5. Sol sonriente

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El viento estaba helado. El invierno finalmente estaba llegando.

El suelo estaba cubirto por una fina capa de hojas decoloradas en tonos marrones y anaranjados, las ramas de los árboles estaban vacías, solo eran ramas secas y solitarias, sin hojas y belleza, su frondosidad había quedado atrás por culpa del otoño.

El joven se acomodó el Haori que llevaba, el frío estaba penetrando demasiado en la blanca piel proporcionando escalofríos y estremecimientos que darían paso a los resfriados de invierno que él odiaba y que cada año, por su imprudencia, sufría en medio de paños de agua caliente y medicinas mal hechas por el albino que se quedaba a su lado cuidándolo todas las noches de fiebre interminable y tos molesta.

Continuó caminando por el sendero escuchando las hojas secas crujir bajo sus pies, respirando el aire de la montaña, observando las aves que ya comenzaban a migrar al sur en busca de calor. Él estiró su mano mientras las veía volar con gracia, tan alto, que jamás podría alcanzarlas. Volaban con toda la libertad que él y apenas hace unos años había logrado conseguir en ese inmenso cielo azul, en medio de nubes blancas y esponjosas, en ese vasto espacio que no tenía fin. Y que, le recordaba a los ojos de cierta persona.

Tal vez él era un ave en busca de libertad, y Satoru era su cielo que lo llevaría y seguiría hasta el fin del universo.

- ¡Oye Megumin! ¿que haces ahí? - el muchacho se giró a observarlo en cuanto escucho la reconocida voz, el hombre venía corriendo alborotando los mechones blancos de un lado a otro hasta que él se plantó en frente suyo, y entonces notó que ese hombre ya no era el poste que hasta hace unos años no podía alcanzar. Al parecer había crecido mucho - ya arrendé una casa en este pueblo para poder pasar el invierno y no te enfermes.

Megumi asintió y caminó hacia el pueblo que desde la altura se veía muy pequeño con Satoru siguiéndole, comentándole las delicias que ofrecían los puestos, las especialidades culinarias que caracterizaban al pueblo, y un sin fin de cosas relacionadas como leyendas, costumbres y tradiciones. El albino amaba viajar y conocer cada parte del lugar en el que pensaba pasar el tiempo, era un buen turista en el que las personas locales veían una oportunidad para conseguir bastante dinero.

- Encontré un puesto que vende recuerdos muy extraños pero son lindos, quiero uno, todavía tenemos dinero del trabajo anterior que hicimos ¿verdad? ¡Dejame comprarme uno, Megumi! - el pelinegro caminó con más prisa por fin llegando a la zona residencial, pudo escuchar las voces de adultos y niños incluso vió los tan afamados puestos de los que hablaba el albino y que todavía le rogaba para que le compre uno de esos recuerditos - Por favooor Megumi, dejame comprarme uno y te juró que nunca más te molestare.

- ¡Se supone que tú eres el adulto aquí! - exclamó el muchacho, cohibido por las miradas curiosas de las personas, tal vez porque eran desconocidos o tal vez por el numerito que estaban montando. Suspiró con cansancio, sacando discretamente un par de monedas y entregandóselas al mayor
- Deberías aprender a dejar de gastar el dinero en idioteces.

- ¡Gracias Megumi!¡también te compraré un dulce! - el mayor dió un saltó y apretujó sus mejillas con ternura, le dió un besito en la frente y luego salió corriendo dejándolo en medio de la abrumadora atención de los residentes del lugar.

El pelinegro chasqueó la lengua porque el idiota se marchó y ni siquiera le mostró donde supuestamente iban a quedarse a partir de ahora.

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Let's run away || ItafushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora