Crecimiento, los elementos de la magia y relatos de un viaje

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Varios días habían pasado desde que me atacaron esos pequeños duendes de sombra y para ese momento me encontraba continuando mi viaje hacia el gran árbol, algo más cerca de mi destino. Esa no había sido la única vez en la que me habían atacado, pues aparentemente había varios grupos que acechaban en la oscuridad de la noche escondidos dentro de los árboles y dispuesto a acabar con cualquier forma de vida que en su desgracia se los topase y no se pudiera defender. Sin embargo ya me estaba volviendo más diestro en mi forma de combate, desde magia hasta mordidas, embestidas y zarpazos, pues era uno de mis principales medios de vida ya como lobo. En el mundo moderno uno está acostumbrado a vivir frente a un escritorio o caminando por la ciudad o en los pueblos para los estilos de vida más activos, sin embargo en el bosque todo era constante movimiento; no podía cazar, defenderme, beber o realizar cualquier actividad vital sin estar siempre usando todo el cuerpo activamente, ejercitándome en cada momento y poniendo en práctica mis habilidades.


Con el tema de la comida también había tenido bastante actividad, cada día que pasaba terminaba cazando diferentes presas que en consecuencia también aumentaban en tamaño y a su vez en poder respecto a aquellos primeros conejos con colmillos. A pesar de ello todavía guardaba un gran respeto por la vida en general, trataba de no cazar a menos que fuese por mitigar el hambre y no peleaba contra criaturas que no me hubiesen atacado primero, en parte también porque terminaba siendo meterme en riesgos innecesarios, pero que no me resultaba cómodo de todas maneras. Básicamente tenía una relación extraña con la cacería, no me gustaba la accion de matar como tal, en lo más mínimo. Lo más cercano que tenía era la reacción de felicidad ante haber ganado un conflicto y el hecho de haber obtenido comida, pero siempre resultaba en una emocion agridulce en el momento en el que el corazón de mi presa dejaba de latir.


Aun así esto también tenía ciertos matices, conforme me empezaba a dar hambre y detectaba a través del olfato, audición o tacto con la tierra el rastro de alguna presa potencial, un cierto instinto se apoderaba de mí. Era un instinto completamente inconsciente y por el momento todavía resultaba sutil, pues en el momento no me daba cuenta de que me estaba influenciando y terminaba pareciendo como si fuesen mis pensamientos naturales, pero era en esos puntos donde empezaba a actuar más como un depredador. Tenía cierta ansia por la sangre que acompaña a la carne y mi búsqueda de presas resultaba ser más activa, siempre atento a cualquier alteración en el ambiente. Incluso llegaba a influir en mis comportamientos y en el lenguaje corporal que expresaba; terminaba moviendo la cola inconscientemente y ante enemigos estaba empezando a adquirir posturas agresivas acompañadas de gruñidos y la retracción de mis labios para mostrar mis colmillos con cada vez más frecuencia.


También me perturbaba el tema de mi aspecto, cuando me acercaba a uno de los bastos riachuelos del bosque siempre terminaba viendo mi reflejo, siendo tan sorprendente como la primera vez. A pesar de que la capa exterior de mi pelaje era hasta cierto punto impermeable siempre resultaba impactante ver ese blanco puro manchado con tierra y sangre seca. De todas maneras me estaba empezando a acostumbrar cada vez más, por lo que no desaprovechaba la oportunidad para limpiarme en el agua. Al final era en cierta forma natural; siempre y cuando mantuviera el balance entre lo negro y lo blanco, justo en el matiz de gris donde debía estar, todo iba a ir bien. Además también podía darme cuenta de mis propios cambios, cada día estaba creciendo un poco más.


También ayudaba que me sentía más identificado con el bosque, como una parte natural de él en un sentido más profundo de pertenencia y eso a su vez también contribuía a que estuviese apreciando la vida en todas sus diferentes formas. Estaba experimentando algo completamente nuevo para mí. Respecto a la vida apacible como programador me sentía más fuerte, más energético, más vivo. Podía correr más rápido y durante más tiempo que como humano, estaba adquiriendo más poder y percibía al mundo de una manera infinitamente más intensa que antes. Si mi vida fuese una pintura, esta estaría con una composición mucho más rica y con colores más vivos y saturados de lo que alguna vez conocí.

Karion: Reencarnación en loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora