ¿Navegaría con rumbo a la bahía de Elgor?... ¿No sería más bien otro vapor cualquiera que se dirigiera hacia el estrecho de Lemaire o hacia la punta Several, pasando al sur de la isla?

En cuanto Kongre hubo oído el grito de Carcante, echó a correr hacia el faro, precipitándose escalera arriba a unirse con su segundo.

—¿Dónde está el barco? — preguntó. —Allí, al nortenordeste.

—¿A qué distancia? —A unas diez millas. —¿De suerte que no puede llegar a la bahía antes de la noche? —No.

Kongre tomó el anteojo y observó el barco con extrema atención, sin pronunciar una palabra.

Nada más cierto que se trataba de un vapor. Distinguíase el humo, que se escapaba en volutas espesas; lo que demostraba que la máquina activaba sus fuegos.

Y que este vapor fuera el "aviso" era cosa indudable para Kongre y Carcante, que habían visto varias veces el barco argentino durante los trabajos de construcción del faro. Además, este navío se dirigía directamente sobre la bahía. Si la intención de su capitán hubiera sido dar en el estrecho de Lemaire, hubiera puesto la proa más al oeste, y más al sur si su intención era pasar a la altura de la punta Several.

—¡Sí! —dijo al fin Kongre—¡Es el "aviso"!

—¡Maldita suerte, que nos ha retenido aquí tanto tiempo! —exclamó Carcante—. Sin la intervención de esos pillos, que por dos veces nos han retardado, ya estaríamos en pleno Pacífico.

—Bueno; la situación no se arregla con palabras —dijo Kongre—. Es necesario adoptar una resolución. —¿Cuál? —Zarpar —¿Cuándo? —Inmediatamente. —Pero antes que estemos lejos, el "aviso" estará en la entrada de la bahía. —Sí, pero no podrá entrar. —¿Y por qué? —Porque como no verá la luz del faro, no se arriesgará hacia la caleta en medio de la oscuridad.

Estas atinadas consideraciones que Kongre hacía, se les ocurrían también a Vázquez y Davis. No podían salir de su agujero porque se arriesgaban a ser vistos desde lo alto de la galería. En su estrecho escondrijo participaban del modo de pensar del jefe de los piratas. 

El faro debía ya lucir, puesto que el sol acababa de desaparecer. Aunque conociera lasituación de la isla, lo natural era que el comandante Lafayate no se decidiera a continuar su ruta en medio de la oscuridad. No pudiendo explicarse esta extinción, lo lógico era que no entrara en la bahía hasta el amanecer. Verdad es que había entrado ya diez veces en aquel fondeadero, pero siempre de día y no teniendo el faro para indicarle la ruta no se aventuraría, seguramente, por entre los peligrosos arrecifes. Además, el comandante del "aviso" pensaría que la isla era teatro de graves acontecimientos, puesto que los torreros no estaban en su puesto.

—Pero si el comandante no ha divisado la isla —observó Vázquez—, si continúa marchando con la esperanza de descubrir la luz del faro, ¿no podrá ocurrirle lo que al Century? ¿No corre el peligro de perderse contra las rocas del cabo San Juan? John Davis no contestó más que por un gesto evasivo. La eventualidad de la que hablaba Vázquez podía muy bien producirse. Desde luego, el viento no soplaba furioso para colocar al Santa Fe en la situación del Century; pero, no obstante, estaba en lo posible y aun en lo probable que le ocurriera algún grave accidente. 

El Faro del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora