Carta decimoséptima

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Penúltimo capítulo de esta historia. Es bastante corta, lo sé, pero espero que les haya gustado de todas formas.  intentaré actualizar lo más pronto posible. Gracias a los que leen y votan, aunque sean pocos lo valoro mucho :) Bueno, espero les guste el capítulo y nos vemos pronto!

Querido hijo:

Han pasado veinticinco años desde que tu madre y yo llegamos a esta casa. Es curioso. Pasamos la mitad de nuestra vida en el mundo antiguo, y la otra mitad en la extinción. Teníamos precisamente veinticinco años cuando llegamos aquí, llenos de ideas y sueños de comenzar una nueva vida, en paz. Todos esos sueños se han perdido ahora. Todos excepto uno, tú.

Siete personas vivieron con nosotros durante nuestra estancia aquí. Ernesto, Olga, Estela, Eladia, Tomás, Alexis y Roxana. Todas han muerto, derrotadas por el mundo. Al parecer el Fin ha ganado la batalla después de todo, ¿no crees? Quizá todos sabíamos que esto ocurriría tarde o temprano, sabíamos que la batalla ya estaba perdida. Pero nunca perdimos la esperanza. La última persona en morir aquí fue Roxana, quien se suicidó tras la muerte de sus dos compañeros, Alexis y Tomás. De eso hace ya diez años, si no me equivoco.

La vida en la soledad ha sido dura, pero hemos logrado salir adelante juntos, en familia. No hemos vuelto a ver ninguna caravana de vándalos. Quizás los supervivientes se asentaron en alguna parte, quizás alguna ciudad resistió al Fin y continúa luchando en la extinción. Aunque, tampoco hemos visto rastro alguno de que alguien más siga con vida además de nosotros. Es una incertidumbre que no me atrevo a corroborar. Sería demasiado triste saber que somos los únicos con vida. No es que eso pudiera cambiar mucho las cosas, hemos vivido veinticinco años sin tener noticias de nada ni de nadie. Pero creo que prefiero no tener la certeza de que estamos solos.

Los perros han disminuido radicalmente su número. Muchos han muerto de hambre, otros simplemente se han ido a otros lugares. Así como al comienzo de la extinción había cadáveres humanos por todas partes, ahora los hay caninos. No son tantos, obviamente, pero sí nos recuerda a aquella enorme pira de cuerpos que alguna vez tuvimos que crear. Cuerpos de personas. De conocidos, amigos, niños... Ahora la ciudad es mucho más segura. Sé que tus incursiones en la ciudad te llevan cada vez más lejos, no creas que no lo hemos notado.

Debo confesarte algo. Una vez le insinué a Emma tener otro hijo. No es que me divirtiera traer niños a este mundo desolado, es solo que me hubiera gustado que tuvieras algo de compañía. Habría sido algo muy bueno. Emma lo consideró un momento. Por supuesto que a ella también la aterraba la idea de dejarte solo en el mundo, pero también la aterraba la idea de traer otra criatura. Ya demasiado habíamos padecido, no necesitábamos más dolor. No es que estuviéramos seguros de que el niño sufriría o algo, pero en el mundo después del Fin, no hay muchas más opciones. Ella dijo que no, y yo la comprendí. Y a ambos se nos partió el corazón. Desde entonces hemos llevado este recuerdo como una cruz pesando sobre nuestras cabezas, y cada vez que te miramos no podemos evitar imaginarte jugando con otro niño de tu edad, creciendo juntos, haciéndose compañía, apoyándose y cuidándose mutuamente. Espero nos perdones por ello.

Pero ese es uno de los más pequeños arrepentimientos. Tu madre y yo hemos cargado todos estos años con un peso que nos corroe por dentro y nos quema como ácido. Una tarde entré a nuestra habitación y descubrí a tu madre sentada en el borde de la cama, mirando pensativa un revolver que sostenía inocentemente en sus frágiles manos. Al principio no comprendía, pero luego entendí el dilema que la atormentaba. En silencio avancé por la habitación y me senté junto a ella. Lentamente tomé el arma de sus manos, la dejé sobre la cama, y la abracé con ternura. Ella no aguantó más y rompió a llorar. Yo solo la abracé y la besé hasta que volvió a tranquilizarse.

_ ¿Qué hemos hecho?_ me preguntó con la voz quebrada.

_Hicimos lo mejor que podíamos haber hecho.

_Él se va a quedar solo. Cada día me convenzo más de que los únicos que estamos con vida somos nosotros.

