Prólogo

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No paraba de llover, era un día triste, caminaba sola por la calle dejando que las gotas de agua bañasen mi cuerpo. Me sentía vacía y sola. Mi intuición me decía que algo no andaba bien. Me dirigí a casa. Realmente no quería volver, esa mañana había tenido una fuerte discusión con mi padre y me había ido corriendo, huyendo de todo problema, no quería saber nada de él, así que después de llevar todo el día divagando, sin rumbo, decidí regresar. 

Mi padre es una persona muy estricta y se pone de los nervios cuando alguien no le hace caso, y yo, no era precisamente el modelo de niña perfecta, educada y obediente, es más, todo lo que fuese llevarle la contraria, mejor. Solamente quería reivindicar mis derechos y querer ser libre de la jaula llamada casa donde me tenía encerrada. Pero esta vez, fue diferente, la discusión llegó a tal tono que temí, por un momento, que se rompiese la relación padre-hija. No lo odiaba, simplemente no congeniábamos.

Solamente quería salir a tomar algo con mi mejor amiga Lucy, y él, una vez más, me dijo su palabra favorita, <<no>>. Ahí comenzó todo, le dije que no tenía derecho a privarme de todo, no me dejaba salir, y tenía que hacer las cosas siempre y cuando él quisiese, en el momento que él quería. Me estaba cansando de llevar esa vida siendo controlada en todo momento, a veces, solo quería huir de ahí.

En ese momento, levanté la mirada, observé el cielo gris, pasaron volando rápidamente una bandada de pájaros, en seguida me identifiqué con ellos. "Ojalá poder volar para sentirme libre e irme de aquí lo más lejos posible", pensé. 

Fijé mi mirada en las gotas de lluvia que seguían cayendo resbalando por mi rostro, y me acordé de mi madre. Hice memoria en mi recuerdo favorito junto a ella. Sheila lucía su larga cabellera azul recogida en una trenza, parecía un río sin fin, por otro lado, yo me encontraba sentada sobre ella escuchando atentamente sus palabras. Me relataba el día más feliz de su vida, aunque había pasado por muchos dolores durante horas, sin duda, le gustaba recordar el día de mi nacimiento. Me explicó que nací un día lluvioso, de ahí mi nombre, Juvia, pero a pesar de que las nubes lloraban, era un día cálido y alegre. Me dijo que fui una rebelde puesto que me adelanté una semana a lo que iba a ser el día previsto de dar a luz. Por lo visto, tenía prisa por salir, y encima había interrumpido a mi madre comiéndose su pastel de zanahorias favorito, lo que hizo que pusiera una cara de pena, que al momento cambió por una de ilusión y esperanza sabiendo lo que se venía.

Me reí al recordar la cara que puso al contarme que tenía que abandonar su querido pastel. Ella siempre me sacaba una sonrisa, incluso, no estando presente la sentía muy cerca de mí, cuidándome. Seguí caminando, crucé una calle y doblé la esquina recordando los tiempos donde mi madre aún formaba parte de nosotros. Cuando Sheila vivía, mi padre no era así, era todo lo contrario, siempre llevaba la sonrisa pintada en sus labios y rara vez se enfadaba, pero desde que ella se marchó a causa de una enfermedad, todo se había vuelto sombrío. Apenas la recordaba y muchas veces, tenía que hacer el esfuerzo de intentar acordarme de los rasgos de su cara. Era muy pequeña cuando se fue pero aún conservo fotos suyas.

Estaba enfrascada en mis pensamientos cuando giré en otra esquina y de repente, choqué con alguien. Me caí al suelo y llevé mi mano a mi cabeza.

-Auch! – me quejé.

-Perdona, no te vi – me tendió la mano – ¿te encuentras bien?- le di mi mano para que me ayudara a levantarme – vaya, ¡estás helada! Vas a coger un resfriado, toma – me tendió su paraguas para que lo sostuviera y comenzó a quitarse la chaqueta.

-No es necesario, estoy bien – le dije moviendo las manos frenéticamente en señal de tranquilidad.

- ¿Segura? No lo parece – giró su cara de lado, pensativo.

-En serio, insisto – dije con una sonrisa amable y me fijé en su rostro, era un chico joven bastante atractivo con el pelo color azabache.

-Está bien, ten cuidado – comenzó a caminar con paso seguro y se fue.

Me quedé embobada mirando cómo caminaba, era bastante elegante. Me di unas cachetadas flojas para espabilarme y seguir mi rumbo dirección a mi casa donde seguramente me esperaba mi padre bastante furioso. Para mi sorpresa no se encontraba en la entrada como de costumbre, cuando entré, mi padre estaba en su despacho, así que me dirigí hacia mi habitación para evitar tener una pelea y así poder relajarme mientras tomaba una ducha y preparar las cosas para el día siguiente. 

Sentirme segura para ser libre -Gruvia-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora