Eren y Mikasa mantenían una correspondencia mediante las que se descubrían el uno a otro a través de los poemas de sus cartas. No obstante, han pasado varios años desde aquello, y ni Mikasa es la chica perfecta de antes, ni Eren aquel joven responsa...
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___ MIKASA ___
Cierro la taquilla sin molestarme en responderle, ignorando el hecho de que lleva pegado a mí como una sombra todo el día. Sé que mi actitud indiferente lo está molestando, pero no pienso ceder ante su insistencia. No después de haber ignorado mis mensajes y llamadas durante cuatro días.
Eren vuelve a poner los ojos en blanco y cierra los puños con fuerza en el bolsillo de su sudadera, sin molestarse en disimular su irritación.
— ¿De verdad vamos a estar así todo el día?— refunfuña mientras busca mi mirada.
La pregunta me parece tan irónica que me dibuja una sonrisa sardónica en los labios y yo me vuelvo para contestar con la misma tranquilidad con la que me he limitado a desatenderlo toda la mañana.
— No sé. Dímelo tú— le espeto.
Giro otra vez sobre mis talones para dejarlo atrás de nuevo mientras me ajusto las asas de la mochila a los hombros y pongo rumbo hacia la biblioteca. Procuro caminar a zancadas, sorteando a la masa de estudiantes que se aglomeran en los pasillos para celebrar el final de otra aburrida jornada de clases.
— Vale. ¡De acuerdo!— gruñe con resignación la voz de Eren a mis espaldas, que no ha desistido de su empeño—. Lo siento.
Me detengo en seco y él se ve obligado a hacer lo propio para no chocarse de bruces conmigo, sorprendido por lo imprevisible de mi actitud. Lo escaneo con los ojos de arriba abajo, como si pretendiera encontrar un atisbo de sincera disculpa en alguna parte de él. Eren frunce los labios y me sostiene la mirada, nervioso.
— Lo siento— repite, esta vez con una voz más dulce.
Yo alzo las cejas, asombrada por la facilidad que tiene para mentir.
— Vale— me limito a responder, indiferente.
A él vuelven a brillarle los ojos y un aura infantil y esperanzadora le ilumina el rostro.
— ¿Entonces vas a...?
— No.
La forma en que mis palabras lo devuelven a la realidad me producen más satisfacción de la que hubiera imaginado, haciéndome sentir un deje de culpabilidad. No obstante, por más apatía que me inspire la situación, tengo por seguro que no voy a dejar que me utilice como a un pañuelo.
Hago ademán de marcharme, pero Eren me sujeta firmemente por la muñeca y yo lo fulmino con la mirada.
— Mira, llego tarde a una reunión— bufo, molesta—. Así que a menos que te interesen los trabajos sobre análisis psicopatológico, será mejor que te vayas.
Esperaba que mi cinismo lo animara a rendirse y dejarme en paz, pero a juzgar por la sonrisa ladina que han esculpido sus labios parece que mi proposición le ha parecido un tanto tentadora.