Querido hijo:
Debo confesarte que a pesar de que pensaba que remover estos recuerdos del pasado me traería dolor, ahora me siento bien, porque siento que vas a enterarte de todo lo que necesitas saber. Y finalmente me expiaré.
Como te conté antes, el momento de tu nacimiento significó mucho no sólo para tu madre y para mí, sino también para el resto de las personas de la casa. Siempre fuiste el centro de atención, tenías a todo el mundo sobre ti, dispuestos a satisfacer cualquier deseo tuyo. A veces me pregunto si no te habrán consentido demasiado. Pero bueno, no es momento de hablar de eso.
Naciste al final de un crudo invierno. Con tu nacimiento llegó la primavera, y poco a poco comenzamos a recuperar nuestras antiguas actividades. Habíamos mantenido siempre el huerto bien cuidado, y ahora cosechábamos bastante comida. Teníamos una gran variedad de verduras en el fondo de casa. Fue una suerte que los vándalos no lo descubrieran, porque eso habría delatado nuestra existencia. Con la llegada de los primeros calores reanudamos nuestras incursiones a la ciudad. Ahora parecía estar verdaderamente desierta. Los perros habían desaparecido por completo sin dejar rastro. Supusimos que se habrían marchado a otra parte en busca de comida, o quizás habían muerto de hambre. La verdad es que no se veían perros por ninguna parte, y nosotros estábamos aliviados por eso.
Seguramente te hemos contado muchísimas veces sobre tus primeros años de vida. Pero quisiera escribirte sobre eso también, para asegurarme de que conoces algunas cosas que me gustaría que sepas. Por ejemplo, tu primera palabra. No recuerdo exactamente cuando fue, pero pienso que ocurrió poco después de tu primer año. Fue durante el almuerzo. Tú estabas comiendo en tu sillita de bebé, y se te cayó la cuchara al piso. Entonces fue cuando dijiste:
_ ¡Mamá!
Todos nos quedamos en silencio y te miramos sorprendidos. Entonces tú soltaste una carcajada, y todos reímos contigo. Así volviste a ser el centro de atención. Todos intentaban hacerte repetir aquella primera palabra y muchas otras. Fue un gran día para todos.
¿Te contamos alguna vez sobre la vez que diste tus primeros pasos? Supongo que sí. Fue en otoño. Emma y yo estábamos afuera, sentados en el pasto, conversando. Tú estabas con nosotros, jugando con el pasto y las hojas secas y gateando a nuestro alrededor. Entonces, sin previo aviso tu madre se me quedó mirando fijamente. Yo me asusté y le iba a preguntar qué ocurría, pero ella habló primero:
_No te muevas.
Yo no comprendía qué pasaba, pero entonces sentí las pequeñas manos en mi camisa. Te habías sujetado a mi camisa y estabas poniéndote de pie tú solo. Entonces, cuando lograste pararte correctamente, tu madre te dijo:
_Rodrigo, ven con mamá. Ven, vamos. Ven con mamá.
Y entonces tú te reíste y te soltaste. Diste un corto paso hacia adelante, luego otro y otro, y justo cuando estabas a punto de caerte, tu madre te sujetó y te llevó con ella. Los tres reímos en ese momento, y luego te alentamos a que continuaras caminando. Tras varios intentos fallidos, por fin lograste dar varios pasos firmes entre nosotros. Ese fue un momento muy bonito que compartimos los tres.
Estoy seguro de que muchas veces te contamos sobre la vez que te escapaste de la casa, ¿verdad? Estoy seguro de que sí. Nos diste un susto terrible. Creo que tenías dos años y medio, o tres. Recuerdo que la noche anterior habías dormido con nosotros, y cuando desperté por la mañana, ya no estabas. Al principio no me alarmé, porque algunas veces tu madre se levantaba en la madrugada y te llevaba hasta tu cuna, para que durmiéramos todos más cómodos. Me asomé a la cuna, y vi que no estabas. Entonces la desperté y le pregunté si Estela te había llevado con ella, algo que también ocurría con cierta frecuencia. Cuando me contestó que no y me preguntó qué ocurría, me asusté. Me asusté mucho, y apenas fui capaz de responderle antes de salir corriendo de la habitación a buscarte. Recorrí la casa de arriba abajo, despertando a todo el mundo. Estaba aterrado. Finalmente, vi la puerta de calle abierta. El alma se me vino al suelo. Mil imágenes aparecieron en mi mente, vándalos, perros... Corrí como un desquiciado hacia afuera y te busqué por todas partes. Te llamé a los gritos, y no respondías. Para ese entonces todos en la casa estaban levantados, y salían afuera llamándote también. Sentí que algo se desplomaba en mi interior, sentí que se derrumbaban todos mis sueños, mis esperanzas, me sentí morir esa mañana sobre la calle. Pero entonces escuché tu voz. De alguna forma, tu voz llegó a mis oídos, y corrí desesperado hacia el fondo de la casa. Y allí estabas tú, regando las plantas del huerto mientras cantabas una canción. Al principio creí estar soñando, estuve seguro de que era todo parte de mi imaginación, que era un espejismo producido por la desesperación. Pero entonces me miraste, sonreíste y me dijiste:
_Hola papá.