_El mundo es muy grande, Emma. Estoy seguro que hay alguien más ahí afuera.

_Pero...

_Sé lo que piensas. Yo también he considerado la opción unas cuantas veces.

Ella me miró sorprendida.

_ ¿El suicidio?

Asentí.

_Yo he pensado... He pensado que podemos terminarlo todo. Sería rápido y fácil.

_ ¿Y privarlo de la elección? No_ le dije.

_Ya demasiados horrores le hemos hecho vivir.

_Y también muchas alegrías. Lo hemos criado con amor, Emma.

_Yo solo no quiero que sufra. Ya no más.

_Yo tampoco quiero que sufra, pero ese no es el camino.

Ambos guardamos silencio durante unos segundos.

_Además_ le dije entonces_, sería una traición a todos los demás.

_ ¿Qué?

_Sería como estar traicionándolos. A Olga, Ernesto, Eladia, y los demás. ¿Crees que ellos aprobarían esto?

_Eladia ni siquiera estaba de acuerdo con dejarlo nacer.

_No, no lo estaba. Pero después dio su vida para salvarlo a él y a nosotros. Y eso no puede cambiarse. Si todos fuéramos a tomar el camino más fácil, ¿de qué habrían servido todos estos años? ¿De qué habría servido todo lo que nos enseñaron Olga y Ernesto? ¿Qué sentido habrían tenido las muertes de todas aquellas personas? Nuestra familia. Ellos murieron, pero hasta el último segundo de vida hicieron lo posible por ayudarnos a resistir. Ellos vieron esperanza en nosotros. En nosotros y en nuestro hijo. Y no podemos defraudarlos ahora.

Ahí terminó la conversación. Pero debo confesar que no fue la única ocasión en que nos planteamos usar la salida más rápida. Y sí, voy a ser sincero contigo, sí pensamos en llevarte con nosotros. No me importa lo que puedas pensar ahora, sé que tú hubieras hecho lo mismo en nuestro lugar. Cualquiera lo habría hecho. La idea nos perseguía a cada momento, nos acosaba, nos enloquecía.  Sé que es horrible admitir que pensé en matar a mi propio hijo, pero quiero que entiendas la situación en que estábamos. Ya nada quedaba en el mundo por lo que valiera la pena vivir. Ya no había personas, no había nada. Las pocas personas que habíamos encontrado habían muerto. Y puedo asegurarte que no sabes lo que significa tener la certeza de ser el siguiente en la lista. Tu madre y yo sabíamos que nuestro turno había llegado, y eso nos desquiciaba. Ya nadie más quedaba, y a no ser por algún evento extraordinario, nosotros éramos los próximos. ¿Te imaginas lo que sentimos al pensar que íbamos a dejarte solo en un mundo vacío? ¿Puedes a caso imaginar el horror que nos supuso pensar en abandonarte a tu suerte, luego de haberte traído al mundo voluntariamente? Nos sentíamos culpables, sí. Y puedo asegurarte que el terror de abandonarte en el mundo después del Fin, era mucho peor que la idea de acabar con todo de una vez por todas. Porque, ¿para qué seguir luchando? ¿Qué sentido tenía ya? ¡Todos habían muerto! ¡El Fin nos había vencido a todos! Eso era más claro que el agua. Entonces ¿para qué seguir resistiéndose? ¿Por qué no  dejar que las cosas fueran como debían ser, y terminarlo todo de una buena vez?

Aún no he podido encontrar una respuesta satisfactoria.

Quizá sea la esperanza de que las cosas puedan ser mejores. Dicen que, una vez que has tocado el fondo, ya no queda otra cosa más que subir. Nosotros habíamos tocado el fondo ya hacía tiempo. Tal vez fue la esperanza la que nos convenció de aguantar un poco más. Tal vez fue el amor. Quizá decidimos resistir para mantenernos a tu lado el mayor tiempo posible, para dejarte claro que te amábamos profundamente y que lamentábamos no haber podido darte todo lo que te merecías. Quizá fue el miedo. El miedo a la muerte, a lo desconocido, a un juicio. Aunque tal vez fue solo porque decidimos dejar que las cosas transcurrieran como debían suceder, sin tratar de intervenir en el destino. Si te soy sincero, aún no he encontrado una respuesta.

Y no creo que alguna vez lo haga. A veces, las cosas simplemente suceden porque suceden.

Con cariño,

Tu padre.

Cartas del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora