Capítulo ocho: Mi casa es tu casa

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Sábado. Glorioso y bendito sábado.


Sábado era el día favorito de Luz.


En los sábados, Luz podía estar con su mamá o con Eda y King. Podían ir al centro comercial o al parque. Era el único día de la semana en el que su mamá les dejaba pedir pizza o cualquier otra comida no preparada en casa. Podía ir al cine con sus amigos y podía olvidar las tareas de la escuela.


También era el día que se quedaba despierta hasta más tarde para hablar con Amity.


Aunque esa no era una de las mejores cosas del sábado.


Para nada.


. . .


¡Como decía!


—¡Luz! ¡Luz! ¡Luz! —se escuchaba a King gritar,— ¡Luuuuuuuz! —gritó King mientras se paraba justo al lado de la oreja de Luz.


—Sí, sí, estoy despierta —, contestó, con tallándose los ojos con su mano e intentado saber si su tímpano seguía intacto. King acostumbraba a despertarla así siempre que tenía oportunidad, una pequeña venganza de su parte, porque Luz lo despertaba con cosquillas. No del todo despierta como para seguir la plática de King, pero lo suficiente para que el niño no estuviera gritando.


—¡King! ¡Luz! ¡Bajen de una vez o su comida se va lo va a comer Eda! —advirtió Camila desde la planta baja.


—¡Vamos! —gritaron los hermanastros.



Luz se paró de su cama, después de estirar sus brazos y espalda. King caminó hacia la puerta y, cuando Luz se había puesto sus sandalias para estar en casa, ambos bajaron las escaleras (correr, en el caso de King).



—Hey, Luz —saludó Eda, con un plato del recalentado de la comida de ayer en su mano, que fue a dejar en un lugar vacío de la mesa. King se fue a sentar en la cabecera y Camila apareció por la puerta de la cocina.

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