Y esas simples palabras me devolvieron a la vida. Comencé a llorar y te abracé con fuerza. Tú no entendías nada de lo que pasaba. Entonces llegaron los demás y nos vieron, y todos se aliviaron de encontrarnos allí. Desde ese día siempre nos aseguramos de trancar todas las puertas de la casa antes de acostarnos cada noche.
Otra graciosa anécdota ocurrió cuando tenías tres o cuatro años. Era verano, y esa tarde estábamos todos en el fondo de la casa, sentados sobre el pasto. Recién habíamos terminado de almorzar, y estábamos conversando animadamente. De pronto alguien se percató de tu ausencia, y todos nos pusimos nerviosos. Entonces oímos el sonido de algo que se caía dentro de la cocina, y todos corrimos hacia allí, preocupados. Al llegar, una graciosa imagen se presentó frente a nosotros. Tú estabas en el suelo, con un montón de libros encima. Y en tus pies, los patines de Estela. Al parecer habías intentado hacer una sorprendente aparición en patines, pero habías perdido el equilibrio, y tras intentar sujetarte de una pequeña estantería de libros, habías terminado con todo en el piso. Esa fue la primera vez que intentaste patinar. Estela se emocionó por tu iniciativa, ya que algunas veces había intentado enseñarnos a nosotros a hacerlo, pero ninguno había logrado dominarlo. Desde ese momento comenzaste a asistir a clases particulares de patinaje con Estela. La mujer nos encargó traerte de la ciudad unos patines de tu talle, y así hicimos. Creo que nunca te vi tan feliz al recibir un regalo, como cuando recibiste tu primer par de patines. Pasabas todo el tiempo con aquellos patines. Eran tu tesoro. Y luego, cuando finalmente aprendiste a patinar, andabas por toda la casa, de un lado para otro con esos patines.
Hay que admitir que si bien eras pequeño, eras un peligro sobre ruedas. Eran bastante frecuentes los accidentes que causabas. Te gustaba la velocidad, y muchas veces ocurrían colisiones. Creo que nadie en la casa se salvó de ser atropellado por ti. Todos sufrimos alguna vez un pequeño accidente contigo y tus patines. Recuerdo una vez que chocaste con Ernesto. Él bajaba las escaleras y, cuando llegó al final de las mismas, de la anda apareciste tú sobre ruedas y ambos cayeron al piso. Ernesto puso el grito en el cielo. Siempre intentaba no ser muy duro contigo, pero esa vez no se pudo contener y se enojó muchísimo. Te gritó, y furioso, se encerró en su cuarto. Recuerdo que tú te pusiste a llorar, pero no por el golpe, o porque Ernesto te hubiera gritado, sino porque lo habías lastimado. Llorabas desconsoladamente y nadie podía hacerte entender que había sido tan solo un accidente. Cuando finalmente te tranquilizaste, por tu cuenta fuiste hasta la habitación de Ernesto y le pediste disculpas, y le preguntaste si podían ser amigos de nuevo. Obviamente Ernesto no se pudo resistir a semejante imagen. Además, no había imaginado que te hubieras preocupado tanto. Creyó que llorabas por el golpe y listo. Pero esa fue una sola de muchas ocasiones en las que tú y alguien más terminaron en el piso luego de una colisión. Podría contarte muchas otras anécdotas más, pero supongo que aburriría.
Así que, hasta la próxima carta, Rodrigo.
Con cariño,
Tu padre.
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Cartas del Fin del Mundo
Science FictionQuerido hijo: Te escribo estas cartas para contártelo todo de una vez. Para que sepas cómo fue una vez el mundo, y cómo hicimos tu madre y yo para sobrevivir a la Extinción. Muchas de las cosas que relato en estas cartas tú mismo las viviste, puesto...