Carta Primera

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Querido hijo:

No sé por qué estoy escribiendo esta carta. Supongo que es porque tengo miedo. Miedo de la muerte, miedo de dejarte a ti solo en este mundo inerte. Creo que sería mejor decirte todo a la cara, hablarlo como personas adultas, porque ya eres casi un adulto. Pero tengo miedo de no poder expresarme bien, de ahogarme en llanto y guardarme muchas cosas. Porque quiero contarte todo. Desde el principio al fin, para intentar obtener tu perdón y tu entendimiento. No exijo nada de tu parte, solo quiero que escuches mis palabras y no me juzgues. Luego residirá en ti la decisión de perdonarme, o condenarme. Porque soy culpable, lo admito. Fallé en muchas cosas y algunas de ellas no podrán ser arregladas. Diría que errar es humano, pero creo que eso me convertiría en un auténtico cobarde, y ya no quiero eso. No más. No contigo.

Supongo que recordarás las muchas veces en que me preguntabas cosas sobre el pasado, y yo siempre te evadía. No quería responder, no podía. Recordar es doloroso, porque instintivamente uno compara el pasado con el presente, y se pregunta cosas. Muchas veces me he preguntado si las cosas no podrían haber ocurrido de otro modo. Me pregunto si yo no podría haber hecho algo, el más mínimo esfuerzo al menos, para intentar evitar esto. Para evitárnoslo a todos. A mí mismo, a tu madre, y a ti. Pero finalmente comprendí, después de muchos años, que enterrar el pasado es como intentar tapar el sol con un dedo, totalmente inútil. Porque por más que intentemos olvidar el pasado, nunca podremos cambiar el presente. Así que al fin decidí enfrentar el dolor y el remordimiento, y contártelo todo de una vez, para que al menos cuando me vaya, tú sepas toda la verdad. A veces creo que siempre estuve esperando este momento para hacer esto, porque no quería ver la reacción en tu rostro cuando lo oyeras todo. No quería saber lo podrías llegar a pensar de nosotros, tus padres. Tenía miedo.

Desde que el mundo se vino abajo hemos pasado por muchos momentos difíciles. Solo quiero que entiendas esto primero. No fue para nada fácil mantenerse con vida tantos años. Supongo que de no haber los tenido a tu madre y a ti a mi lado, nunca habría durado tanto tiempo vivo. Y me alegro por ello, porque a pesar de todo tuve muy buenos momentos con ustedes, y con los demás, que ya no están. Tengo muy buenos recuerdos de esta época del mundo, y solo quiero que sean esos recuerdos los que me acompañen en mis últimos minutos aquí. Tanto tu madre como yo estamos enfermos, Rodrigo. Sé que lo sabes, pero quiero que entiendas que no es solamente enfermedad física. Estamos enfermos del alma, cansados de todo esto. Hemos llegado a un estado tal de agotamiento y angustia que a veces ni siquiera sentimos el calor del sol sobre nuestros rostros. Y por esto mismo quiero pedirte perdón. A pesar de que soy consciente de que no puedo hacer nada más de lo que ya he hecho todos estos años, quiero que me perdones por no haber podido hacer incluso más de lo que hice. Haber cambiado algo, mejorar el mundo para ti. Ese es mi mayor arrepentimiento, y no me atrevo a decírtelo a la cara. Tal vez creas que soy cobarde, y te entiendo, pero sinceramente muchas veces he tratado de decírtelo todo, pero no me atrevo. Siento que a pesar del mundo, tu vida aquí no es tan mala después de todo. Siempre has comprendido y has sabido conformarte. Y has sabido ser feliz con eso. Y siento que si te digo todo lo que he intentado enterrar en mi memoria todos estos años, todas esas cosas que hacen que despierte cada noche con horribles pesadillas, esas cosas que hacen a tu madre derramar ríos de lágrimas, puedo arruinar tu precaria felicidad. Y yo no quiero eso, preferiría morir antes que hacer eso, porque ya he cometido muchos errores antes, y no quiero volver a hacerlo, mucho menos contigo.

Siento que doy vueltas y vueltas, y no me decido a comenzar. Me hace acordar a Estela, siempre en aquellos patines dando vueltas de aquí para allá. ¿Te acuerdas de Estela? Ella fue quien te enseñó a patinar. De ella eran los viejos patines que usabas cuando eras pequeño. Pobre Estela. Era sorprendente verla patinar. A simple vista parecía capaz de derrumbarse si la tocabas con un dedo, pero cuando la veías patinar... ¡Ah! Que recuerdos... Parecía como si los años se le esfumaran así nada más, cuando se ponía sus patines.

Pero no es de esto de lo que quiero hablarte. Quiero hablarte del mundo, de la vida, del Fin y de la muerte, de la familia, la felicidad y el amor. Porque te quiero. Te quiero como mi hijo, como mi amigo, como una parte de mí. No debes sentirte mal por la muerte. Es algo que he aprendido por las malas, te lo aseguro. Debes estar preparado. Lamentarte no te llevará a ninguna parte, otra cosa que he descubierto a lo largo de los años. Supongo que este es otro motivo de estar escribiendo esta carta. Aconsejarte y guiarte en todo lo que pueda, ya que nunca se dio la ocasión para una charla padre/hijo. No es que antes no me interesara aconsejarte, no quiero que pienses eso. Lo único que puedo decir en mi defensa, es que nunca fui muy bueno con las conversaciones. Es como si las palabras que quiero decir se amontonaran en mi garganta y salieran todas al mismo tiempo, confundiendo y diciendo nada en realidad. Entonces me callo y me alejo, avergonzado. Por eso, siento que la mejor manera de hacer esto es a través del papel. Creo que las palabras escritas dicen más que las habladas. Además de que siempre se tiene la idea original y no se agregan u omiten partes, deformando el mensaje original. Aunque admito que hay cosas que es mejor decirlas que escribirlas. Como un “te quiero”. Ahora recuerdo que antes escribí “te quiero”, al principio de este párrafo. Pero no es porque valga menos. Es porque necesitaba decírtelo una vez más. Espero haberte dicho “te quiero” más veces de las necesarias. Es algo que un padre debe decirle seguido a su hijo. Y mucho más en este mundo, cuando uno no sabe realmente si vivirá para decir “te quiero” una última vez.

Recuerdo que una vez cuando eras pequeño estabas afuera, sentado sobre unos escombros jugando con un viejo celular roto. Yo te observaba desde la puerta mientras jugabas, y de la nada me levanté, me acerqué a ti, te abracé, y te pregunté si nos querías. A ti te sorprendió la pregunta, pero dijiste “sí, los quiero a ti y a mamá”. Después yo te dije que te quería mucho, y me fui para que no me vieras llorar. Nunca supe por qué hice eso, o por qué no quise que me vieras llorar; simplemente sé que lo hice, y que necesitaba hacerlo, porque no lloraba de tristeza, sino de felicidad. Estaba feliz de saber que tú nos querías. Supongo que después de haber pasado por el Fin, uno siente más necesidad de afecto.

Ay, Rodrigo. ¿Cómo podría haber hecho yo algo para cambiar el mundo si ni siquiera me atrevo a hablarte sin rodeos? No solo me escondo detrás de esta carta, sino que doy vueltas y vueltas sin terminar en ninguna parte concreta. Espero que sepas entender mi miedo. Mi miedo a la verdad, mi miedo al pasado, a los recuerdos tristes, a la muerte, a tu incomprensión, a tu desprecio. Créeme que no lo hago por dar lástima, pero es que realmente se me dificulta enfrentar todos aquellos monstruos que durante tantos años me esforcé por enterrar en lo más remoto de mi memoria.

Creo que de todos modos no me atreveré a decirlo. Siento como si ver las palabras escritas pudiera hacerme enloquecer. ¡Tengo miedo de escribir! Y me arrepiento. Me arrepiento de muchas cosas, y a la vez me alegro de tantas otras. Ahora, acostado en la cama que sé que se convertirá en mi lecho de muerte, intento redimirme. Intento afanadamente encontrar un sentido a todo esto. Intento buscar una salvación. Una salida. La salida que tanto tiempo me negué a buscar. Intento comprender por mí mismo y, reconociendo de una vez todos mis errores, aprender de ellos y vislumbrar la luz que yo mismo he mantenido oculta tanto tiempo, sintiéndome temeroso de ella. Ahora, al fin comprendo que no hay nada más, que las cosas son así y uno debe enfrentar sus demonios, porque la vida se termina y tras la muerte no hay forma de arreglar las cosas. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Si me muero mañana, me habré llevado conmigo muchas cosas que debería haber sabido enfrentar hace mucho. Y seré un cobarde, y tu vida será en muchos sentidos inconclusa. Y me odiaría a mí mismo si hiciera eso. Por eso espero que sepas perdonar mi desesperado y cobarde silencio.

Con cariño,

Tu padre.

Cartas del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora