Setenta y dos

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La mañana del jueves de esa semana pasó algo increíble sin precedentes: Friday fue detenido en el pasillo por un estudiante que no conocía que quería saber si estaban reclutando miembros en el club. Tartamudeó por diez segundos antes de lograr que su cerebro se acomodara en la pista adecuada para explicar torpemente que tendría que ir a preguntar directamente al salón o al auditorio, dependía de dónde estaban ese día en particular, para que la maestra viera si había cupos. Pese a acabar sintiendo que su explicación era muy pobre, recibió una sonrisa y unas cuantas palabras de agradecimiento.

Herschel, que se había quedado unos cuantos pasos atrás a esperarlo, le sonrió al verlo una vez el otro se había ido.

—Tienes la cara roja. ¿Encontraste a tu nuevo amor?

—Cállate, no estoy rojo —murmuró y aun así se tocó el rostro. Estaba anormalmente caliente.

—No puedes esconderlo, Fri, eres color papel blanco.

—¡No sé por qué es!

—Pero —dijo Herschel, rodando los ojos vagamente—, mírate, qué sujeto más popular. Hemos dado vuelta los libretos.

—Tú nunca fuiste popular.

—Oh, wow, ¿ves? Ya se te están yendo los humos a la cabeza.

—Poco más y podré empezar a actuar la trama de Heathers.

—¿En serio? ¿Heathers?

Se encogió de hombros, quitándose del camino de un montón de sujetos trotando a sus salones.

—La vi ayer con mi mamá. La estaban dando en la tele.

Herschel entrecerró los ojos, los labios muy juntos en una sonrisa desconfiada. Friday se esforzó en no reírse de su expresión, pero igual acabó sonriendo tensamente, tiritando ligeramente.

—Teatro le hace cosas raras a la gente —declaró Herschel—. Prométeme que me llevaras a tus fiestas de gente cool cuando te empiecen a invitar.

—Eso me haría menos cool.

Herschel bufó y negó con la cabeza, empezando a caminar hacia las escaleras. Friday lo siguió.

—Por favor —dijo sin darse vuelta a mirarlo—, soy la persona más cool que conoces, admítelo.

Probablemente, pensó, en términos estereotípicos Herschel habría sido considerado una persona cool con solo tener dificultades para respetar reglas. Una idea juvenil, pero así funcionaba, y al considerarlo le extrañó, en realidad, que Herschel no fuera parte del círculo del que estaban hablando. Cole estaba más cerca de eso que él, pese a ser más aburrido en ese sentido y supuso que la única razón por la que Herschel no iba a fiestas a enrolar pitos y hacer combinaciones poco inteligentes de tragos tendría que ser porque no quería, no obstante, le costaba imaginarlo no queriendo ese nivel de decadencia. Esos eran los lugares donde las personas aprendían las cosas poco sanas que Herschel hacía.

Frunció el ceño y apuró el paso hasta estar a su lado, subiendo los escalones.

—¿Has ido a una fiesta así? —preguntó. Herschel lanzó una carcajada.

—¿Cómo cuando tenía catorce? Le gustaba a una de las chicas, no sé. Me invitaron, fui con Nest, la música era mala y solo tenían cerveza desabrida. Se fumaron todos mis cigarros. Nos fuimos a la media hora o algo así a la casa de Greg a jugar Mario Kart.

Lo observó hasta que llegaron a su casillero y allí lo siguió mirando, mordiéndose el interior de la mejilla. Lo podía imaginar muy vívidamente y tenía más sentido que lo que había estado contemplando, pero al pensarlo se dio cuenta de que aún le dejaba la duda sobre los cigarros o la osadía al beber alcohol o su forma de ser en general. Tal vez con sus amigos, supuso. Él no tenía idea de eso.

La colmenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora