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Era la primera vez en año y medio que desayunaba con sus padres. Había tostadas y manzanas cortadas en la mesa, mermelada y mantequilla, y un vaso de leche entera frente a él. Sus padres comían en silencio y su mamá lo miraba atentamente mientras él bebía sorbos cortos y desmigaba los bordes de su pan, ambos fingiendo no darse cuenta de sus muñecas huesudas o del fantasma de Lance parado detrás de él, atrayendo toda esa atención.

O quizás no, supuso con un suspiro, echándose otro pedazo de pan a la boca. No estaba seguro de si le seguía importando tanto como antes las razones que tuvieran para tratarlo tan bien. Si él se había equivocado podía ser que ellos también, o algo así. La respuesta no tenía por qué importar.

—Tienes que ir al oftalmólogo para que compremos anteojos nuevos —dijo su madre. Herschel asintió—. Te llevaré esta tarde después de clases. ¿Te espero fuera del colegio?

Tuvo la tentación de decir que no porque era humillante, porque lo usarían como arma para reírse más de él, pero recordó que los últimos días ya nadie hacía casi nada aparte de los comentarios crudos, inmemoriales, pero fáciles de olvidar. Y su mamá estaba ofreciendo, de todos modos, y ya no tenía recuerdos de la última vez que alguien que no fuera su tía lo había ido a recoger después de clases.

—Okay —murmuró, un poco avergonzado de su propia sonrisa, así que la cubrió con su vaso.

Eliminó de su mente la voz diciéndole que solo estaban allí porque le tenían lástima o porque se sentían culpables por no haber hecho nada cuando Lance estaba vivo. No debía importarle si el resultado era el mismo. Si se lo repetía las suficientes veces al final lo creería y podría aceptar todo ese afecto sin sentir que estaba ocupando los zapatos de alguien más, sin poder siquiera llenarlos.

Dejó a Marshmallow salir al jardín, limpió su pocillo de comida y subió a su habitación a buscar su morral. Faith aún estaba durmiendo, tapada hasta las orejas, los dedos enredados en su propio cabello. Herschel la miró, algo difícil de explicar anidándose en su estómago. Iba a ser noviembre y ella seguía allí, y eran amigos, suponía. Tal vez los únicos amigos que tenían, respectivamente, y ese pensamiento trajo consigo lo que Leech le había respondido cuando había ido a hacerle preguntas. Todo lo que Roger debía haber sido para ella. La duda de si eso debía importar o no, si debía sacar información a partir de allí o estaría actuando por razones no relacionadas a la situación imperante. La incógnita de por qué le importaba tanto en primer lugar.

Con cuidado de no despertarla, abrió su clóset para buscar una bufanda y unos guantes para batallar la escarcha matutina que había empezado a reinar. Tomó lo que necesitaba y se fue, poniéndose los guantes y sosteniendo su bufanda con los dientes mientras bajaba las escaleras.

—Que te vaya bien —dijo su madre al verlo poner la mano en la perilla. Herschel asintió, sin mirarla—. Toma el autobús si te da frío —añadió, casi con timidez, y eso sí hizo que Herschel le dirigiera su atención. Estaba de pie, aun en pantuflas y con el pelo suelto, apoyada en el umbral de la sala y mirándolo con una aprensión extraña, apocada.

Le recordó a como se veía él mismo en todas las fotografías de actos públicos de la alcaldía.

—Okay —dijo sin saber qué más decir e, incómodo, se aclaró la garganta antes de agregar—, adiós.

Y se fue. El mundo afuera estaba gris y húmedo y Herschel caminó a paso lento, confiado en que aún tenía media hora para llegar a clases. Prendió un cigarrillo entre sus dedos enguantados y lo fumó, dejando el humo confundirse con el vapor que exhalaba.

Se detuvo a mirar el correr del río al llegar al puente y dejar que su cigarrillo se consumiera contra la brisa. Tenía la cara curiosamente fría de la nariz hacia arriba y los ojos secos y helados. Cada vez que respiraba exhalaba vapor y pasó el resto de su recorrido entreteniéndose intentando soplar la mayor cantidad posible y mirando las nubes gruesas que tapaban los cerros alrededor de la ciudad.

La colmenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora