Carta séptima

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Querido hijo:

Como te conté en la última carta, tuvimos que hacer frente a muchos problemas de convivencia durante los primeros tiempos de la extinción. No fue una tarea fácil, pero afortunadamente logramos salir adelante con la invaluable ayuda de Estela, que tenía una asombrosa habilidad para mantener la calma y llevarse bien con los demás. De ella aprendimos muchas cosas. Pero no creas que con eso nuestros problemas estaban resueltos. Porque no es así. Fueron muchas las penas que cargamos por muchos años, y ahora procederé a relatártelas.

Recién habían transcurrido tres o cuatro meses desde el fin del mundo, y nosotros recién habíamos logrado solucionar nuestros problemas de convivencia. Pero no eran las únicas amenazas que pendían sobre nuestras cabezas. Peligros mucho peores nos acechaban sin que nosotros supiéramos. Por un lado, estaban las enfermedades. Bueno, de eso ya te hablé. La última etapa del fin del mundo fueron las grandes epidemias que asolaron a la gente y diezmaron a los que habían sobrevivido al resto de acontecimientos. Por fortuna tu madre y yo, además de los demás habitantes de la casa, no nos enfermamos, y logramos mantenernos con vida por bastante tiempo. Pero había un problema en la ciudad que no habíamos previsto. La cantidad de cuerpos en descomposición en las calles era asombrosa. Y poco a poco su grado de putrefacción iba en aumento, por lo que del mismo modo el hedor aumentaba cada vez más. Al principio era apenas una mínima sensación; luego, se notaba más fuerte cuando tenías el viento de frente; después, teníamos que permanecer adentro los días de mucho viento; y al final, nos era imposible salir de la casa en ningún momento. El hedor putrefacto de los cuerpos esparcidos por toda la ciudad, y por todo el mundo, estaba en todas partes y se impregnaba en todas las cosas. Recuerdo que fueron incontables veces las que nos encontramos vomitando a causa del horrible hedor que enrarecía el aire.

Nunca antes nos habíamos preocupado por los muertos, pero ahora no teníamos otra opción. Haciendo un enorme esfuerzo, comenzamos a retirar los cadáveres de las calles y llevarlos a la otra punta de la ciudad. El trabajo era lento y arduo, ya que nos veíamos obligados a detenernos en muchas ocasiones para vomitar, e incluso algunas veces debíamos dar por terminado el trabajo y regresar a la casa, cuando sentíamos que podíamos morir si permanecíamos un minuto más en contacto con aquella peste. Hay que admitir que también fue un trabajo que requirió una extrema fuerza emocional, para mantenerse cuerdo mientras arrastrábamos los cuerpos putrefactos de conocidos, amigos, niños...

Supongo que ninguno de nosotros esperaba que sucediera. Creo que nadie lo había previsto, ni siquiera Ernesto, con sus ideas e invenciones que salvaban vidas. En ningún momento pensamos que caeríamos enfermos por estar en casi continuo contacto con cadáveres en descomposición. Pero creo que era algo previsible. Bastante obvio como para no darnos cuenta. Tal vez el esfuerzo emocional que estábamos haciendo nos impidió pensar en eso antes de lanzarnos a recoger cadáveres por toda la ciudad. La idea original era reunir la mayor cantidad de muertos posibles, si no todos, en el otro extremo de la ciudad, y quemarlos. Entonces tendríamos que pasar varios días encerrados en la casa, hasta que la hoguera se apagara y el olor desapareciera, pero valdría la pena. Lo cierto es que nunca pudimos terminar el plan. Reunimos cientos, quizá miles de cadáveres, y los apilamos. Creo que llegamos a limpiar más de la mitad de la ciudad. Pero entonces todos caímos enfermos, y no pudimos regresar al trabajo. Ernesto, Tomás, Alexis y yo contrajimos algún tipo de enfermedad que no conocíamos, y tuvimos que pasar varias semanas encerrados en la casa. Roxana y Emma se contagiaron más tarde, por estar demasiado cerca de nosotros. Así que estaban Eladia, Estela y Olga  para realizar las actividades de la casa, y además cuidar de nosotros.

No recuerdo mucho de esos días, porque teníamos tanta fiebre que pasábamos la mayor parte del tiempo dormidos, y algunas veces incluso teníamos alucinaciones. Sólo sé que luego de varias semanas viviendo en un plano existencial diferente, todos regresamos a la normalidad gracias al cuidado de aquellas tres mujeres. Ellas incluso habían tenido que hacer una incursión a la ciudad para buscar medicinas para nosotros. Y fue recién en ese momento cuando nos dimos cuenta de la falta que nos hacían los medicamentos. Desde el momento en que nos curamos, comenzamos a hacer viajes a la ciudad para recolectar todas las medicinas que encontráramos por allí. Y eran bastantes. El sótano de la casa tuvo dos grandes cajas de provisiones medicinales para futuro. Sabíamos que los medicamentos no durarían para siempre, y que debíamos buscar una forma de conservarlos el mayor tiempo posible, o de crear nuestros propios medicamentos. Así fue como luego de buscar en varias bibliotecas, encontramos algunos libros sobre medicina, donde aparecían muchas plantas de usos medicinales comunes, entre otras cosas. Así que lo siguiente que hicimos fue buscar y conseguir esas plantas y objetos que nos podrían ser útiles.

Cartas del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora