Carta octava

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Querido hijo:

Como te dije antes, los habitantes de la casa tuvimos que pasar por muchos problemas de convivencia durante los primeros tiempos de la extinción. Creo que te conté que al final habíamos sabido resolver nuestros problemas, y habíamos aprendido a ser como una familia. Haber superado los conflictos nos unió mucho como personas, pero sin lugar a dudas el hecho que más nos unió a todos, de una forma que no podría expresar con palabras, fue tu llegada, Rodrigo. Tú fuiste una de las cosas que nos mantuvo unidos y resistiendo, cuando todo parecía venirse abajo. Pero no quiero adelantarme a los hechos, hay cosas que quiero contarte, que pasaron antes de tu nacimiento.

Bueno, antes que nada debería explicarte todo. Me cuesta admitirlo, no sé si debería decírtelo o no, pero creo que lo mejor es ser sincero. Tu llegada fue inesperada. Sí, nunca planeamos tener un hijo. No es que no lo quisiéramos; simplemente, viviendo en el mundo en que estábamos, nunca se nos había pasado por la mente tener un hijo. Así que sí, surgió de improvisto. Nos sorprendió a todos. Incluso generó cierto revuelo en la casa, porque algunos estaban consternados por la noticia. No voy a dar nombres, pero algunos creían que traer un hijo a este mundo era una terrible idea, porque no íbamos a poder darle al niño la vida que se merecía. Hubo muchas opiniones y sugerencias, pero tu madre y yo siempre fuimos firmes en la decisión. Bueno, quizá no siempre. No sé si debería contarte esto. Es algo que me corroe por dentro, y me siento la peor persona del mundo por alguna vez haberlo pensado. Me siento miserable y quisiera morir por esto. Pero debes entender nuestra situación.

Al principio no estábamos seguros de tenerte.

Ya está, ya lo dije. Ahora puedes pensar lo que quieras de mí. No te culpo, ya bastante me he atormentado a mí mismo. Solo quiero que trates de entender que éramos dos jóvenes viviendo en una casa abandonada, junto a siete desconocidos, en un mundo muerto, con cadáveres por todas partes, enfermedades aquí y allá, y perros poco amigables. Nuestra visión del futuro no iba más allá del día siguiente. Nos era imposible saber si despertaríamos por la mañana. Y hacerlo era todo un logro. Por eso en un comienzo estuvimos asustados, y no estábamos seguros de querer esto. No porque no quisiéramos un hijo, sino por la situación del mundo. Porque, ¿qué vida podríamos darte en un mundo que se caía a pedazos? No queríamos sentirnos culpables por no poder darte todo lo que te merecías.

Al final, luego de largas y angustiantes noches de insomnio, decidimos seguir adelante con el embarazo. En realidad creo que Emma siempre estuvo bastante convencida de querer tenerte, creo que era yo el único que titubeaba. Y me siento culpable por ello, me siento el peor hombre del mundo, un cobarde, sin honor. Nunca me perdonaré a mí mismo haber siquiera pensado en no traerte al mundo. Pero como te estaba diciendo, finalmente decidimos continuar con el embarazo, a pesar de lo que dijeran los demás.

Algunos pusieron el grito en el cielo, otros nos apoyaron. En realidad no nos importaba mucho, estábamos convencidos y no nos preocupaba la opinión de los demás. Pero al fin todos estuvieron contentos por el embarazo y la convivencia mejoró en la casa. Todos querían cuidar a tu madre, no la dejaban hacer ningún esfuerzo, la trataban como a una reina. Ella siempre rechazaba la ayuda y alegaba que aún no la necesitaba porque, ciertamente, el principio del embarazo era la parte más fácil. Pronto surgió un posible problema, ¿cómo iba a ser el parto? No era como si pudiésemos ir a un hospital y listo. Ya no había doctores ni parteras, solo había cadáveres, y ellos no serían de mucha ayuda para traer un niño al mundo. Pero luego Eladia, quien aún tenía sus dudas sobre el tema, nos confesó que ella misma había asistido dos partos hace muchos años. Uno de su hermana, y otro de una vecina. Ninguna de las dos mujeres tenía dinero suficiente como para pagar un hospital, así que tuvieron a sus hijos en sus propias casas. Eladia había estudiado enfermería, y tenía algunas nociones sobre partos. Y ambos habían sido exitosos. Debo confesar que la idea de confiar tu nacimiento a una mujer que no estaba del todo de acuerdo con traerte al mundo me daba escalofríos. Pero luego tu madre me tranquilizó, diciéndome que a pesar de su mal carácter Eladia no era una mala persona, y que además Olga y Roxana iban a tener que estar allí a su lado, para ayudarla en cualquier cosa que Eladia necesitara.

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